domingo, 9 de diciembre de 2012

A Little Piece of Heaven


A LITTLE PIECE OF HEAVEN

En el porche de la casa de campo, rodeada de una pradera y algunos cultivos, la mujer observó la moto alejarse, mientras se acariciaba la barriga, en la que ya se veía un abultamiento considerable. Cuando volvió al interior, Charlie se puso a hacer tareas domésticas, sin prisa pero sin pausa. Prefería estar haciendo algo, tener la mente ocupada… No quería perder aquél pequeño oasis de felicidad en el que se había convertido su mundo. Observó a lo lejos el pueblo, al que había ido la moto. En ella, su marido, Revan, llevaba a la pequeña Hikari a clase y él mismo iba a su trabajo. Sonrió moviendo la cabeza. A pesar de la paz que habían encontrado allí, el activo mutante no podía parar un momento quieto y había aportado vitalidad al pueblo. Habiendo concienciado a los aldeanos de lo importante que era saber otros idiomas, el pelirrojo había abierto una pequeña academia de japonés en la que daba clases a niños y a adultos, tres días a la semana. Como eso no significara gran cosa económicamente, paralelamente llevaba un pequeño gimnasio donde daba clases de kendo, artes marciales que involucraban espadas. Su técnica refinada era la envidia de muchos combatientes, y ya había llevado a sus alumnos a algún campeonato que otro. Todos los niños estaban encantados con sus clases, y en saber manejar una espada “como un ninja”, así que nunca faltaba negocio para el hombre. La misma Hikari iba a sus clases, y, aunque no exteriorizaba sus sentimientos, Charlie internamente sabía que le hacía mucha ilusión llegar a ser tan buena como su padre. A la hora de comer, oyó de nuevo la moto llegando por el camino que les separaba del pueblo, de un kilómetro escaso de longitud, estaban, como a ella le gustaba decirlo, “en medio de la nada”.
- Hola cariño…- La saludó Revan con un beso mientras Hikari se bajaba de la moto y se quitaba el casco. Hizo un ademán de ir arriba a jugar, pero su madre le leyó la mente (literalmente). - Jovencita, no tan deprisa. Primero vamos a comer. Pon la mesa. 
Una vez sentados, en el exterior, con el sol cayendo sobre ellos suavemente y el aire susurrando en torno a su pelo, atacaron la comida.
- Entonces, ¿Qué tal ha ido hoy el colegio? ¿Te han dado algún examen?-Preguntó el Jedi a su hija mientras cortaba la carne y se la metía en la boca.
- Sí, papá-Tan serena como siempre, la pequeña mantenía una elegancia natural hasta en una tarea tan cotidiana como comer.– Me han dado una A. – Revan sonrió. “Esa es mi chica!” Después de comer, mientras Hikari iba a hacer los deberes, Revan se sentó junto a Charlie en un banco que había a la entrada de la casa, mirando al cielo.

-¿Sabes, Char? Creo que no importa cuánto tiempo nos quedemos aquí, no me cansaré de este sitio mientras en él haya dos cosas que amo.

- ¿Dos?- preguntó ella, observando cómo se movían las nubes en el cielo. La calma que parecía adueñarse de aquél momento todos los días hacía ralentizarse el tiempo. - Sí. Una, es la paz. Una paz que creía utópica… Aquí existe esa paz, esa calma. Creo que, si nos vamos algún día, la echaré de menos. Todo parece transcurrir como las olas en una playa tranquila. A pesar de que llevemos aquí ya dos años no creo que me canse nunca. La otra cosa… la otra cosa eres tú, amor mío.- La miró a los ojos sonriendo.-No creo que pudiera disfrutar de esta vida perfecta yo solo.- Ella sonrió y le respondió con un beso, para apoyar luego la cabeza en su hombro, mirando al cielo. Mientras el tiempo discurría en aquella pequeña comarca, “en medio de la nada”, quedaron así, uno junto al otro, abrazados, sosteniéndose, en el mundo perfecto para ambos. Aquella tranquila región de los Estados Unidos no se había visto aún envuelta en los preocupantes acontecimientos de la costa este, había muchos sitios en los cuales los mutantes estaban teniendo problemas. Cuando empezó todo aquello, los disturbios contra los mutantes, la propuesta de Ley de Registro propuesta por tal senador, Revan comprendió que era momento de desaparecer. Tiempo antes hubiera permanecido en New York, pero ahora… Ahora tenía alguien a quien cuidar. Hikari y Charlie dependían de él para mantenerlas seguras… Allí nadie les conocía ni sabían que eran mutantes, además, era un pueblo pequeño y nadie denunciaría a nadie por ser mutante. De hecho, Charlie, que no había querido quedarse de brazos cruzados mientras Revan mantenía a la familia, era escritora en una pequeña revista local pro-mutantes semanal. Además de intentar fomentar la igualdad, la comprensión y la tolerancia, la revista le había dado la opción, ya que sabían que vivía fuera del pueblo, a mandar su trabajo por e-mail. Sin embargo, Charlie salía a menudo de la finca en la que tenían su hogar, de compras, a tomar un café, al cine… A pesar de que la moto solar de Revan (cuyos paneles solares, optimizados por Rex Salazar, captaban el 100% de la luz solar y también había que proporcionaban energía a la casa) era el medio de transporte más común entre la casa y el pueblo, la chica solía ir andando y animaba a Hikari a hacerlo, ya que decía que eso fortalecía las piernas y le hacía a uno crecer sano. Observó el viento mecer los cultivos y pastos, que se perdían en el horizonte, ausente. Feliz. -… Papá- La poco expresiva voz de su hija devolvió a Revan a la realidad y se volvió hacia ella. Charlie había caído dormida, con una sonrisa en los labios. Otra cosa que le encantaba al ex-guerrero era que su esposa cada vez sonreía más. Cada vez parecía más feliz. - Hoy había Kendo, ¿recuerdas?- Con mucho cuidado, Revan levantó la cabeza de su esposa y la colocó en el banco, despidiéndose de ella con un beso en la mejilla e instando a Hikari a imitarle, para después montar en la moto y ponerse el casco. Cuando Charlie abrió los ojos, estaba sola. A lo lejos veía la moto, que se iba haciendo más pequeña cada vez, y, aún medio adormilada, movió la mano sobre su cabeza, saludando para decirles adiós… Todo era perfecto, pensó, con una sonrisa. No eran ricos, pero el dinero que conseguían les daba para vivir holgadamente. Su marido, por fin, tenía el descanso que, según ella siempre se había merecido, y tenían una hija que a sus ojos era encantadora. El cielo azul y el brillo del sol iluminaron su rostro una vez más, cuando se levantó con cuidado y se dirigió a la entrada de la casa. La vida que crecía en su barriga la ilusionaba mucho… le habían dicho que sería un niño. Entró en la casa después de mirar por última vez a la ahora desierta carretera, y se sentó al ordenador, abriendo un documento vacío. Normalmente tenía algún artículo de reserva, pero le gustaba ir al día. Se preguntó de qué podría escribirlo Miró por la ventana, desde la cual se veía un trocito de carretera junto con las praderas sin fin, y sonrió. Sus ojos azules se posaron en el brillo del sol y el susurro del aire mientras comenzaba a teclear el título.                 "A Little Piece of Heaven"