- ¿Acaso un hombre no puede disfrutar el beneficio de su
trabajo honrado, del sudor de su frente? ¿No podemos ganar dinero sin que Papá
Estado nos diga a quién tenemos que dárselo? No, yo quiero lo que es mío. Por
eso elegí algo diferente. Elegí el sueño de Rapture. Como todos los que estamos
aquí, en realidad.
- Vaya, Samy, por
cómo hablas, más que el sudor de tu frente parece que lo que quieres es el del
culo de Ryan. – Se echó a reír otro de los hombres, disfrutando de la fiesta y
las comodidades de Fort Frolic, la zona de fiestas oficial de Rapture. – Sí,
admito que aquí abajo se está mucho mejor sin la URSS y todos esos comunistas –
no te ofendas, guapa – le echó una mirada a la joven rubia que observaba la
conversación, taciturna y con otra copa en su mano. – Pero es evidente que la
utopía de Ryan de una sociedad perfecta no es más que una fantasía. Mira, si
no, lo rápido que han surgido contrabandistas como Fontaine.
No le faltaba razón. Pero, pensándolo con la cabeza fría,
toda aquella situación resultaba un poco irreal. Allí estaban, en medio del
océano atlántico, a cientos de metros bajo la superficie. El Sueño de Rapture,
desarrollado por Andrew Ryan, había probado ser muy real: La ciudad de la
libertad, donde ni la censura ni la moral podrían detener el progreso de la
humanidad.
O, al menos, esa era la idea. Porque, donde hay lujo y
éxito, no tarda en haber miseria y fracaso. Y, mientras ellos estaban allí, en
Fort Frolic, bebiendo y apostando, en Artemis' Suites y otras zonas más
desfavorecidas, llenas de trabajadores de bajo nivel y pescadores, las redadas
y los disturbios estaban prácticamente a la orden del día, con el ADAM, aquella
sustancia prácticamente mágica descubierta por la Dra. Tenembaum como
catalizador.
- Ese maldito Fontain, ese estafador y los sinvergüenzas
como él, son el problema de Rapture. – Seguía diciendo Sam, moviendo su copa
más de la cuenta y evidenciando su embriaguez. – Mucho está tardando Ryan en
ponerle unos zapatos de plomo y enviarlo a explorar el fondo marino.
- Pero no puede hacerlo sin más. – Dijo un tercer
participante. – No sin tener pruebas contra él. Y hay que reconocer que
Fontaine no sólo ha hecho cosas malas, mirad su Hogar para los Pobres.
- No seas inocente, muchacho, Fontaine no es ninguna
hermanita de la caridad. – Se echó a reír uno de los hombres. – Con eso lo
único que consigue es obtener más poder y más influencia. Ryan sólo se preocupa
de la gente que está arriba, así que Fontaine se aprovecha de los pobres para
su propio beneficio.
- Parásitos... Son todos iguales, Fontaine y esa chusma. Por
mí podrían hundirse en la fosa. – Replicó Sam.
- Puede que sean unos parásitos, pero son muchos, y entre
los plásmidos y el contrabando de armas, cada vez tienen más poder. – Explicó
otro.
- Sí, pero, en última instancia, Ryan Industries es quien
controla las batisferas a la superficie. Si la cosa se pone fea, no podrán
escapar de él.
- Y nosotros tampoco. Estaremos aquí, encerrados en Rapture
con todos esos delincuentes y parásitos deformados por el ADAM, esos
Splicers... Y sólo tendremos a Ryan para frenarlos.
- ¿Y qué opina la señorita Diamond? – Se giró uno de los
hombres hacia la mujer de cabello rubio, que se había abstenido de participar
en la conversación. - ¿El romanticismo de contrabandista de Fontaine, o el
atractivo empresarial del señor Ryan?
- ¿Romanticismo de contrabandista? – Se echó a reír otro. –
¡Cómo te pasas, tío!
Por fortuna, la joven se libró de contestar, ya que, en ese
momento, un chico, cuya vestimenta de trabajo desentonaba un poco con el lujo
que se respiraba en Fort Frolic, se abrió paso entre la gente, tomándola del
hombro. - ¡Señorita Diamond! – La llamó. – Ya está listo, cuando quiera...
- Vaya vaya, parece que la señorita Diamond ya tiene acompañante
ésta noche...
- Si me disculpan, caballeros... - Se inclinó cortésmente
Diamond. – El señor Salazar prometió mostrarme un pasadizo secreto hasta
Olympus Heights...
Al oírlo, los hombres se echaron a reír, mientras Diamond se
alejaba.
- Claro, claro, un "pasadizo secreto". – Se
decían, guiñándose el ojo y haciendo el gesto para el sexo. – Seguro que lo que
quiere es darle por ese pasadizo secreto...
- Oye, tampoco es que se le pueda culpar, al chico... - Dijo
otro, repasando la espalda de Diamond mientras ésta se alejaba. – Yo también le
buscaría ese pasadizo secreto si me dejara...
- Anda, anda, dejad de decir tonterías. – Se rió un tercero.
– Vamos a ver la última exposición de Guertena, a ver qué hace antes de que
Cohen lo convierta en una estatua como al anterior.
- Dicen que la estrella de la exposición es un mural
completo. "Mundo Fabricado", se llama. Impresionante.
- Yo le doy una semana más de vida. – Dijo otro.
Y todos rieron, sin prestarle más atención a la joven
patinadora desaparecida, ni a su aparente novio, Rex Salazar.
---
- Creen que vamos a hacer cosas indecentes. – Indicó éste,
con una sonrisa, mientras salía de la sala de fiestas.
- Cerdos...
- Oye, que, a mí no me importaría cumplir con sus
expectativas. – Bromeó, ganándose un golpe en la nuca de Diamond.
- ¡Eres igual que ellos! – Replicó, mientras se acercaban a
la estación del metro de Rapture, un sistema de batisferas que conectaba las
distintas partes de la ciudad.
- ¡Venga, Kanna, lo decía de broma! – Se echó a reír el
chico, cuando se abrió la puerta de la batisfera. – Esos tíos no saben
diferenciar entre Finlandia y la Unión Soviética, van a saber interpretar las
señales femeninas... Pero admite que es mejor que piensen que estamos haciendo
indecente, a que piensen que estamos haciendo algo indecente e ilegal.
Tomándola de la mano, la ayudó a subir al vehículo, a pesar
de que la expatinadora era más que perfectamente capaz de subir sola, e incluso
llevándolo a cuestas. – El caso es que, tengo una idea. O tal vez sólo el
esbozo de una. Pero tal vez, tanto tú como yo consigamos nuestro propósito.
- ¿Hacia dónde nos dirigimos?
- Vamos hacia Artemis Suites. – Explicó Rex. – Anoche hubo
disturbios por allí, así que es posible que los cuerpos sigan allí, con todo su
ADAM.
La gente que vivía en Artemis' Suites no era, ni de lejos,
tan elegante como los de Olympus Heights. No eran artistas como Guertena, ni
deportistas como Diamond. Eran de la clase trabajadora. Obreros, ingenieros,
gente más humilde, que ya estaban comenzando a sufrir las consecuencias de
aquella perturbada sociedad que había creado Andrew Ryan bajo el mar.
Tras el asombroso descubrimiento del ADAM y el desarrollo de
los plásmidos, tónicos que reescribían el código genético del usuario dándole
poderes especiales, las desigualdades sociales habían ido aumentando, sobre
todo cuando la negativa de Ryan a regularlos poniendo como excusa el libre
mercado se había sumado a su capacidad adictiva.
Y así, lentamente, la sociedad iba siendo empapada del sueño
venenoso del ADAM, que producía peligrosos adictos mutantes que los más
avispados denominaban "Splicers". Un sueño venenoso que afectaba no
sólo a los pobres y a la anterior clase media, sino también, cada vez más, a
los ricos, que aprovechaban para cambiar su código genético, convirtiéndose en
versiones más poderosas – y atractivas, según algunos – de sí mismos.
- ¿ADAM? – Preguntó Diamond, tragando saliva. Su rostro,
antes tranquilo, se contrajo en una mueca. - ¿Qué pretendes...? ¡No, Rex! ¡Detén
esto, no debo ir allí!
- Relájate, Ikana. – Replicó el ingeniero. – Todo va a salir
bien, te lo prometo. Te necesito conmigo.
- ¿Y qué necesito yo, Rex? ¿Necesito ir allí a rodearme de
potenciales fuentes de ADAM? – Replicó ella, levantando la voz. - ¿Después de
todo el esfuerzo que estoy haciendo para no consumir más? ¡No sabes lo que es
eso! No se dice, pero ahí arriba, entre artistas, actores y gente bien, el ADAM
también escurre por cada esquina. Me da poder, sí, pero no es, en absoluto, una
bendición. No quiero convertirme en una Splicer. No quiero... Dejar de ser yo.
– Sacudió los hombros, que Rex rodeó con el brazo, sentándose junto a ella en
la batisfera.
- Eso no va a ocurrir. – Le dijo, afectuosamente. – No eres
como esos Splicers, no estás sola, ¿De acuerdo? La doctora Tenembaum... La
doctora dijo que es algo psicológico, ¿Vale? Dijo que al principio no es
irreversible. Se puede curar.
- ¿Y cómo vamos a hacerlo? ¿Cómo voy a curarme de mi
adicción encerrada en una ciudad que cada vez apesta más a ADAM?
- Por eso, vamos a salir de aquí. – Replicó Rex, mientras
llegaban al puerto de Artemis' Suits. – Por aquí, por favor. Y estate alerta, a
partir de ahora estamos en territorio hostil.
Ella lo sabía. Lo sabía de sobra. Había visto aquellas
horribles criaturas, los splicers. Había pensado lo que sería acabar
convirtiéndose en uno de esos seres, infrahumanos, con la mente y el cuerpo
destruidos por el ADAM. Y ella... Ahora mismo, ella estaba al borde del
precipicio, mirando hacia abajo. Se puso sus guantes dorados, mientras el
revólver de Rex centelleó en la penumbra del lugar, al avanzar por los
pasillos, el escenario del conflicto entre Ryan y sus adversarios.
- Bien, la cosa es que los chicos de mantenimiento y yo
llevamos unos días viéndola por las cámaras... Creo que podría servirnos, he
estado estudiando sus movimientos y es... Ah, espera, por ahí vienen. ¡Cuidado!
– Exclamó, en susurros. Ikana se detuvo, al oír pasos. Pasos pesados, que
provocaban pequeños temblores. Pasos que se aproximaban. – ¡Por aquí, ven! – La
apremió para que lo siguiera, ocultándose detrás de unos escombros quemados en
los disturbios.
Y unos instantes después, lo vieron, al propietario de
aquellos pasos, pesados y lentos, una de las bestias que vagaban por los
recovecos de Rapture desde que habían empezado las desigualdades. Un Big Daddy,
con las ventanas de su casco iluminadas en la penumbra. Y ante él... Una
silueta diminuta, infantil, caminando con sus piececitos descalzos entre toda
la porquería, los charcos y los muertos, con los ojos brillantes ambarinos como
única muestra de su condición especial. Ikana Diamond contuvo el aliento. Una Little
Sister.
Aquella era una muestra más de la depravación de Rapture,
una muestra más de lo retorcida que podía llegar a estar aquella perturbada
sociedad. De forma natural, el ADAM era una sustancia producida por ciertas
babosas de mar, pero la cantidad que éstas producían era insuficiente para las
demandas de la sociedad de Rapture, cada vez más crecientes. Por eso habían
ideado una forma de cultivar el ADAM, implantando aquellas babosas en el
estómago de niñas pequeñas, procedentes del orfanato y modificadas, genética y
mentalmente, que iban por la ciudad, pinchando cadáveres con sus biberones con
aguja para recolectar ADAM de los cadáveres y reciclarlo en su estómago.
Como Ikana bien sabía – incluso por aquella sensación, aquel
olor – las Little Sisters eran la fuente más pura de ADAM en Rapture, y eso las
había hecho uno de los blancos más deseados de los adictos, que, a pesar de las
capacidades regenerativas que el ADAM les daba a las niñas, las abrían y
tomaban su ADAM. Y para responder a esa preocupación por el bienestar de sus
recolectoras, el doctor Suchong había ideado el proyecto Big Daddy.
Su armadura de buzo era una reminiscencia de sus orígenes,
submarinistas que se ocupaban del mantenimiento y reparaciones exteriores de
Rapture. Cuando las pequeñas Little Sisters habían empezado a correr peligro,
siendo secuestradas o incluso asesinadas por el valioso ADAM, el doctor
Suchong, entre otros, había desarrollado una línea de guardaespaldas,
protectores, privando a aquellos hombres de toda su humanidad, manipulándolos
mental y genéticamente, fundiéndolos a los trajes, y programando en sus cerebros
deformes la compulsión por proteger a las pequeñas. Así fue como nacieron los
Big Daddy. Gigantescas moles con trajes de buzo, y un tremendo taladro en lugar
de una de las manos, preparado para atravesar a todos los splicers que se
pusieran en su camino.
Lo único era que aquel... Aquel Big Daddy carecía del
taladro, y su estado, cuando lo vieron a la luz parpadeante del pasillo, era
bastante desmejorado. Había visto días mejores. Había visto otras batallas.
- Esa es. – Dijo Rex, mientras la pequeña, en silencio, se
acercaba al cadáver. – Los chicos la llaman "Ghost Sister" ... Verás,
normalmente las niñas canturrean, y hablan con los Big Daddy, como... como si
fueran niñas normales. – Hizo una pausa, mientras un escalofrío le recorría el
espinazo. – Pero ésta es distinta. No sé si la hicieron mal, o revirtió, o
simplemente está traumada... Pero todavía no la hemos oído emitir un sonido.
La pareja miró a la pequeña, sacar la jeringa que siempre
llevaba consigo y clavársela al muerto, como le habían enseñado. Era distinta,
Rex lo tenía claro. Y no sólo era que hablara o se quedaba callada, ya que, en
el fondo, la conversación que podían dar los Big Daddy – a los que las pequeñas
llamaban afectuosamente "Señor Pompas" – era prácticamente inexistente,
sino su forma de actuar.
Cuando trabajaban, las pequeñas extraían el ADAM de los
cadáveres, y éste atraía a asaltadores splicer, que trataban de atraparlas.
Usualmente las pequeñas se apresuraban y corrían al amparo de sus fuertes
Daddys, que rechazaban – casi siempre – a los mutantes, pero ésta no. Ésta se
quedaba ahí, parada, mirando fijamente a los splicers, mirando la batalla que
el Big Daddy de turno libraba, totalmente indiferente a cualquier signo de
peligro, o quizás demasiado aterrorizada como para moverse, sin ponerse a
salvo, sin permitir a su Big Daddy descansar o tomarse un respiro.
Y puede que los esclavos de traje de buzo fueran grandes,
fuertes, y tuvieran un perforador en lugar de mano derecha, pero no eran
invencibles, y tarde o temprano, los splicers terminaban agotándolos y
abatiéndolos, momento que aprovechaba la pequeña para escabullirse por los
conductos de ventilación.
- Éste debe de ser el tercer Big Daddy al que le hace eso, y
tampoco parece ir por buen camino. – Explicó en susurros. – Esa Sister es más
vulnerable de lo normal, creo que, si pretendemos escapar con una, es nuestra
mejor oportunidad.
- ¿Escapar con una Little Sister? Eso es una locura, ¿Y qué
quieres que haga? – Inquirió Ikana. - ¿Acabar con el grandullón y hacerme con
ella?
- No, aún no. ¿Oyes eso?
Tenía razón. Cuando Ikana se detuvo a escuchar, oyó pasos
ajetreados. Muchos pasos. Gruñidos, gemidos, y el sonido de los ganchos de
metal al clavarse en la pared, en la otra esquina.
Splicers. Estaban allí, y no se detendrían ante nada hasta
obtener la la niña o mejor, el ADAM que había en su interior.
Los ojos del Big Daddy, o los de su escafandra, cambiaron a
rojo, mientras éste daba un pisotón en el suelo, pero la pequeña no pareció
darse cuenta, y siguió tranquilamente extrayendo el ADAM.
Y así fue como aparecieron los monstruos. Seres deformes,
mutantes, con un vago aspecto humano y con jirones de ropa sobre sus miembros y
tumores. La mayoría iban armados con barras metálicas o tuberías, y se lanzaron
en manada hacia el Big Daddy, sabiendo que éste era el mayor peligro y el más
inmediato.
Y éste respondió, violentamente. Cualquiera que pretendiese
tocar un solo pelo de su pequeña iba a tener que pasar por encima de él... Y
los Big Daddy son muy grandes. Un Splicer araña, trepando por el techo con
aquellos afilados garfios, saltó sobre él, pero el Big Daddy lo agarró en el
aire y lo lanzó sobre otro mutante, derribándolos a ambos. Para entonces, ya
había otros dos sobre él, golpeándolo y haciéndolo retroceder, y el buzo los
rechazó con el muñón donde antes había estado el taladro.
Pero los Splicers eran mutantes, y aunque el abuso de ADAM
había convertido a la mayoría en mutantes sin cerebro, no todos ellos estaban
indefensos. Había algunos que, antes de perder el control por culpa de los
chutes de ADAM, habían tomado los chutes adecuados.
- ¡QUE VOOOY! – Gritó una voz desde el otro lado del
pasillo. Y una columna de fuego iluminó el pasillo, pasando a través de los
mutantes, que le habían abierto camino, y abrasando al protector. Un splicer
ígneo, de los que aún tenían control sobre sus poderes. Un adversario que había
que tener en cuenta.
El Big Daddy retrocedió, superado en número, y los splicers
le atacaron en grupo, golpeándole una y otra vez, y disparándole los que tenían
armas. El Big Daddy, por muy fuerte que fuera, carecía de su arma principal y
de su taladro, y estaba siendo superado en número. Rex creyó incluso ver a uno,
que debía tener el plásmido de electricidad, preparar en su mano una carga
eléctrica, pero antes de que lo hiciera, el Big Daddy retrocedió y huyó por uno
de los pasillos, siendo perseguido unos metros por los mutantes, que se reían y
se burlaban de él.
- ¡La ha abandonado! – Dijo Diamond, sin poder creérselo. -
¡La ha abandonado a su suerte!
- Se habrá dado cuenta de que ella tampoco va a hacer nada
para protegerlo... - Suspiró Rex, viendo a la pequeña, que ya había acabado,
mirar a los splicers con aquellos ojos brillantes.
Los splicers se acercaron, rodeándola entre risitas.
- ¿Qué te pasa, pequeña, has perdido a tu papá? – Dijo uno,
burlón.
- Ven con nosotros, cielo... - Lo acompañó una mujer. – Te
daremos caramelos y ropas bonitas...
- Sí, ven con nosotros, tú y todo ese ADAM...
Era el momento. Los splicers habían derrotado a la mayor
amenaza para Ikana y para él, y a su vez, éste les había propinado una buena
paliza. Aquella pequeña era la más desprotegida, y por allí... Por allí no
había ningún conducto de ventilación disponible. Era su oportunidad.
- ¡Eh! – Gritó Ikana, y ambos dos salieron de su escondrijo.
- ¡Ese ADAM es mío, mutantes! ¡Soltadla! – Desenfundando la pistola y
aprovechando el factor sorpresa, Rex abatió a uno, mientras que Diamond, por su
parte, empuñó una palanca del suelo y saltó hacia el grupo.
El que tenían más cerca se lanzó hacia ellos, pero no
durante mucho tiempo. - ¡Quieto! Gritó Ikana, extendiendo la mano. Puede que al
tomar ADAM hubiera cometido el mayor error de su vida y puede que hubiera
puesto en peligro su carrera, pero aquella sustancia milagrosa también tenía
cosas buenas: Ahora, con sólo desearlo, era capaz de convertir a sus enemigos
en sendas esculturas de hielo, lo suficientemente frágiles como para quebrarse
bajo la sugestión de la palanca que había recogido.
La manada de mutantes se lanzó hacia ellos, pero Rex e Ikana
no eran un Big Daddy agotado por batallas anteriores, ni estaban indefensos.
Sobre todo, Ikana, el verdadero peligro, pues se paseaba alrededor de la niña
congelando a diestro y siniestro, protegiéndose de los golpes de los splicers
con la palanca y arreándoles sin dudar.
Rex disparó a una de las estatuas de hielo, haciéndola
añicos, pero luego tuvo que agacharse para esquivar la bocanada de fuego del
splicer llameante. - ¡Ikana! – avisó a la rubia. - ¡Ten cuidado!
Con un movimiento circular, la joven usó a otro splicer de
escudo, y ambos pudieron oler la carne quemada, mientras Rex disparaba para
abatir al piroquinético.
Pero aquella era su última bala, y, sin su arma, Rex no era
más que un técnico computacional. Un cerebrito entre mutantes sobrehumanos. Un
futuro cadáver, como bien se preocupó de recordarle un splicer, que lo agarró,
con intención de acabar con él... Para ser abatido, en el último momento, por
un disparo. De Diamond.
- ¿Qué? – Preguntó, rodeada de estatuas de hielo. – Me he quedado
sin EVA.
Rex suspiró. Claro, el EVA, el ADAM procesado que se
utilizaba para cargar las habilidades de los plásmidos. No era tan adictivo
como el ADAM puro, ni tan escaso, así que Rex había podido hacerse con un par
de jeringas para Ikana. Una pena que no hubiera sido tan previsor con sus
propias balas. Pero a pesar de todo, no era eso lo que le preocupaba.
- Un... ¿Un arma? ¿Cómo es que...?
- No soy patinadora. – Dijo ella, tras decidirlo con un
suspiro. – Bueno, sí lo soy. Lo era. Mi alias es Inka Timatti. Soy de la
Interpol. Vine aquí investigando las desapariciones. El patinaje era mi
coartada.
- Creo que me quedo con "Diamond". Pero te capturó
el sueño de Rapture, ¿Eh? – Sonrió Rex, mirando a su alrededor, al igual que
Ikana. Los splicers restantes podían atacar en cualquier momento, desde las
sombras. - No te culpo, yo acabé aquí de forma similar. Las mentes más brillantes
del mundo, reunidas en una sola ciudad...
- Bien, pues ya has visto que las mentes más brillantes no
son más que un puñado de tarados megalómanos. – Replicó Diamond. – Y yo tengo
suficientes datos y pruebas como para salir de aquí e ir directa a informar. Y
si además nos pudiéramos llevar a la pequeña...
Miró tras ella, buscando a la pequeña, que seguía allí,
mirando a un lado. Por casualidad, siguió su mirada, y allí la vio: La silueta
de la criatura, con la mano iluminada por las chispas que la recorrían. Un
plásmido eléctrico. E Ikana... Ikana estaba de pie sobre un charco, producido
por el hielo que se descongelaba desde sus guantes.
Y todo el mundo sabe qué pasa cuando apuntas a un charco con
un plásmido eléctrico.
Se lanzó hacia Ikana sin previo aviso, empujándola al tiempo
que el splicer disparaba. Pisó el charco, sin querer, y notó la descarga
acertarle en el hombro derecho y recorrerle el cuerpo entero, que sufrió
convulsiones, transmitiéndole la electricidad a su acompañante, a quien aún tenía
agarrada.
Gritaron de dolor, gritaron al caer al suelo y notar cómo
sus músculos convulsionaban sin orden ni concierto, cómo perdían la fuerza,
dejando caer sus armas. El EVA... No, no podía ni pensar en alcanzar la jeringa
para dársela a Diamond, no con aquella descarga.
Cuando, finalmente, la tortura acabó, los dos permanecieron
en el suelo, torturados, doloridos, indefensos, a manos de aquel aterrador
mutante eléctrico que se acercó con una sonrisita. – Habéis tocado donde no
debíais, donde no debíais... - Canturreó. Rex giró la mirada, viendo a la
pequeña en el rabillo del ojo. ¿Por qué no se movía? ¿Por qué no huía?
- Habéis acabado con todos los demás, así tendré más ADAM
para mí solito... - Se rió, burlón. – Pero antes... Antes me aseguraré de que
no podáis impedírmelo. Y me quedaré con ese EVE...- Se colocó ante ellos,
apuntando a las jeringas azules que habían caído del bolsillo de Rex, con su
rostro mutante y deforme oculto tras una máscara de teatro. Alzó la mano, que
chisporroteó, preparada para terminar de freírlos.
Hora de morir, pensó Rex. Hora de acabar con todo. Allá iban
sus ilusiones, sus sueños de volver a ver el sol, de regresar al mundo real, al
de la superficie. Sus ilusiones de investigar el ADAM en la superficie. Con una
infectada como Diamond y una Little Sister, habría tenido material suficiente
y, quién sabe, tal vez hubiera podido descubrir la manera de revertir sus
efectos. Tal vez habría logrado salvarlas.
Pero allí se acababa todo. Así se acababan las historias en
Rapture. En un callejón oscuro, sucio, a manos de un drogadicto mutante. Éste
alzó la mano, mientras Rex trató de mover sus miembros de nuevo, y entonces...
Se convirtió en una puerta blindada.
No, no sería exacto decir que "se convirtió" en
una puerta blindada. Más bien, una puerta blindada sustituyó al splicer ante
Rex y Diamond. Una puerta a manos del Big Daddy, que la estampó en el suelo,
haciendo temblar el pasillo y rugiendo imponentemente, asegurando su dominio
sobre el splicer, su dominio sobre todo aquel que quisiera hacerle daño a la
pequeña.
Porque no la había abandonado, sino que únicamente había ido
a buscar un escudo, algo para protegerla. Y ahora, de vuelta con su escudo, el
Big Daddy volvía a ser el más fuerte y el más grande del lugar.
- ¡Maldita sea! – Gritó Ikana, que ya había vaciado una de
las jeringas, recuperando su hielo. - ¡Tú otra vez! – Irguiéndose, se dispuso a
enfrentar al protector, mientras que éste volvía a levantar la puerta con
intención de convertir a Diamond en otro amasijo de carne splicer.
Pero Rex no pensaba permitirlo. Ni una cosa, ni la otra.
- ¡No! – Gritó, tratando de recobrar el control del todo,
interponiéndose entre ambos y alzando las manos. - ¡Deteneos! No vamos a
luchar, no queremos hacerle daño a tu pequeña. – Continuó, mirando a Ikana y al
Big Daddy correspondientemente. - ¿Es que no lo veis? ¡Todos aquí tenemos el
mismo objetivo!
- ¿De qué estás hablando? – Preguntó Diamond, acompañada de
un gruñido del gigante, cuya escafandra brillaba con luz ámbar, de advertencia.
- De que todos queremos lo mismo. Queremos que esta pequeña
esté a salvo. – Apuntó a la Little Sister, que miró su dedo, ladeando la
cabeza. – Queremos que esté bien, y él también. – Se volvió al Big Daddy. - ¿No
es eso?
La criatura emitió un sonido que se podría interpretar como
un "continúa", aun interponiendo la puerta entre ellos y la pequeña.
Pero había luz verde, lo que significaba que al menos le daba una oportunidad.
– Escucha, nuestra intención es salir de aquí. De Rapture. Creo que es posible
piratear una de las batisferas, liberarla para subir nosotros sin el control de
Ryan. Queremos sacar a esta niña de Rapture. ¡Queremos llevarla al mundo de la
superficie!
Aquello no pareció gustarle al Protector, que recuperó el
ámbar, y levantó la puerta, golpeando con ella el suelo de nuevo con un
gruñido.
- ¿Y qué quieres, que se quede aquí? – Replicó Ikana,
enfadada, con una capa de hielo formándose alrededor de sus guantes. Sin saber
si aquel intento de negociación llegaría a algo o el Big Daddy no era más que
un perro guardián. - ¿Quieres que siga así, en ese estado, dominada por el
ADAM, como tú y como yo?
- Escucha, sabemos que no eres un animal. – Siguió
intentándolo Rex. – Tienes inteligencia, eres racional. Has podido arrancar esa
puerta de los malditos goznes y usarla como arma. Contigo si nos aliamos,
podemos deshacernos de lo que nos manden Ryan y sus secuaces. Podemos sacarla
de aquí. Podemos curarlas. – Tomó a Ikana del hombro. – Hacer que sus vidas
dejen de girar en torno al ADAM. ¿Quieres lo mejor para esa pequeña, no es así?
¡Incluso tú podrías venirte con nosotros!
- Verás, esto es muy sencillo. – Añadió Ikana, encarándolo
con seriedad. Aun allí, con la única luz titilante, con el vestido roto por la
batalla y los guantes recubiertos de hielo, seguía estando claro que era la
jefa. – Tienes dos opciones: Puedes decidir sacarla de Rapture, hacer lo mejor
para ella, o puedes quedarte con tu maldita programación mental y matar a todos
los que se acerquen a ella hasta que un splicer un poco avispado acabe contigo.
Ha pasado antes, con otros Big Daddy. Sabes que pasará contigo. En ese estado,
no creo que dures otro combate como éste.
- Puedes aliarte con nosotros, - Concluyó Rex. – o seguir
vagando por ahí, esperando la muerte, obedeciendo y poniéndola en peligro. Y
recuerda una cosa, chico... - Se cruzó de brazos frente a él, y alzó la mirada,
mirando fijamente al casco que le devolvía la mirada. – ¡El hombre elige, y el
esclavo obedece!