En aquella
sucursal del Nyr Bank reinaba el más absoluto silencio, roto ocasionalmente por
algún que otro murmullo. Y no es porque estuviera cerrado, ni casi vacío. De
hecho, a aquellas horas de la mañana, el banco estaba hasta los topes. Por eso
habían ido ellos.
La gente que
se encargaba de que todos los demás estuvieran en silencio.
-
Lo
estáis haciendo muy bien. – Dijo el Señor Rosa, con un pasamontañas y un fusil
de asalto en la mano. - Seguid así,
chicos, y todos saldréis de aquí tan enteros como llegasteis. Pero recordad…
Haceos los héroes, contactad con emergencias, con la policía… Y alguien que no
conocéis, una madre, un niño, o una abuela, - Fue señalando con el arma a la
gente según los nombraba. – Alguien inocente morirá por vuestra culpa. Tendréis
compañía de camino al infierno. Señor Amarillo. – Se volvió a uno de sus
compañeros, que estaba detrás del mostrador. - ¿Cómo vamos?
-
Ya
está. – Replicó éste. – No tienen un sistema de seguridad muy bueno… - Ahogó
una risita burlona debajo de la máscara. – Está descargando los fondos a
nuestra cuenta.
-
Bien.
– El Señor Rosa, que era el jefe, se volvió hacia el otro, que vigilaba a todos
los clientes, que se habían arrodillado obedientemente en hileras y miraban al
suelo, temblando de miedo. – Señor Marrón, regístreles. Seguro que podemos
sacar algo de calderilla.
-
Siempre
me toca hacer trabajos de mierda. – Replicó el Señor Marrón, con un gruñido,
pero lo hizo, de todas formas.
Así eran las
cosas. Un día tranquilo de primavera en la ciudad de Albast. Los atracadores
eran buenos en lo que hacían. Un asalto rápido y efectivo, sin víctimas. Asalto
relámpago, lo llamaba el Señor Amarillo. Con las alarmas cortadas y los
inhibidores colocados de antemano, no había forma de que las fuerzas del orden
supieran del atraco. Para cuando la policía llegase al lugar, ellos ya estarían
muy lejos. En algún paraíso fiscal, junto con su dinero.
Pero en
Albast la policía no es la única fuerza que mantiene las calles en orden. Los
funcionarios de azul no son los únicos que se ocupan de que los criminales no
lleguen a fin de mes. Todo un ejército de vigilantes enmascarados se extiende
por la inmensidad acerada que es Albast, patrullando sus calles y tratando, día
a día, de que la ciudad no caiga en manos de los criminales.
Y ese ejército
enmascarado no actúa por medios normales. No anuncia su llegada. Sólo… aparece.
De repente,
toda una lluvia de bombas de humo rodeó a los bandidos, que estaban acabando de
recolectar el dinero de los clientes del banco. Éstos, sobresaltados, miraron a
todos lados.
-
¡Estáis
rodeados! – Gritó una voz, de algún lugar del interior del humo. - ¡No os
mováis!
El Señor
Marrón y el Señor Rosa se miraron, y, sin decir una palabra, abrieron fuego con
sus armas. Pero mira que era idiota… Darles su posición de aquella manera, tras
usar las bombas de humo…
Los rehenes
gritaron, tapándose la cabeza con las manos, mientras el Señor Marrón y el
Señor rosa vaciaban sus cargadores en la zona donde se había oído la voz. Un
poco más a la derecha, un poco más a la izquierda… Las balas fueron llevándose
consigo el humo, y despejando la zona. Y entonces los atracadores, cuando
buscaron con la mirada el cadáver del pobre diablo… Se quedaron de piedra.
-
Espero
que no pensaseis que no iba a venir preparado… - Sonrió el héroe. – Aprendí a
detener balas con la mente cuando tenía nueve años.
No era ningún
farol. Los rehenes levantaron la mirada, asustados, y vieron todas las balas
caídas ante él. La cara de los atracadores era un poema.
-
Mi
nombre es Cerebro. – Se presentó. – Y soy el encargado de que la gente de ésta
ciudad pueda vivir un viernes tranquilo.
Los bandidos
volvieron a mirarse, aterrorizados, y el Señor Rosa avanzó, levantando las
manos en señal de rendición. – Va-vale, mira, escucha… - Cerebro, cuya capucha
– con circunvoluciones como si fuera un cerebro de verdad – le cubría hasta la
nariz, volvió los ojos hacia él. – E-eso que has hecho es impresionante, de
verdad… - El superhéroe se acercó, sacando unas esposas. – Y yo solo… -
Entonces, el Señor Rosa se volvió hacia el Señor Marrón, y gritó. - … ¡Soy
antibalas! ¡Ahora!
El Señor
Marrón volvió a descargar una salva de disparos contra ellos, y Rosa decía la
verdad, porque las balas que le alcanzaron simplemente rebotaron. Pero, las que
no, no alcanzaron a Cerebro tampoco, ya que, haciendo un giro, se ocultó detrás
del Señor Rosa, y, con un gesto, lo lanzó telequinéticamente contra el Señor
Marrón, derribándolos a los dos en el acto.
-
Cuando
aprendí a manejar cuerpos humanos fue a los doce. – Les contó, volviendo a
erguirse, elegantemente. En la sala reinaba el absoluto silencio, más aún que
antes. Todos estaban observantes. La actuación de un superhéroe era un
espectáculo en sí misma. Una historia para sus nietos. – Aunque, como siempre
se dice, no hay que intentar correr antes que andar. – Los bandidos se elevaron
por el aire, con una fuerza invisible que los sujetaba. – La primera vez que
intenté levantar a alguien, el director de mi colegio, concretamente, no
calculé bien la fuerza. Le arranqué un brazo al intentar hacerle saludar.
Hizo saludar
a los señores Rosa y Amarillo, que temblaban de pavor.
-
Con
el tiempo, sin embargo, la cosa fue mejorando. Ahora podría sacaros los dientes
sin que se enterase vuestra lengua. – Sonrió, acercándose a ellos. – Precisión,
fuerza, todo mejoró. Incluso la distancia.
Con un gesto
detuvo al Señor Amarillo, que había surgido de uno de los mostradores, e hizo
que su arma le apuntase en la barbilla. – Mientras pueda verlo, podré
manipularlo. Ese es mi don. Y hoy, es vuestra maldición.
Tras ésta
declaración de intenciones, el atraco estaba solucionado. Los bandidos fueron
esposados y encerrados en la furgoneta del superhéroe, ya que, cuando el
director del banco habló de llamar a la policía, Cerebro lo disuadió. – La
policía es corrupta, puede ser comprada o sobornada. Los llevo a mi base, donde
me ocuparé de hacer que canten y que devuelvan el dinero a sus depósitos.
-
¿Y
qué hay de nuestro dinero? – Preguntó uno de los clientes.
-
Es
una prueba. – Replicó el superhéroe, tranquilizador. – Si os lo devolviéramos
ahora, no podríamos probar que robaron todo ese dinero y condenarlos a una
sentencia justa, ¿no crees? Pero tranquilo, estoy seguro de que desde el banco
podrán darte una compensación. – Miró al gerente del banco, que retrocedió un
paso, como queriendo huir de la conversación. – Si hubieran tenido un sistema
de seguridad como dios manda, yo no sería necesario. ¿Dónde diablos está el
vigilante de seguridad?
-
Se-señor,
- trató de excusarse el gerente. – El vigilante se encarga de individuos
problemáticos o morosos… ¡No pudo hacer nada contra atracadores armados con
fusiles! Pero no se preocupe, caballero. – Se volvió hacia el cliente,
sonriendo. – Hablaremos con el seguro y lo arreglará todo.
Todo estaba
bien. Una escena de la vida cotidiana de Albast, que acababa de una forma de lo
más rutinaria. Cerebro aceleró por la carretera, en su furgoneta, con los
bandidos maniatados atrás.
Solo que no
estaban maniatados. Estaban haciendo inventario del botín, con los pasamontañas
quitados.
-
Joder,
menudo susto nos metiste. – Dijo el Señor Rosa. – Pensé que nos ibas a arrancar
los malditos brazos.
-
Relájate,
Seth. – Replicó Cerebro, al volante. – Todo estaba bajo control. Lo que conté
no era más que un cuento. Recuerda que actuamos con público.
-
Sí,
y es un público con los bolsillos bien llenos… - El Señor Marrón, Duke, examinó
una de las carteras que habían robado. – Vaya, éste creo que había ido a
ingresar el sueldo del mes. Menudo atontado… ¿Y tú, Pérez? ¿No te quedas con
ninguna?
-
Estaba
pensando. – Murmuró Pérez, el Señor Amarillo. – Había algo raro durante la
operación. Creo que nos vigilaban.
-
¿Qué
nos vigilaban? – Repitió Seth, con una risa. – No seas idiota, tú mismo
hackeaste su sistema de seguridad e instalaste los inhibidores, ¿recuerdas?
Metiste bien el número de cuenta, ¿no?
-
Sí,
sí… Relájate. – Lo tranquilizó. – El dinero está seguro.
-
Bien,
ahora podemos hablar de mi parte. – Volvió a intervenir Cerebro. – Mi parte del
trato.
-
Que
sepas que eres un puto carero. – Siseó Seth. – Exigir el 40% de las ganancias,
sólo por entrar ahí y hacer teatro.
-
Déjale
que se lo lleve. – Dijo Duke, que estaba contando dinero. – Después de todo,
fue una pieza clave para la operación, ¿no? A ver… trescientos.
Seth suspiró.
Muy bien… Tendrían que ceder. Las condiciones habían sido esas… Aunque no le
acababa de gustar que los héroes subieran tanto de precio últimamente. Le hacía
pensar que en algún momento decidirían que era más rentable robar el banco
ellos mismos.
-
En
fin, da igual. – Solucionó, levantándose y apoyándose en el respaldo del
copiloto, para hablar con Cerebro. – Qué, ¿cuánto queda para tu “base”?
-
Un
par de minutos, tranquilo, no… Oh, mierda.
En mitad de
la carretera, diez metros por delante de la furgoneta, había un hombre en
armadura, esperándolos con la capa ondeando al viento.
-
Joder,
joder, joder… - El Señor Rosa comentó a perder los nervios. - ¿Quién cojones es
ese? ¿Otro superhéroe?
-
Estamos
jodidos… - Dijo el Señor Amarillo.
-
Relajaos.
– Los cortó Cerebro. – Recoged todo este desastre y aparentad. Yo me ocupo de
él.
Revan.
Cerebro no sabía aún demasiado de él. Sabía que no llevaba más que un par de
meses patrullando las calles, algo más al sur de donde se encontraban. Su
indumentaria recordaba a un cruce entre un superhéroe y un caballero medieval,
o un samurái, y se decía de él que era despiadado con los criminales.
Era un
idealista. Malas noticias para Cerebro.
Los
idealistas eran gente que no parecía entender cómo funcionaba el mundo. Gente
que entendía que las cosas sólo podían ser blancas o negras, que no estaban
todas manchadas de gris. Gente que no parecía tener facturas de Universidad o
de hospital que pagar.
No entendían
lo que era un statu quo: Si quieres
que la ciudad se mantenga en un orden relativo, tienes que dejar que la chusma
campe a sus anchas hasta cierto punto. Tienes que soltar la correa lo
suficiente como para que no se vea obligada a morderte la mano. Los superhéroes
de verdad los llamaban idealistas.
Los mafiosos,
cadáveres.
¿Revan?
Cerebro no le daba más de seis meses, antes de que se encontrase con algún
hueso duro de roer que se le atragantase en la garganta. Pero, por el momento,
era su problema. Y él tenía que lidiar con él. Así que bajó de la furgoneta y
se acercó al otro superhéroe. Había que mantener las formas.
-
Revan.
– Lo saludó, aparentando alegría. - ¿En qué puedo ayudarte?
-
Me
informaron de un atraco en el Nyr Bank. – Replicó éste, con la voz cavernosa
alterada por un distorsionador.
-
Ah,
el atraco. – Sonrió Cerebro, ocultando su extrañeza. Pensaba que los
atracadores habían desarmado el sistema de alarmas. ¿Cómo lo había sabido? Lo
miró, suspicaz. – Pensé que mi axón había sido el único que se había dado
cuenta. No te preocupes, ya está cubierto. - Hizo un gesto hacia el vehículo. –
Ya avisé hasta la policía, pero hasta entonces, estos chicos son cosa mía.
-
Vas
a interrogarlos, entiendo. – Revan no se movió ni un milímetro, y, por la voz,
no parecía muy contento. Cerebro lo entendía. Oficialmente, los superhéroes no
recibían ningún pago por su labor, pero el reconocimiento y la fama sí que
estaban muy cotizados, por lo que no eran extrañas las confrontaciones entre
ellos por hacerse con el control de un escenario.
-
Lo
siento por haberte hecho venir en vano. – Cerebro intentó no convertir aquello
en una discusión. Tenía prisa. – Mira, la próxima vez que reciba un aviso como
éste, te lo mandaré, ¿vale?
-
No
estoy enfadado. – Aseguró Revan. – Sólo estoy pensando.
-
Vaya,
¿Sobre qué?
-
Los
inhibidores. – Respondió Revan. – Cuatro inhibidores, modelo SZ-201. Un modelo
nuevo. Se crearon para su uso militar, para proteger objetivos sensibles de
ataques cibernéticos o para control de masas en revueltas. Nada puede entrar ni
salir de allí.
-
Bueno,
¿Y qué? – Preguntó Cerebro. No le gustaba el giro que tomaba todo aquello.
-
Y
todo. – Replicó Revan, que le perforaba con la mirada, desde detrás del yelmo.
– Estaba buscándolos. Desaparecieron de un almacén del gobierno junto a varios
discos de información confidencial hace dos semanas, en una operación de tres
personas en la que murieron quince inocentes.
-
¡¿Quince?!
– Era imposible. Le habían prometido que era su primera vez. Cuando el Señor
Amarillo llevó los inhibidores no dio explicaciones de dónde los había sacado,
y nadie preguntó. Pero quince muertos… “No, no puede ser”, pensó. El Señor
Amarillo era incapaz de matar a quince personas o de participar en ese tipo de
operaciones.
-
Asesinato
de quince personas y robo de propiedad del Gobierno. – Enumeró Revan,
fríamente. – La sentencia es la pena de muerte.
La voz del
superhéroe sonó metálica e impersonal por el distorsionador de la máscara. Pero
no tenía sentido. Aquellos hombres no eran más que atracadores de bancos. Cerebro
trató de pensar. – E-está bien, me los llevaré a la base y desde allí
contactaré con alguna de las agencias, para que se los lleven.
-
Cerebro. – Llamó Revan, cuando ya abría la puerta de
la furgoneta. - ¿Cuánto tiempo llevas en su equipo?
-
¿De
qué hablas? – Mierda. Le había pillado. Estaba seguro. No, segurísimo. Trató de
disfrazar su nerviosismo de desconfianza. Pero el hecho de que Revan no se
moviera ni un milímetro no ayudaba en absoluto.
-
Entre
las cosas que me contaron cuando trabajé en el caso de los inhibidores fue que
cualquiera no implicado en su desarrollo necesitaría un mínimo de treinta
minutos para sortearlos y acceder al edificio, más otros pongamos diez para
hacerse con las cámaras. Explícame cómo es que, a los veinte minutos, estabas a
la vuelta de la esquina, con una furgoneta ex
profeso y una carga de bombas de humo. Parece cosa de magia.
Cerebro cerró
lentamente la puerta de la furgoneta. Tenía que respirar. No sería bueno que
muriera un superhéroe allí, sin más. Investigarían su muerte y sería aún más
problemático.
-
Es
como esos trucos en los que el mago, en el escenario, pide un voluntario para
su truco, que resulta ser un cómplice. Solo que, en ésta ocasión, los papeles
se invierten. El voluntario falsamente escogido al azar, es el mago.
-
Revan,
yo…
-
Tu
sentencia está hecha desde el momento en el que saliste de aquel edificio y
desataste a los hombres. – Lo cortó Revan. – Eres un traidor al gremio. Escoria
que se ha rebajado al nivel de criminales y mafiosos. Ahora lo único que tengo
es curiosidad. ¿Qué hace que un hombre que lleva veinte años en esto decida
convertirse en aquello que ha jurado detener?
-
Tú
mismo lo has dicho. – Lo tenía. Lo tenía desde el principio y sólo había jugado
con él. No sabía cómo lo había sabido, pero ya no importaba. – Veinte años.
Muchacho. Veinte años dejándome la piel por ésta asquerosa ciudad. Veinte años
sin ver un duro por todo lo que hacemos.
-
No
lo hacemos por el dinero.
-
No
todos somos tan virtuosos como tú, Revan, ni huérfanos billonarios herederos de
la familia más influyente de la ciudad. – Replicó Cerebro, despectivo y lleno
de ira por dentro. Aquellos idealistas perfectos siempre daban problemas a la
gente normal como él. – Algunos tenemos facturas de hospital que pagar.
-
Así
que prostituyes tu nombre. – Resumió el otro. - ¿Y qué hay de la moral?
-
¿Moral?
No seas ridículo, chico. Éste es el mundo real. Aquí, cuando no te roba un
yonqui en un callejón, lo hace el banco, o el Gobierno. Todo el mundo coge lo
que quiere sin mirar a los demás. ¿Por qué ser los únicos idiotas que lo hacen
por altruismo?
-
Porque
cuando el mundo está en oscuridad, es cuando más necesita la luz. – Replicó sin
dudar. – Y, al igual que la luz, nuestra misión es hender las tinieblas con
todos los medios a nuestro alcance para iluminarlas con el resplandor de la
ley.
-
¿Lo
has sacado de algún videojuego o un cómic? – Se burló Cerebro. – Porque son los
únicos sitios donde eso no sonaría como el desvarío de un loco. Estamos en el mundo
real, chico. Espabila.
-
De
acuerdo. – Accedió Revan. – Aquí va algo
mucho más real. Eres un traidor y un criminal, y has ayudado a múltiples
ladrones y asesinos a cometer sus crímenes aceptando sobornos a cambio. Eso te
convierte en cómplice de todos y cada uno de ellos, una buena temporada entre
rejas.
-
¿Me
estás amenazando? – Puede que Cerebro ya no fuera tan joven, pero aún seguía
siendo telekinético. Y no le tenía miedo a una absurda armadura con un pirado
justiciero dentro.
-
Te
estoy informando de los cargos por los que pienso acusarte cuando te arrastre a
la comisaría más cercana. Vas a ir a la cárcel, Cerebro. Y te aseguro que allí
no les tienen mucho respeto a los superhéroes, ya sean corruptos o no.
-
Chico…
- Cerebro miró a ambos lados. Era una carretera apartada, en las afueras.
Estaba vacío. – Supongo que tendrás testigo de todos esos crímenes, ¿verdad?
-
Tengo
tu palabra.
Esas tres
palabras sellaron el destino de Revan.
-
Eso
puedo arreglarlo.
Y, con un
movimiento de mano, Cerebro convirtió el casco metálico de Revan en un montón
de basura. Basura empapada de rojo. Crash. La cabeza de Revan convertido en un
amasijo de metal arrugado.
Mierda. No
debería haberlo hecho. Tenía que haberle pegado un tiro, o algo por el estilo
que no llevase hasta él. Ahora tenía que ocuparse del cuerpo. Colocó la mano
para aplastar también el pecho y hacer un paquete, más fácil de transportar. Pero,
cuando lo aplastó, se encontró con que ya no había más sangre. Era casi como si
no fuera…
-
Mierda.
-
Exacto.
– Confirmó la voz de Revan, tras él, junto al sonido de una pistola
amartillándose. – Ahora además incluiré intento de asesinato. Tienes suerte de
que no me gusten las sandías… Porque, si no, ahora estaría muy enfadado.
Revan se
encontraba un par de metros detrás, apuntándole con su arma al lado de la
puerta trasera de la furgoneta. Pero Cerebro no le dio oportunidad de disparar.
Le lanzó lo que quedaba de la armadura vacía, perchero y radio incluidos, pero
Revan se quitó, y lo único que hizo fue hundirlas bien profundo en el vehículo.
Y entonces… Comenzó.
Cerebro nunca
había querido llegar a aquello. No le gustaban las confrontaciones directas. Le
parecían aburridas y sin sentido, sobre todo para él, que tenía unos poderes
capaces de terminar al instante toda batalla y terminar con sus enemigos. Sólo
tenía que concentrarse y elevarlos tres metros en el aire.
Pero claro,
eso era si lograba atraparlos. Y Revan, pese a su tamaño y su armadura, era
asombrosamente rápido. Señales, otros coches… Cerebro los arrancaba del suelo
como si fueran cerezas en una tarta de nata, pero Revan ya se había resguardado
en el siguiente y disparaba, sin mucho éxito.
Al final,
Cerebro se aburrió de que jugara con él, y, con un movimiento giratorio, hizo
rodar todos los vehículos a su alrededor, exponiendo al superhéroe.
-
¡Basta
ya! ¿Crees que podrás aguantar mucho con esa estratagema de mierda?
-
Con
esa no… ¡Pero con ésta sí! – Gritó, y lanzó algo que tenía en la mano. Con
sorpresa, Cerebro reconoció el proyectil antes de que aterrizase: Una bomba de humo.
Estaba usando su propia técnica contra él, cegándolo para evitar que pudiera
atacarlo.
Pero no le
iba a servir mucho. Sus poderes eran mayores, mucho mayores de lo que nunca
Revan pudo imaginar. Extendiendo los brazos, expulsó al humo de allí como quien
separa las aguas de un mar… Justo a tiempo para Revan, que saltó sobre él.
Pero, de
nuevo, fue sin éxito.
-
¿Todavía
no lo has entendido, muchacho? – Dijo, orgulloso, el mutante, mientras lo
mantenía en el aire, sostenido por sus habilidades. – Soy físicamente superior
a ti. No puedes vencerme. – Sin embargo, parecía incapaz de reconocerlo, ya que
se puso a dispararle a quemarropa con la pistola, disparos que iban quedándose
en el aire. Uno tras otro tras otro tras otro. – No importa lo que hagas. – con
un gesto lanzó su pistola al aire, fuera de su alcance. – No importa qué armas
uses. Eres incapaz de alcanzarme. Y, sin embargo, yo… - Apretó su cuello
lentamente con sus poderes psiónicos. – Mira qué fácil me resulta a mí matarte.
Revan trató
de hablar, pero la presa de su cuello era demasiado intensa. – No… Detente…
-
Sabes,
creo que lo haré así, lentamente. Los idealistas podéis ser un grano en el culo
tan grande… Creo que para una vez que cae uno en mis manos, voy a disfrutar
hasta el final, ¿qué opinas?
-
Creo…
Creo que eres un sádico. – Dijo con voz
ahogada el héroe. – Creo que deberías estar encerrado de por vida. Como mínimo.
-
Sí,
bueno, te gustaría. – Se encogió de hombros. – A todos nos gustarían muchas
cosas. Pero éste es el mundo real. Por eso los realistas… - Se señaló. – Al
final acabamos triunfando, mientras que los idealistas… - Le dio un golpecito
en el peto metálico. – Acabáis así, muertos en algún callejón de mierda. Sabes,
en realidad ser un superhéroe no mola nada.
-
Somos…
- Trató de hablar Revan. – Somos la luz… Que ilumina la oscuridad…
-
¿Sigues
con esa estúpida metáfora de cómic? – Escupió Cerebro. – Te diría que
madurases, pero tampoco es como si te fuera a dar tiempo.
-
Y
la luz… - Siguió hablando Revan, como si no lo hubiera oído. – La luz ilumina a
todos por igual.
Y, en aquel
momento, hubo un sonido muy extraño, y Cerebro dejó de sentir parte de su
abdomen. Cuando miró, se le heló la sangre en las venas.
De un mango
que había en la mano de Revan surgía una especie de hoja de luz, que se
adentraba en su vientre y salía por la espalda. La sorpresa hizo que aflojara
la presa en el cuello del chico. - ¿Cómo…? – Se preguntó. - ¿Cómo has…?
-
Sólo
puedes mover lo que puedes ver. – Le recordó Revan. – Y me aseguré de que me
mirases a la cara. Además… - Añadió. – Puede que seas bueno, pero ningún
telekinético puede llegar a controlar los fotones.
-
Luz…
- Dijo el antiguo superhéroe. – Es sólo un haz de… Luz.
-
La
Luz que ilumina la oscuridad. – Repitió Revan, cayendo al suelo de forma
elegante. Lo agarró del abdomen con la otra mano, y sacó de un tirón la espada
de luz. Cerebro lo miró, aturdido por el shock. – Corta y cauteriza a la vez. –
Explicó Revan. – No morirás desangrado. – Luego volvió a mirar la herida. –
Pero no creo que pueda hacer nada por tu riñón, tu estómago o tus intestinos.
La defensa propia es una putada, lo sé. Y ahora, a dormir. Tendrás mucho tiempo
conectado a una máquina para pensar en lo que has hecho. – Y, dicho esto, lo
dejó inconsciente.
Ahora sí que
había terminado el atraco. Cuando Revan abrió la furgoneta por atrás, se
encontró a los tres bandidos, que lo habían visto todo y levantaron las manos,
aterrados.
-
¡No
nos mates, por favor! – Gritaron. - ¡No hemos robado nada, no hemos matado a
nadie! ¡Por favor, llévanos a la cárcel, golpéanos, pero no uses esa cosa en
nosotros!
Por un
momento, Revan pareció reconsiderar las opciones. O tal vez se riera de un
chiste que sólo él había captado. – No, creo que no volveré a encenderla. –
Dijo, para alivio de los tres hombres. – Sois culpables de atraco a mano armada
y pertenencia a banda criminal. – Lanzó unas esposas entre ellos. – Pasaréis
una buena temporada en la cárcel, y después…
-
Sí,
sí, lo que quieras… Pero no nos mates, por favor… - Pidió uno de ellos. -
¿Quieres que te pasemos el dinero a tu cuenta personal o algo por el estilo?
-
El
dinero… - El superhéroe se quedó pensativo un momento, en el que los ladrones
creyeron que decidiría algo que no les gustaría. – Al parecer, uno de vuestros
compañeros se ha equivocado al poner el número de la cuenta de destino, y el
Nyr Bank, a pesar de ser sospechoso de blanqueo de dinero, ha hecho una gran
transferencia a una organización de ayuda a refugiados de guerra.
-
¿Qué?
– Respondió el informático del equipo, cuando lo miraron los otros dos. – Yo no
he…
-
¿Estás
seguro? Pensaba hablar con el juez para que lo tuviera en cuenta, pero si no…
Los ladrones
no se perdieron una, y aceptaron rápidamente el nuevo destino del dinero robado,
sin resistirse tampoco cuando él los esposó a una farola hasta la llegada de
policía.
Y todo estaba
hecho. Tal vez un poco de papeleo, una charla con las autoridades, y todo
habría acabado. Revan podía respirar más tranquilo. Al igual que su contacto.
-
Zodiaco,
aquí Revan. – La voz del héroe resonó en los altavoces del ordenador. La joven
que había ante éste se vio tentada de sonreír al oír el nombre. - ¿Sigues ahí?
-
Sí,
aquí Charlie, Rev. – Fue su respuesta. – Buen trabajo.
-
Tú
has hecho un buen trabajo. – Replicó Revan. – Tú sorteaste las barreras que
puso el señor Salazar y analizaste la situación a la perfección. Yo le planté
cara a éste idiota, pero no habría podido si no hubieras sacado todo lo de los
inhibidores.
-
Bueno,
es cierto que los robaron hace dos semanas. – Charlie se encogió de hombros,
quitándole importancia. – Conseguimos atrapar al ladrón poco después, pero le
dejamos venderlas para rastrear la compra y aumentar las capturas. El resto
sólo fue para adornar.
-
Lo
sé, pero no me gusta llevarme toda la gloria cuando tú has sido el cerebro de
la operación.
-
La
gloria no es para mí. – Replicó Charlie, pasando sus ojos rasgados por las
pantallas de ordenador. – Sobre todo con un examen de cálculo la semana que
viene. Sé que tú no sabes lo que es un examen difícil, pero otros…
Al otro lado
de la línea, Revan se encogió de hombros. Si no quería gloria, por él perfecto.
Ambos sabían cómo habían ido las cosas. Para ellos, era suficiente.
-
Ah,
se me olvidaba. – Le dijo a Charlie, mirando a su alrededor. – Abre la página
web de R3CYCLE. Quiero poner un anuncio.
-
¿Un
anuncio?
-
Se
vende furgoneta blanca. – Dictó Revan. – Con, digamos, mil kilómetros. Tapizado
interior y caja fácil de limpiar. Puede que haya billetes caídos. – Se inclinó
sobre el asiento para coger uno de debajo de la alfombrilla.
-
¿Y
en desperfectos? – Preguntó Charlie, en un tono que Revan no sabría decir si
era de broma o no.
-
Los
desperfectos… - Revan examinó la armadura que había usado como señuelo, clavada
hasta la mitad en la pared del vehículo. – Puede que tenga un arañazo en el
costado.