lunes, 20 de febrero de 2017

Rapture: Frente al Abismo

- ¿Acaso un hombre no puede disfrutar el beneficio de su trabajo honrado, del sudor de su frente? ¿No podemos ganar dinero sin que Papá Estado nos diga a quién tenemos que dárselo? No, yo quiero lo que es mío. Por eso elegí algo diferente. Elegí el sueño de Rapture. Como todos los que estamos aquí, en realidad.
-  Vaya, Samy, por cómo hablas, más que el sudor de tu frente parece que lo que quieres es el del culo de Ryan. – Se echó a reír otro de los hombres, disfrutando de la fiesta y las comodidades de Fort Frolic, la zona de fiestas oficial de Rapture. – Sí, admito que aquí abajo se está mucho mejor sin la URSS y todos esos comunistas – no te ofendas, guapa – le echó una mirada a la joven rubia que observaba la conversación, taciturna y con otra copa en su mano. – Pero es evidente que la utopía de Ryan de una sociedad perfecta no es más que una fantasía. Mira, si no, lo rápido que han surgido contrabandistas como Fontaine.
No le faltaba razón. Pero, pensándolo con la cabeza fría, toda aquella situación resultaba un poco irreal. Allí estaban, en medio del océano atlántico, a cientos de metros bajo la superficie. El Sueño de Rapture, desarrollado por Andrew Ryan, había probado ser muy real: La ciudad de la libertad, donde ni la censura ni la moral podrían detener el progreso de la humanidad.
O, al menos, esa era la idea. Porque, donde hay lujo y éxito, no tarda en haber miseria y fracaso. Y, mientras ellos estaban allí, en Fort Frolic, bebiendo y apostando, en Artemis' Suites y otras zonas más desfavorecidas, llenas de trabajadores de bajo nivel y pescadores, las redadas y los disturbios estaban prácticamente a la orden del día, con el ADAM, aquella sustancia prácticamente mágica descubierta por la Dra. Tenembaum como catalizador.
- Ese maldito Fontain, ese estafador y los sinvergüenzas como él, son el problema de Rapture. – Seguía diciendo Sam, moviendo su copa más de la cuenta y evidenciando su embriaguez. – Mucho está tardando Ryan en ponerle unos zapatos de plomo y enviarlo a explorar el fondo marino.
- Pero no puede hacerlo sin más. – Dijo un tercer participante. – No sin tener pruebas contra él. Y hay que reconocer que Fontaine no sólo ha hecho cosas malas, mirad su Hogar para los Pobres.
- No seas inocente, muchacho, Fontaine no es ninguna hermanita de la caridad. – Se echó a reír uno de los hombres. – Con eso lo único que consigue es obtener más poder y más influencia. Ryan sólo se preocupa de la gente que está arriba, así que Fontaine se aprovecha de los pobres para su propio beneficio.
- Parásitos... Son todos iguales, Fontaine y esa chusma. Por mí podrían hundirse en la fosa. – Replicó Sam.
- Puede que sean unos parásitos, pero son muchos, y entre los plásmidos y el contrabando de armas, cada vez tienen más poder. – Explicó otro.
- Sí, pero, en última instancia, Ryan Industries es quien controla las batisferas a la superficie. Si la cosa se pone fea, no podrán escapar de él.
- Y nosotros tampoco. Estaremos aquí, encerrados en Rapture con todos esos delincuentes y parásitos deformados por el ADAM, esos Splicers... Y sólo tendremos a Ryan para frenarlos.
- ¿Y qué opina la señorita Diamond? – Se giró uno de los hombres hacia la mujer de cabello rubio, que se había abstenido de participar en la conversación. - ¿El romanticismo de contrabandista de Fontaine, o el atractivo empresarial del señor Ryan?
- ¿Romanticismo de contrabandista? – Se echó a reír otro. – ¡Cómo te pasas, tío!
Por fortuna, la joven se libró de contestar, ya que, en ese momento, un chico, cuya vestimenta de trabajo desentonaba un poco con el lujo que se respiraba en Fort Frolic, se abrió paso entre la gente, tomándola del hombro. - ¡Señorita Diamond! – La llamó. – Ya está listo, cuando quiera...
- Vaya vaya, parece que la señorita Diamond ya tiene acompañante ésta noche...
- Si me disculpan, caballeros... - Se inclinó cortésmente Diamond. – El señor Salazar prometió mostrarme un pasadizo secreto hasta Olympus Heights...
Al oírlo, los hombres se echaron a reír, mientras Diamond se alejaba.
- Claro, claro, un "pasadizo secreto". – Se decían, guiñándose el ojo y haciendo el gesto para el sexo. – Seguro que lo que quiere es darle por ese pasadizo secreto...
- Oye, tampoco es que se le pueda culpar, al chico... - Dijo otro, repasando la espalda de Diamond mientras ésta se alejaba. – Yo también le buscaría ese pasadizo secreto si me dejara...
- Anda, anda, dejad de decir tonterías. – Se rió un tercero. – Vamos a ver la última exposición de Guertena, a ver qué hace antes de que Cohen lo convierta en una estatua como al anterior.
- Dicen que la estrella de la exposición es un mural completo. "Mundo Fabricado", se llama. Impresionante.
- Yo le doy una semana más de vida. – Dijo otro.
Y todos rieron, sin prestarle más atención a la joven patinadora desaparecida, ni a su aparente novio, Rex Salazar.
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- Creen que vamos a hacer cosas indecentes. – Indicó éste, con una sonrisa, mientras salía de la sala de fiestas.
- Cerdos...
- Oye, que, a mí no me importaría cumplir con sus expectativas. – Bromeó, ganándose un golpe en la nuca de Diamond.
- ¡Eres igual que ellos! – Replicó, mientras se acercaban a la estación del metro de Rapture, un sistema de batisferas que conectaba las distintas partes de la ciudad.
- ¡Venga, Kanna, lo decía de broma! – Se echó a reír el chico, cuando se abrió la puerta de la batisfera. – Esos tíos no saben diferenciar entre Finlandia y la Unión Soviética, van a saber interpretar las señales femeninas... Pero admite que es mejor que piensen que estamos haciendo indecente, a que piensen que estamos haciendo algo indecente e ilegal.
Tomándola de la mano, la ayudó a subir al vehículo, a pesar de que la expatinadora era más que perfectamente capaz de subir sola, e incluso llevándolo a cuestas. – El caso es que, tengo una idea. O tal vez sólo el esbozo de una. Pero tal vez, tanto tú como yo consigamos nuestro propósito.
- ¿Hacia dónde nos dirigimos?
- Vamos hacia Artemis Suites. – Explicó Rex. – Anoche hubo disturbios por allí, así que es posible que los cuerpos sigan allí, con todo su ADAM.

La gente que vivía en Artemis' Suites no era, ni de lejos, tan elegante como los de Olympus Heights. No eran artistas como Guertena, ni deportistas como Diamond. Eran de la clase trabajadora. Obreros, ingenieros, gente más humilde, que ya estaban comenzando a sufrir las consecuencias de aquella perturbada sociedad que había creado Andrew Ryan bajo el mar.
Tras el asombroso descubrimiento del ADAM y el desarrollo de los plásmidos, tónicos que reescribían el código genético del usuario dándole poderes especiales, las desigualdades sociales habían ido aumentando, sobre todo cuando la negativa de Ryan a regularlos poniendo como excusa el libre mercado se había sumado a su capacidad adictiva.
Y así, lentamente, la sociedad iba siendo empapada del sueño venenoso del ADAM, que producía peligrosos adictos mutantes que los más avispados denominaban "Splicers". Un sueño venenoso que afectaba no sólo a los pobres y a la anterior clase media, sino también, cada vez más, a los ricos, que aprovechaban para cambiar su código genético, convirtiéndose en versiones más poderosas – y atractivas, según algunos – de sí mismos.
- ¿ADAM? – Preguntó Diamond, tragando saliva. Su rostro, antes tranquilo, se contrajo en una mueca. - ¿Qué pretendes...? ¡No, Rex! ¡Detén esto, no debo ir allí!
- Relájate, Ikana. – Replicó el ingeniero. – Todo va a salir bien, te lo prometo. Te necesito conmigo.
- ¿Y qué necesito yo, Rex? ¿Necesito ir allí a rodearme de potenciales fuentes de ADAM? – Replicó ella, levantando la voz. - ¿Después de todo el esfuerzo que estoy haciendo para no consumir más? ¡No sabes lo que es eso! No se dice, pero ahí arriba, entre artistas, actores y gente bien, el ADAM también escurre por cada esquina. Me da poder, sí, pero no es, en absoluto, una bendición. No quiero convertirme en una Splicer. No quiero... Dejar de ser yo. – Sacudió los hombros, que Rex rodeó con el brazo, sentándose junto a ella en la batisfera.

- Eso no va a ocurrir. – Le dijo, afectuosamente. – No eres como esos Splicers, no estás sola, ¿De acuerdo? La doctora Tenembaum... La doctora dijo que es algo psicológico, ¿Vale? Dijo que al principio no es irreversible. Se puede curar.
- ¿Y cómo vamos a hacerlo? ¿Cómo voy a curarme de mi adicción encerrada en una ciudad que cada vez apesta más a ADAM?
- Por eso, vamos a salir de aquí. – Replicó Rex, mientras llegaban al puerto de Artemis' Suits. – Por aquí, por favor. Y estate alerta, a partir de ahora estamos en territorio hostil.
Ella lo sabía. Lo sabía de sobra. Había visto aquellas horribles criaturas, los splicers. Había pensado lo que sería acabar convirtiéndose en uno de esos seres, infrahumanos, con la mente y el cuerpo destruidos por el ADAM. Y ella... Ahora mismo, ella estaba al borde del precipicio, mirando hacia abajo. Se puso sus guantes dorados, mientras el revólver de Rex centelleó en la penumbra del lugar, al avanzar por los pasillos, el escenario del conflicto entre Ryan y sus adversarios.
- Bien, la cosa es que los chicos de mantenimiento y yo llevamos unos días viéndola por las cámaras... Creo que podría servirnos, he estado estudiando sus movimientos y es... Ah, espera, por ahí vienen. ¡Cuidado! – Exclamó, en susurros. Ikana se detuvo, al oír pasos. Pasos pesados, que provocaban pequeños temblores. Pasos que se aproximaban. – ¡Por aquí, ven! – La apremió para que lo siguiera, ocultándose detrás de unos escombros quemados en los disturbios.
Y unos instantes después, lo vieron, al propietario de aquellos pasos, pesados y lentos, una de las bestias que vagaban por los recovecos de Rapture desde que habían empezado las desigualdades. Un Big Daddy, con las ventanas de su casco iluminadas en la penumbra. Y ante él... Una silueta diminuta, infantil, caminando con sus piececitos descalzos entre toda la porquería, los charcos y los muertos, con los ojos brillantes ambarinos como única muestra de su condición especial. Ikana Diamond contuvo el aliento. Una Little Sister.
Aquella era una muestra más de la depravación de Rapture, una muestra más de lo retorcida que podía llegar a estar aquella perturbada sociedad. De forma natural, el ADAM era una sustancia producida por ciertas babosas de mar, pero la cantidad que éstas producían era insuficiente para las demandas de la sociedad de Rapture, cada vez más crecientes. Por eso habían ideado una forma de cultivar el ADAM, implantando aquellas babosas en el estómago de niñas pequeñas, procedentes del orfanato y modificadas, genética y mentalmente, que iban por la ciudad, pinchando cadáveres con sus biberones con aguja para recolectar ADAM de los cadáveres y reciclarlo en su estómago.
Como Ikana bien sabía – incluso por aquella sensación, aquel olor – las Little Sisters eran la fuente más pura de ADAM en Rapture, y eso las había hecho uno de los blancos más deseados de los adictos, que, a pesar de las capacidades regenerativas que el ADAM les daba a las niñas, las abrían y tomaban su ADAM. Y para responder a esa preocupación por el bienestar de sus recolectoras, el doctor Suchong había ideado el proyecto Big Daddy.
Su armadura de buzo era una reminiscencia de sus orígenes, submarinistas que se ocupaban del mantenimiento y reparaciones exteriores de Rapture. Cuando las pequeñas Little Sisters habían empezado a correr peligro, siendo secuestradas o incluso asesinadas por el valioso ADAM, el doctor Suchong, entre otros, había desarrollado una línea de guardaespaldas, protectores, privando a aquellos hombres de toda su humanidad, manipulándolos mental y genéticamente, fundiéndolos a los trajes, y programando en sus cerebros deformes la compulsión por proteger a las pequeñas. Así fue como nacieron los Big Daddy. Gigantescas moles con trajes de buzo, y un tremendo taladro en lugar de una de las manos, preparado para atravesar a todos los splicers que se pusieran en su camino.
Lo único era que aquel... Aquel Big Daddy carecía del taladro, y su estado, cuando lo vieron a la luz parpadeante del pasillo, era bastante desmejorado. Había visto días mejores. Había visto otras batallas.
- Esa es. – Dijo Rex, mientras la pequeña, en silencio, se acercaba al cadáver. – Los chicos la llaman "Ghost Sister" ... Verás, normalmente las niñas canturrean, y hablan con los Big Daddy, como... como si fueran niñas normales. – Hizo una pausa, mientras un escalofrío le recorría el espinazo. – Pero ésta es distinta. No sé si la hicieron mal, o revirtió, o simplemente está traumada... Pero todavía no la hemos oído emitir un sonido.
La pareja miró a la pequeña, sacar la jeringa que siempre llevaba consigo y clavársela al muerto, como le habían enseñado. Era distinta, Rex lo tenía claro. Y no sólo era que hablara o se quedaba callada, ya que, en el fondo, la conversación que podían dar los Big Daddy – a los que las pequeñas llamaban afectuosamente "Señor Pompas" – era prácticamente inexistente, sino su forma de actuar.
Cuando trabajaban, las pequeñas extraían el ADAM de los cadáveres, y éste atraía a asaltadores splicer, que trataban de atraparlas. Usualmente las pequeñas se apresuraban y corrían al amparo de sus fuertes Daddys, que rechazaban – casi siempre – a los mutantes, pero ésta no. Ésta se quedaba ahí, parada, mirando fijamente a los splicers, mirando la batalla que el Big Daddy de turno libraba, totalmente indiferente a cualquier signo de peligro, o quizás demasiado aterrorizada como para moverse, sin ponerse a salvo, sin permitir a su Big Daddy descansar o tomarse un respiro.
Y puede que los esclavos de traje de buzo fueran grandes, fuertes, y tuvieran un perforador en lugar de mano derecha, pero no eran invencibles, y tarde o temprano, los splicers terminaban agotándolos y abatiéndolos, momento que aprovechaba la pequeña para escabullirse por los conductos de ventilación.
- Éste debe de ser el tercer Big Daddy al que le hace eso, y tampoco parece ir por buen camino. – Explicó en susurros. – Esa Sister es más vulnerable de lo normal, creo que, si pretendemos escapar con una, es nuestra mejor oportunidad.
- ¿Escapar con una Little Sister? Eso es una locura, ¿Y qué quieres que haga? – Inquirió Ikana. - ¿Acabar con el grandullón y hacerme con ella?
- No, aún no. ¿Oyes eso?
Tenía razón. Cuando Ikana se detuvo a escuchar, oyó pasos ajetreados. Muchos pasos. Gruñidos, gemidos, y el sonido de los ganchos de metal al clavarse en la pared, en la otra esquina.
Splicers. Estaban allí, y no se detendrían ante nada hasta obtener la la niña o mejor, el ADAM que había en su interior.
Los ojos del Big Daddy, o los de su escafandra, cambiaron a rojo, mientras éste daba un pisotón en el suelo, pero la pequeña no pareció darse cuenta, y siguió tranquilamente extrayendo el ADAM.
Y así fue como aparecieron los monstruos. Seres deformes, mutantes, con un vago aspecto humano y con jirones de ropa sobre sus miembros y tumores. La mayoría iban armados con barras metálicas o tuberías, y se lanzaron en manada hacia el Big Daddy, sabiendo que éste era el mayor peligro y el más inmediato.
Y éste respondió, violentamente. Cualquiera que pretendiese tocar un solo pelo de su pequeña iba a tener que pasar por encima de él... Y los Big Daddy son muy grandes. Un Splicer araña, trepando por el techo con aquellos afilados garfios, saltó sobre él, pero el Big Daddy lo agarró en el aire y lo lanzó sobre otro mutante, derribándolos a ambos. Para entonces, ya había otros dos sobre él, golpeándolo y haciéndolo retroceder, y el buzo los rechazó con el muñón donde antes había estado el taladro.
Pero los Splicers eran mutantes, y aunque el abuso de ADAM había convertido a la mayoría en mutantes sin cerebro, no todos ellos estaban indefensos. Había algunos que, antes de perder el control por culpa de los chutes de ADAM, habían tomado los chutes adecuados.
- ¡QUE VOOOY! – Gritó una voz desde el otro lado del pasillo. Y una columna de fuego iluminó el pasillo, pasando a través de los mutantes, que le habían abierto camino, y abrasando al protector. Un splicer ígneo, de los que aún tenían control sobre sus poderes. Un adversario que había que tener en cuenta.
El Big Daddy retrocedió, superado en número, y los splicers le atacaron en grupo, golpeándole una y otra vez, y disparándole los que tenían armas. El Big Daddy, por muy fuerte que fuera, carecía de su arma principal y de su taladro, y estaba siendo superado en número. Rex creyó incluso ver a uno, que debía tener el plásmido de electricidad, preparar en su mano una carga eléctrica, pero antes de que lo hiciera, el Big Daddy retrocedió y huyó por uno de los pasillos, siendo perseguido unos metros por los mutantes, que se reían y se burlaban de él.
- ¡La ha abandonado! – Dijo Diamond, sin poder creérselo. - ¡La ha abandonado a su suerte!
- Se habrá dado cuenta de que ella tampoco va a hacer nada para protegerlo... - Suspiró Rex, viendo a la pequeña, que ya había acabado, mirar a los splicers con aquellos ojos brillantes.
Los splicers se acercaron, rodeándola entre risitas.
- ¿Qué te pasa, pequeña, has perdido a tu papá? – Dijo uno, burlón.
- Ven con nosotros, cielo... - Lo acompañó una mujer. – Te daremos caramelos y ropas bonitas...
- Sí, ven con nosotros, tú y todo ese ADAM...
Era el momento. Los splicers habían derrotado a la mayor amenaza para Ikana y para él, y a su vez, éste les había propinado una buena paliza. Aquella pequeña era la más desprotegida, y por allí... Por allí no había ningún conducto de ventilación disponible. Era su oportunidad.
- ¡Eh! – Gritó Ikana, y ambos dos salieron de su escondrijo. - ¡Ese ADAM es mío, mutantes! ¡Soltadla! – Desenfundando la pistola y aprovechando el factor sorpresa, Rex abatió a uno, mientras que Diamond, por su parte, empuñó una palanca del suelo y saltó hacia el grupo.
El que tenían más cerca se lanzó hacia ellos, pero no durante mucho tiempo. - ¡Quieto! Gritó Ikana, extendiendo la mano. Puede que al tomar ADAM hubiera cometido el mayor error de su vida y puede que hubiera puesto en peligro su carrera, pero aquella sustancia milagrosa también tenía cosas buenas: Ahora, con sólo desearlo, era capaz de convertir a sus enemigos en sendas esculturas de hielo, lo suficientemente frágiles como para quebrarse bajo la sugestión de la palanca que había recogido.
La manada de mutantes se lanzó hacia ellos, pero Rex e Ikana no eran un Big Daddy agotado por batallas anteriores, ni estaban indefensos. Sobre todo, Ikana, el verdadero peligro, pues se paseaba alrededor de la niña congelando a diestro y siniestro, protegiéndose de los golpes de los splicers con la palanca y arreándoles sin dudar.
Rex disparó a una de las estatuas de hielo, haciéndola añicos, pero luego tuvo que agacharse para esquivar la bocanada de fuego del splicer llameante. - ¡Ikana! – avisó a la rubia. - ¡Ten cuidado!
Con un movimiento circular, la joven usó a otro splicer de escudo, y ambos pudieron oler la carne quemada, mientras Rex disparaba para abatir al piroquinético.
Pero aquella era su última bala, y, sin su arma, Rex no era más que un técnico computacional. Un cerebrito entre mutantes sobrehumanos. Un futuro cadáver, como bien se preocupó de recordarle un splicer, que lo agarró, con intención de acabar con él... Para ser abatido, en el último momento, por un disparo. De Diamond.
- ¿Qué? – Preguntó, rodeada de estatuas de hielo. – Me he quedado sin EVA.
Rex suspiró. Claro, el EVA, el ADAM procesado que se utilizaba para cargar las habilidades de los plásmidos. No era tan adictivo como el ADAM puro, ni tan escaso, así que Rex había podido hacerse con un par de jeringas para Ikana. Una pena que no hubiera sido tan previsor con sus propias balas. Pero a pesar de todo, no era eso lo que le preocupaba.
- Un... ¿Un arma? ¿Cómo es que...?
- No soy patinadora. – Dijo ella, tras decidirlo con un suspiro. – Bueno, sí lo soy. Lo era. Mi alias es Inka Timatti. Soy de la Interpol. Vine aquí investigando las desapariciones. El patinaje era mi coartada.
- Creo que me quedo con "Diamond". Pero te capturó el sueño de Rapture, ¿Eh? – Sonrió Rex, mirando a su alrededor, al igual que Ikana. Los splicers restantes podían atacar en cualquier momento, desde las sombras. - No te culpo, yo acabé aquí de forma similar. Las mentes más brillantes del mundo, reunidas en una sola ciudad...
- Bien, pues ya has visto que las mentes más brillantes no son más que un puñado de tarados megalómanos. – Replicó Diamond. – Y yo tengo suficientes datos y pruebas como para salir de aquí e ir directa a informar. Y si además nos pudiéramos llevar a la pequeña...
Miró tras ella, buscando a la pequeña, que seguía allí, mirando a un lado. Por casualidad, siguió su mirada, y allí la vio: La silueta de la criatura, con la mano iluminada por las chispas que la recorrían. Un plásmido eléctrico. E Ikana... Ikana estaba de pie sobre un charco, producido por el hielo que se descongelaba desde sus guantes.
Y todo el mundo sabe qué pasa cuando apuntas a un charco con un plásmido eléctrico.
Se lanzó hacia Ikana sin previo aviso, empujándola al tiempo que el splicer disparaba. Pisó el charco, sin querer, y notó la descarga acertarle en el hombro derecho y recorrerle el cuerpo entero, que sufrió convulsiones, transmitiéndole la electricidad a su acompañante, a quien aún tenía agarrada.
Gritaron de dolor, gritaron al caer al suelo y notar cómo sus músculos convulsionaban sin orden ni concierto, cómo perdían la fuerza, dejando caer sus armas. El EVA... No, no podía ni pensar en alcanzar la jeringa para dársela a Diamond, no con aquella descarga.
Cuando, finalmente, la tortura acabó, los dos permanecieron en el suelo, torturados, doloridos, indefensos, a manos de aquel aterrador mutante eléctrico que se acercó con una sonrisita. – Habéis tocado donde no debíais, donde no debíais... - Canturreó. Rex giró la mirada, viendo a la pequeña en el rabillo del ojo. ¿Por qué no se movía? ¿Por qué no huía?
- Habéis acabado con todos los demás, así tendré más ADAM para mí solito... - Se rió, burlón. – Pero antes... Antes me aseguraré de que no podáis impedírmelo. Y me quedaré con ese EVE...- Se colocó ante ellos, apuntando a las jeringas azules que habían caído del bolsillo de Rex, con su rostro mutante y deforme oculto tras una máscara de teatro. Alzó la mano, que chisporroteó, preparada para terminar de freírlos.
Hora de morir, pensó Rex. Hora de acabar con todo. Allá iban sus ilusiones, sus sueños de volver a ver el sol, de regresar al mundo real, al de la superficie. Sus ilusiones de investigar el ADAM en la superficie. Con una infectada como Diamond y una Little Sister, habría tenido material suficiente y, quién sabe, tal vez hubiera podido descubrir la manera de revertir sus efectos. Tal vez habría logrado salvarlas.
Pero allí se acababa todo. Así se acababan las historias en Rapture. En un callejón oscuro, sucio, a manos de un drogadicto mutante. Éste alzó la mano, mientras Rex trató de mover sus miembros de nuevo, y entonces... Se convirtió en una puerta blindada.
No, no sería exacto decir que "se convirtió" en una puerta blindada. Más bien, una puerta blindada sustituyó al splicer ante Rex y Diamond. Una puerta a manos del Big Daddy, que la estampó en el suelo, haciendo temblar el pasillo y rugiendo imponentemente, asegurando su dominio sobre el splicer, su dominio sobre todo aquel que quisiera hacerle daño a la pequeña.
Porque no la había abandonado, sino que únicamente había ido a buscar un escudo, algo para protegerla. Y ahora, de vuelta con su escudo, el Big Daddy volvía a ser el más fuerte y el más grande del lugar.
- ¡Maldita sea! – Gritó Ikana, que ya había vaciado una de las jeringas, recuperando su hielo. - ¡Tú otra vez! – Irguiéndose, se dispuso a enfrentar al protector, mientras que éste volvía a levantar la puerta con intención de convertir a Diamond en otro amasijo de carne splicer.
Pero Rex no pensaba permitirlo. Ni una cosa, ni la otra.
- ¡No! – Gritó, tratando de recobrar el control del todo, interponiéndose entre ambos y alzando las manos. - ¡Deteneos! No vamos a luchar, no queremos hacerle daño a tu pequeña. – Continuó, mirando a Ikana y al Big Daddy correspondientemente. - ¿Es que no lo veis? ¡Todos aquí tenemos el mismo objetivo!
- ¿De qué estás hablando? – Preguntó Diamond, acompañada de un gruñido del gigante, cuya escafandra brillaba con luz ámbar, de advertencia.
- De que todos queremos lo mismo. Queremos que esta pequeña esté a salvo. – Apuntó a la Little Sister, que miró su dedo, ladeando la cabeza. – Queremos que esté bien, y él también. – Se volvió al Big Daddy. - ¿No es eso?
La criatura emitió un sonido que se podría interpretar como un "continúa", aun interponiendo la puerta entre ellos y la pequeña. Pero había luz verde, lo que significaba que al menos le daba una oportunidad. – Escucha, nuestra intención es salir de aquí. De Rapture. Creo que es posible piratear una de las batisferas, liberarla para subir nosotros sin el control de Ryan. Queremos sacar a esta niña de Rapture. ¡Queremos llevarla al mundo de la superficie!
Aquello no pareció gustarle al Protector, que recuperó el ámbar, y levantó la puerta, golpeando con ella el suelo de nuevo con un gruñido.
- ¿Y qué quieres, que se quede aquí? – Replicó Ikana, enfadada, con una capa de hielo formándose alrededor de sus guantes. Sin saber si aquel intento de negociación llegaría a algo o el Big Daddy no era más que un perro guardián. - ¿Quieres que siga así, en ese estado, dominada por el ADAM, como tú y como yo?
- Escucha, sabemos que no eres un animal. – Siguió intentándolo Rex. – Tienes inteligencia, eres racional. Has podido arrancar esa puerta de los malditos goznes y usarla como arma. Contigo si nos aliamos, podemos deshacernos de lo que nos manden Ryan y sus secuaces. Podemos sacarla de aquí. Podemos curarlas. – Tomó a Ikana del hombro. – Hacer que sus vidas dejen de girar en torno al ADAM. ¿Quieres lo mejor para esa pequeña, no es así? ¡Incluso tú podrías venirte con nosotros!
- Verás, esto es muy sencillo. – Añadió Ikana, encarándolo con seriedad. Aun allí, con la única luz titilante, con el vestido roto por la batalla y los guantes recubiertos de hielo, seguía estando claro que era la jefa. – Tienes dos opciones: Puedes decidir sacarla de Rapture, hacer lo mejor para ella, o puedes quedarte con tu maldita programación mental y matar a todos los que se acerquen a ella hasta que un splicer un poco avispado acabe contigo. Ha pasado antes, con otros Big Daddy. Sabes que pasará contigo. En ese estado, no creo que dures otro combate como éste.
- Puedes aliarte con nosotros, - Concluyó Rex. – o seguir vagando por ahí, esperando la muerte, obedeciendo y poniéndola en peligro. Y recuerda una cosa, chico... - Se cruzó de brazos frente a él, y alzó la mirada, mirando fijamente al casco que le devolvía la mirada. – ¡El hombre elige, y el esclavo obedece!


domingo, 29 de enero de 2017

La Espada y la Estrella

En aquella sucursal del Nyr Bank reinaba el más absoluto silencio, roto ocasionalmente por algún que otro murmullo. Y no es porque estuviera cerrado, ni casi vacío. De hecho, a aquellas horas de la mañana, el banco estaba hasta los topes. Por eso habían ido ellos.
La gente que se encargaba de que todos los demás estuvieran en silencio.
-          Lo estáis haciendo muy bien. – Dijo el Señor Rosa, con un pasamontañas y un fusil de asalto en la mano. -  Seguid así, chicos, y todos saldréis de aquí tan enteros como llegasteis. Pero recordad… Haceos los héroes, contactad con emergencias, con la policía… Y alguien que no conocéis, una madre, un niño, o una abuela, - Fue señalando con el arma a la gente según los nombraba. – Alguien inocente morirá por vuestra culpa. Tendréis compañía de camino al infierno. Señor Amarillo. – Se volvió a uno de sus compañeros, que estaba detrás del mostrador. - ¿Cómo vamos?
-          Ya está. – Replicó éste. – No tienen un sistema de seguridad muy bueno… - Ahogó una risita burlona debajo de la máscara. – Está descargando los fondos a nuestra cuenta.
-          Bien. – El Señor Rosa, que era el jefe, se volvió hacia el otro, que vigilaba a todos los clientes, que se habían arrodillado obedientemente en hileras y miraban al suelo, temblando de miedo. – Señor Marrón, regístreles. Seguro que podemos sacar algo de calderilla.
-          Siempre me toca hacer trabajos de mierda. – Replicó el Señor Marrón, con un gruñido, pero lo hizo, de todas formas.
Así eran las cosas. Un día tranquilo de primavera en la ciudad de Albast. Los atracadores eran buenos en lo que hacían. Un asalto rápido y efectivo, sin víctimas. Asalto relámpago, lo llamaba el Señor Amarillo. Con las alarmas cortadas y los inhibidores colocados de antemano, no había forma de que las fuerzas del orden supieran del atraco. Para cuando la policía llegase al lugar, ellos ya estarían muy lejos. En algún paraíso fiscal, junto con su dinero.
Pero en Albast la policía no es la única fuerza que mantiene las calles en orden. Los funcionarios de azul no son los únicos que se ocupan de que los criminales no lleguen a fin de mes. Todo un ejército de vigilantes enmascarados se extiende por la inmensidad acerada que es Albast, patrullando sus calles y tratando, día a día, de que la ciudad no caiga en manos de los criminales.
Y ese ejército enmascarado no actúa por medios normales. No anuncia su llegada. Sólo… aparece.
De repente, toda una lluvia de bombas de humo rodeó a los bandidos, que estaban acabando de recolectar el dinero de los clientes del banco. Éstos, sobresaltados, miraron a todos lados.
-          ¡Estáis rodeados! – Gritó una voz, de algún lugar del interior del humo. - ¡No os mováis!
El Señor Marrón y el Señor Rosa se miraron, y, sin decir una palabra, abrieron fuego con sus armas. Pero mira que era idiota… Darles su posición de aquella manera, tras usar las bombas de humo…
Los rehenes gritaron, tapándose la cabeza con las manos, mientras el Señor Marrón y el Señor rosa vaciaban sus cargadores en la zona donde se había oído la voz. Un poco más a la derecha, un poco más a la izquierda… Las balas fueron llevándose consigo el humo, y despejando la zona. Y entonces los atracadores, cuando buscaron con la mirada el cadáver del pobre diablo… Se quedaron de piedra.
-          Espero que no pensaseis que no iba a venir preparado… - Sonrió el héroe. – Aprendí a detener balas con la mente cuando tenía nueve años.
No era ningún farol. Los rehenes levantaron la mirada, asustados, y vieron todas las balas caídas ante él. La cara de los atracadores era un poema.
-          Mi nombre es Cerebro. – Se presentó. – Y soy el encargado de que la gente de ésta ciudad pueda vivir un viernes tranquilo.
Los bandidos volvieron a mirarse, aterrorizados, y el Señor Rosa avanzó, levantando las manos en señal de rendición. – Va-vale, mira, escucha… - Cerebro, cuya capucha – con circunvoluciones como si fuera un cerebro de verdad – le cubría hasta la nariz, volvió los ojos hacia él. – E-eso que has hecho es impresionante, de verdad… - El superhéroe se acercó, sacando unas esposas. – Y yo solo… - Entonces, el Señor Rosa se volvió hacia el Señor Marrón, y gritó. - … ¡Soy antibalas! ¡Ahora!
El Señor Marrón volvió a descargar una salva de disparos contra ellos, y Rosa decía la verdad, porque las balas que le alcanzaron simplemente rebotaron. Pero, las que no, no alcanzaron a Cerebro tampoco, ya que, haciendo un giro, se ocultó detrás del Señor Rosa, y, con un gesto, lo lanzó telequinéticamente contra el Señor Marrón, derribándolos a los dos en el acto.
-          Cuando aprendí a manejar cuerpos humanos fue a los doce. – Les contó, volviendo a erguirse, elegantemente. En la sala reinaba el absoluto silencio, más aún que antes. Todos estaban observantes. La actuación de un superhéroe era un espectáculo en sí misma. Una historia para sus nietos. – Aunque, como siempre se dice, no hay que intentar correr antes que andar. – Los bandidos se elevaron por el aire, con una fuerza invisible que los sujetaba. – La primera vez que intenté levantar a alguien, el director de mi colegio, concretamente, no calculé bien la fuerza. Le arranqué un brazo al intentar hacerle saludar.
Hizo saludar a los señores Rosa y Amarillo, que temblaban de pavor.
-          Con el tiempo, sin embargo, la cosa fue mejorando. Ahora podría sacaros los dientes sin que se enterase vuestra lengua. – Sonrió, acercándose a ellos. – Precisión, fuerza, todo mejoró. Incluso la distancia.
Con un gesto detuvo al Señor Amarillo, que había surgido de uno de los mostradores, e hizo que su arma le apuntase en la barbilla. – Mientras pueda verlo, podré manipularlo. Ese es mi don. Y hoy, es vuestra maldición.
Tras ésta declaración de intenciones, el atraco estaba solucionado. Los bandidos fueron esposados y encerrados en la furgoneta del superhéroe, ya que, cuando el director del banco habló de llamar a la policía, Cerebro lo disuadió. – La policía es corrupta, puede ser comprada o sobornada. Los llevo a mi base, donde me ocuparé de hacer que canten y que devuelvan el dinero a sus depósitos.
-          ¿Y qué hay de nuestro dinero? – Preguntó uno de los clientes.
-          Es una prueba. – Replicó el superhéroe, tranquilizador. – Si os lo devolviéramos ahora, no podríamos probar que robaron todo ese dinero y condenarlos a una sentencia justa, ¿no crees? Pero tranquilo, estoy seguro de que desde el banco podrán darte una compensación. – Miró al gerente del banco, que retrocedió un paso, como queriendo huir de la conversación. – Si hubieran tenido un sistema de seguridad como dios manda, yo no sería necesario. ¿Dónde diablos está el vigilante de seguridad?
-          Se-señor, - trató de excusarse el gerente. – El vigilante se encarga de individuos problemáticos o morosos… ¡No pudo hacer nada contra atracadores armados con fusiles! Pero no se preocupe, caballero. – Se volvió hacia el cliente, sonriendo. – Hablaremos con el seguro y lo arreglará todo.
Todo estaba bien. Una escena de la vida cotidiana de Albast, que acababa de una forma de lo más rutinaria. Cerebro aceleró por la carretera, en su furgoneta, con los bandidos maniatados atrás.
Solo que no estaban maniatados. Estaban haciendo inventario del botín, con los pasamontañas quitados.
-          Joder, menudo susto nos metiste. – Dijo el Señor Rosa. – Pensé que nos ibas a arrancar los malditos brazos.
-          Relájate, Seth. – Replicó Cerebro, al volante. – Todo estaba bajo control. Lo que conté no era más que un cuento. Recuerda que actuamos con público.
-          Sí, y es un público con los bolsillos bien llenos… - El Señor Marrón, Duke, examinó una de las carteras que habían robado. – Vaya, éste creo que había ido a ingresar el sueldo del mes. Menudo atontado… ¿Y tú, Pérez? ¿No te quedas con ninguna?
-          Estaba pensando. – Murmuró Pérez, el Señor Amarillo. – Había algo raro durante la operación. Creo que nos vigilaban.
-          ¿Qué nos vigilaban? – Repitió Seth, con una risa. – No seas idiota, tú mismo hackeaste su sistema de seguridad e instalaste los inhibidores, ¿recuerdas? Metiste bien el número de cuenta, ¿no?
-          Sí, sí… Relájate. – Lo tranquilizó. – El dinero está seguro.
-          Bien, ahora podemos hablar de mi parte. – Volvió a intervenir Cerebro. – Mi parte del trato.
-          Que sepas que eres un puto carero. – Siseó Seth. – Exigir el 40% de las ganancias, sólo por entrar ahí y hacer teatro.
-          Déjale que se lo lleve. – Dijo Duke, que estaba contando dinero. – Después de todo, fue una pieza clave para la operación, ¿no? A ver… trescientos.
Seth suspiró. Muy bien… Tendrían que ceder. Las condiciones habían sido esas… Aunque no le acababa de gustar que los héroes subieran tanto de precio últimamente. Le hacía pensar que en algún momento decidirían que era más rentable robar el banco ellos mismos.
-          En fin, da igual. – Solucionó, levantándose y apoyándose en el respaldo del copiloto, para hablar con Cerebro. – Qué, ¿cuánto queda para tu “base”?
-          Un par de minutos, tranquilo, no… Oh, mierda.
En mitad de la carretera, diez metros por delante de la furgoneta, había un hombre en armadura, esperándolos con la capa ondeando al viento.
-          Joder, joder, joder… - El Señor Rosa comentó a perder los nervios. - ¿Quién cojones es ese? ¿Otro superhéroe?
-          Estamos jodidos… - Dijo el Señor Amarillo.
-          Relajaos. – Los cortó Cerebro. – Recoged todo este desastre y aparentad. Yo me ocupo de él.
Revan. Cerebro no sabía aún demasiado de él. Sabía que no llevaba más que un par de meses patrullando las calles, algo más al sur de donde se encontraban. Su indumentaria recordaba a un cruce entre un superhéroe y un caballero medieval, o un samurái, y se decía de él que era despiadado con los criminales.
Era un idealista. Malas noticias para Cerebro.
Los idealistas eran gente que no parecía entender cómo funcionaba el mundo. Gente que entendía que las cosas sólo podían ser blancas o negras, que no estaban todas manchadas de gris. Gente que no parecía tener facturas de Universidad o de hospital que pagar.
No entendían lo que era un statu quo: Si quieres que la ciudad se mantenga en un orden relativo, tienes que dejar que la chusma campe a sus anchas hasta cierto punto. Tienes que soltar la correa lo suficiente como para que no se vea obligada a morderte la mano. Los superhéroes de verdad los llamaban idealistas.
Los mafiosos, cadáveres.
¿Revan? Cerebro no le daba más de seis meses, antes de que se encontrase con algún hueso duro de roer que se le atragantase en la garganta. Pero, por el momento, era su problema. Y él tenía que lidiar con él. Así que bajó de la furgoneta y se acercó al otro superhéroe. Había que mantener las formas.
-          Revan. – Lo saludó, aparentando alegría. - ¿En qué puedo ayudarte?
-          Me informaron de un atraco en el Nyr Bank. – Replicó éste, con la voz cavernosa alterada por un distorsionador.
-          Ah, el atraco. – Sonrió Cerebro, ocultando su extrañeza. Pensaba que los atracadores habían desarmado el sistema de alarmas. ¿Cómo lo había sabido? Lo miró, suspicaz. – Pensé que mi axón había sido el único que se había dado cuenta. No te preocupes, ya está cubierto. - Hizo un gesto hacia el vehículo. – Ya avisé hasta la policía, pero hasta entonces, estos chicos son cosa mía.
-          Vas a interrogarlos, entiendo. – Revan no se movió ni un milímetro, y, por la voz, no parecía muy contento. Cerebro lo entendía. Oficialmente, los superhéroes no recibían ningún pago por su labor, pero el reconocimiento y la fama sí que estaban muy cotizados, por lo que no eran extrañas las confrontaciones entre ellos por hacerse con el control de un escenario.
-          Lo siento por haberte hecho venir en vano. – Cerebro intentó no convertir aquello en una discusión. Tenía prisa. – Mira, la próxima vez que reciba un aviso como éste, te lo mandaré, ¿vale?
-          No estoy enfadado. – Aseguró Revan. – Sólo estoy pensando.
-          Vaya, ¿Sobre qué?
-          Los inhibidores. – Respondió Revan. – Cuatro inhibidores, modelo SZ-201. Un modelo nuevo. Se crearon para su uso militar, para proteger objetivos sensibles de ataques cibernéticos o para control de masas en revueltas. Nada puede entrar ni salir de allí.
-          Bueno, ¿Y qué? – Preguntó Cerebro. No le gustaba el giro que tomaba todo aquello.
-          Y todo. – Replicó Revan, que le perforaba con la mirada, desde detrás del yelmo. – Estaba buscándolos. Desaparecieron de un almacén del gobierno junto a varios discos de información confidencial hace dos semanas, en una operación de tres personas en la que murieron quince inocentes.
-          ¡¿Quince?! – Era imposible. Le habían prometido que era su primera vez. Cuando el Señor Amarillo llevó los inhibidores no dio explicaciones de dónde los había sacado, y nadie preguntó. Pero quince muertos… “No, no puede ser”, pensó. El Señor Amarillo era incapaz de matar a quince personas o de participar en ese tipo de operaciones.
-          Asesinato de quince personas y robo de propiedad del Gobierno. – Enumeró Revan, fríamente. – La sentencia es la pena de muerte.
La voz del superhéroe sonó metálica e impersonal por el distorsionador de la máscara. Pero no tenía sentido. Aquellos hombres no eran más que atracadores de bancos. Cerebro trató de pensar. – E-está bien, me los llevaré a la base y desde allí contactaré con alguna de las agencias, para que se los lleven.
-          Cerebro.  – Llamó Revan, cuando ya abría la puerta de la furgoneta. - ¿Cuánto tiempo llevas en su equipo?
-          ¿De qué hablas? – Mierda. Le había pillado. Estaba seguro. No, segurísimo. Trató de disfrazar su nerviosismo de desconfianza. Pero el hecho de que Revan no se moviera ni un milímetro no ayudaba en absoluto.
-          Entre las cosas que me contaron cuando trabajé en el caso de los inhibidores fue que cualquiera no implicado en su desarrollo necesitaría un mínimo de treinta minutos para sortearlos y acceder al edificio, más otros pongamos diez para hacerse con las cámaras. Explícame cómo es que, a los veinte minutos, estabas a la vuelta de la esquina, con una furgoneta ex profeso y una carga de bombas de humo. Parece cosa de magia.
Cerebro cerró lentamente la puerta de la furgoneta. Tenía que respirar. No sería bueno que muriera un superhéroe allí, sin más. Investigarían su muerte y sería aún más problemático.
-          Es como esos trucos en los que el mago, en el escenario, pide un voluntario para su truco, que resulta ser un cómplice. Solo que, en ésta ocasión, los papeles se invierten. El voluntario falsamente escogido al azar, es el mago.
-          Revan, yo…
-          Tu sentencia está hecha desde el momento en el que saliste de aquel edificio y desataste a los hombres. – Lo cortó Revan. – Eres un traidor al gremio. Escoria que se ha rebajado al nivel de criminales y mafiosos. Ahora lo único que tengo es curiosidad. ¿Qué hace que un hombre que lleva veinte años en esto decida convertirse en aquello que ha jurado detener?
-          Tú mismo lo has dicho. – Lo tenía. Lo tenía desde el principio y sólo había jugado con él. No sabía cómo lo había sabido, pero ya no importaba. – Veinte años. Muchacho. Veinte años dejándome la piel por ésta asquerosa ciudad. Veinte años sin ver un duro por todo lo que hacemos.
-          No lo hacemos por el dinero.
-          No todos somos tan virtuosos como tú, Revan, ni huérfanos billonarios herederos de la familia más influyente de la ciudad. – Replicó Cerebro, despectivo y lleno de ira por dentro. Aquellos idealistas perfectos siempre daban problemas a la gente normal como él. – Algunos tenemos facturas de hospital que pagar.
-          Así que prostituyes tu nombre. – Resumió el otro. - ¿Y qué hay de la moral?
-          ¿Moral? No seas ridículo, chico. Éste es el mundo real. Aquí, cuando no te roba un yonqui en un callejón, lo hace el banco, o el Gobierno. Todo el mundo coge lo que quiere sin mirar a los demás. ¿Por qué ser los únicos idiotas que lo hacen por altruismo?
-          Porque cuando el mundo está en oscuridad, es cuando más necesita la luz. – Replicó sin dudar. – Y, al igual que la luz, nuestra misión es hender las tinieblas con todos los medios a nuestro alcance para iluminarlas con el resplandor de la ley.
-          ¿Lo has sacado de algún videojuego o un cómic? – Se burló Cerebro. – Porque son los únicos sitios donde eso no sonaría como el desvarío de un loco. Estamos en el mundo real, chico. Espabila.
-          De acuerdo. – Accedió Revan.  – Aquí va algo mucho más real. Eres un traidor y un criminal, y has ayudado a múltiples ladrones y asesinos a cometer sus crímenes aceptando sobornos a cambio. Eso te convierte en cómplice de todos y cada uno de ellos, una buena temporada entre rejas.
-          ¿Me estás amenazando? – Puede que Cerebro ya no fuera tan joven, pero aún seguía siendo telekinético. Y no le tenía miedo a una absurda armadura con un pirado justiciero dentro.
-          Te estoy informando de los cargos por los que pienso acusarte cuando te arrastre a la comisaría más cercana. Vas a ir a la cárcel, Cerebro. Y te aseguro que allí no les tienen mucho respeto a los superhéroes, ya sean corruptos o no.
-          Chico… - Cerebro miró a ambos lados. Era una carretera apartada, en las afueras. Estaba vacío. – Supongo que tendrás testigo de todos esos crímenes, ¿verdad?
-          Tengo tu palabra.
Esas tres palabras sellaron el destino de Revan.
-          Eso puedo arreglarlo.
Y, con un movimiento de mano, Cerebro convirtió el casco metálico de Revan en un montón de basura. Basura empapada de rojo. Crash. La cabeza de Revan convertido en un amasijo de metal arrugado.
Mierda. No debería haberlo hecho. Tenía que haberle pegado un tiro, o algo por el estilo que no llevase hasta él. Ahora tenía que ocuparse del cuerpo. Colocó la mano para aplastar también el pecho y hacer un paquete, más fácil de transportar. Pero, cuando lo aplastó, se encontró con que ya no había más sangre. Era casi como si no fuera…
-          Mierda.
-          Exacto. – Confirmó la voz de Revan, tras él, junto al sonido de una pistola amartillándose. – Ahora además incluiré intento de asesinato. Tienes suerte de que no me gusten las sandías… Porque, si no, ahora estaría muy enfadado.
Revan se encontraba un par de metros detrás, apuntándole con su arma al lado de la puerta trasera de la furgoneta. Pero Cerebro no le dio oportunidad de disparar. Le lanzó lo que quedaba de la armadura vacía, perchero y radio incluidos, pero Revan se quitó, y lo único que hizo fue hundirlas bien profundo en el vehículo. Y entonces… Comenzó.
Cerebro nunca había querido llegar a aquello. No le gustaban las confrontaciones directas. Le parecían aburridas y sin sentido, sobre todo para él, que tenía unos poderes capaces de terminar al instante toda batalla y terminar con sus enemigos. Sólo tenía que concentrarse y elevarlos tres metros en el aire.
Pero claro, eso era si lograba atraparlos. Y Revan, pese a su tamaño y su armadura, era asombrosamente rápido. Señales, otros coches… Cerebro los arrancaba del suelo como si fueran cerezas en una tarta de nata, pero Revan ya se había resguardado en el siguiente y disparaba, sin mucho éxito.
Al final, Cerebro se aburrió de que jugara con él, y, con un movimiento giratorio, hizo rodar todos los vehículos a su alrededor, exponiendo al superhéroe.
-          ¡Basta ya! ¿Crees que podrás aguantar mucho con esa estratagema de mierda?
-          Con esa no… ¡Pero con ésta sí! – Gritó, y lanzó algo que tenía en la mano. Con sorpresa, Cerebro reconoció el proyectil antes de que aterrizase: Una bomba de humo. Estaba usando su propia técnica contra él, cegándolo para evitar que pudiera atacarlo.
Pero no le iba a servir mucho. Sus poderes eran mayores, mucho mayores de lo que nunca Revan pudo imaginar. Extendiendo los brazos, expulsó al humo de allí como quien separa las aguas de un mar… Justo a tiempo para Revan, que saltó sobre él.
Pero, de nuevo, fue sin éxito.
-          ¿Todavía no lo has entendido, muchacho? – Dijo, orgulloso, el mutante, mientras lo mantenía en el aire, sostenido por sus habilidades. – Soy físicamente superior a ti. No puedes vencerme. – Sin embargo, parecía incapaz de reconocerlo, ya que se puso a dispararle a quemarropa con la pistola, disparos que iban quedándose en el aire. Uno tras otro tras otro tras otro. – No importa lo que hagas. – con un gesto lanzó su pistola al aire, fuera de su alcance. – No importa qué armas uses. Eres incapaz de alcanzarme. Y, sin embargo, yo… - Apretó su cuello lentamente con sus poderes psiónicos. – Mira qué fácil me resulta a mí matarte.
Revan trató de hablar, pero la presa de su cuello era demasiado intensa. – No… Detente…
-          Sabes, creo que lo haré así, lentamente. Los idealistas podéis ser un grano en el culo tan grande… Creo que para una vez que cae uno en mis manos, voy a disfrutar hasta el final, ¿qué opinas?
-          Creo… Creo que eres un sádico.  – Dijo con voz ahogada el héroe. – Creo que deberías estar encerrado de por vida. Como mínimo.
-          Sí, bueno, te gustaría. – Se encogió de hombros. – A todos nos gustarían muchas cosas. Pero éste es el mundo real. Por eso los realistas… - Se señaló. – Al final acabamos triunfando, mientras que los idealistas… - Le dio un golpecito en el peto metálico. – Acabáis así, muertos en algún callejón de mierda. Sabes, en realidad ser un superhéroe no mola nada.
-          Somos… - Trató de hablar Revan. – Somos la luz… Que ilumina la oscuridad…
-          ¿Sigues con esa estúpida metáfora de cómic? – Escupió Cerebro. – Te diría que madurases, pero tampoco es como si te fuera a dar tiempo.
-          Y la luz… - Siguió hablando Revan, como si no lo hubiera oído. – La luz ilumina a todos por igual.
Y, en aquel momento, hubo un sonido muy extraño, y Cerebro dejó de sentir parte de su abdomen. Cuando miró, se le heló la sangre en las venas.
De un mango que había en la mano de Revan surgía una especie de hoja de luz, que se adentraba en su vientre y salía por la espalda. La sorpresa hizo que aflojara la presa en el cuello del chico. - ¿Cómo…? – Se preguntó. - ¿Cómo has…?
-          Sólo puedes mover lo que puedes ver. – Le recordó Revan. – Y me aseguré de que me mirases a la cara. Además… - Añadió. – Puede que seas bueno, pero ningún telekinético puede llegar a controlar los fotones.
-          Luz… - Dijo el antiguo superhéroe. – Es sólo un haz de… Luz.
-          La Luz que ilumina la oscuridad. – Repitió Revan, cayendo al suelo de forma elegante. Lo agarró del abdomen con la otra mano, y sacó de un tirón la espada de luz. Cerebro lo miró, aturdido por el shock. – Corta y cauteriza a la vez. – Explicó Revan. – No morirás desangrado. – Luego volvió a mirar la herida. – Pero no creo que pueda hacer nada por tu riñón, tu estómago o tus intestinos. La defensa propia es una putada, lo sé. Y ahora, a dormir. Tendrás mucho tiempo conectado a una máquina para pensar en lo que has hecho. – Y, dicho esto, lo dejó inconsciente.
Ahora sí que había terminado el atraco. Cuando Revan abrió la furgoneta por atrás, se encontró a los tres bandidos, que lo habían visto todo y levantaron las manos, aterrados.
-          ¡No nos mates, por favor! – Gritaron. - ¡No hemos robado nada, no hemos matado a nadie! ¡Por favor, llévanos a la cárcel, golpéanos, pero no uses esa cosa en nosotros!
Por un momento, Revan pareció reconsiderar las opciones. O tal vez se riera de un chiste que sólo él había captado. – No, creo que no volveré a encenderla. – Dijo, para alivio de los tres hombres. – Sois culpables de atraco a mano armada y pertenencia a banda criminal. – Lanzó unas esposas entre ellos. – Pasaréis una buena temporada en la cárcel, y después…
-          Sí, sí, lo que quieras… Pero no nos mates, por favor… - Pidió uno de ellos. - ¿Quieres que te pasemos el dinero a tu cuenta personal o algo por el estilo?
-          El dinero… - El superhéroe se quedó pensativo un momento, en el que los ladrones creyeron que decidiría algo que no les gustaría. – Al parecer, uno de vuestros compañeros se ha equivocado al poner el número de la cuenta de destino, y el Nyr Bank, a pesar de ser sospechoso de blanqueo de dinero, ha hecho una gran transferencia a una organización de ayuda a refugiados de guerra.
-          ¿Qué? – Respondió el informático del equipo, cuando lo miraron los otros dos. – Yo no he…
-          ¿Estás seguro? Pensaba hablar con el juez para que lo tuviera en cuenta, pero si no…
Los ladrones no se perdieron una, y aceptaron rápidamente el nuevo destino del dinero robado, sin resistirse tampoco cuando él los esposó a una farola hasta la llegada de policía.
Y todo estaba hecho. Tal vez un poco de papeleo, una charla con las autoridades, y todo habría acabado. Revan podía respirar más tranquilo. Al igual que su contacto.

-         Zodiaco, aquí Revan. – La voz del héroe resonó en los altavoces del ordenador. La joven que había ante éste se vio tentada de sonreír al oír el nombre. - ¿Sigues ahí?
-         Sí, aquí Charlie, Rev. – Fue su respuesta. – Buen trabajo.
-         Tú has hecho un buen trabajo. – Replicó Revan. – Tú sorteaste las barreras que puso el señor Salazar y analizaste la situación a la perfección. Yo le planté cara a éste idiota, pero no habría podido si no hubieras sacado todo lo de los inhibidores.
-         Bueno, es cierto que los robaron hace dos semanas. – Charlie se encogió de hombros, quitándole importancia. – Conseguimos atrapar al ladrón poco después, pero le dejamos venderlas para rastrear la compra y aumentar las capturas. El resto sólo fue para adornar.
-         Lo sé, pero no me gusta llevarme toda la gloria cuando tú has sido el cerebro de la operación.
-         La gloria no es para mí. – Replicó Charlie, pasando sus ojos rasgados por las pantallas de ordenador. – Sobre todo con un examen de cálculo la semana que viene. Sé que tú no sabes lo que es un examen difícil, pero otros…
Al otro lado de la línea, Revan se encogió de hombros. Si no quería gloria, por él perfecto. Ambos sabían cómo habían ido las cosas. Para ellos, era suficiente.
-         Ah, se me olvidaba. – Le dijo a Charlie, mirando a su alrededor. – Abre la página web de R3CYCLE. Quiero poner un anuncio.
-         ¿Un anuncio?
-         Se vende furgoneta blanca. – Dictó Revan. – Con, digamos, mil kilómetros. Tapizado interior y caja fácil de limpiar. Puede que haya billetes caídos. – Se inclinó sobre el asiento para coger uno de debajo de la alfombrilla.
-         ¿Y en desperfectos? – Preguntó Charlie, en un tono que Revan no sabría decir si era de broma o no.
-         Los desperfectos… - Revan examinó la armadura que había usado como señuelo, clavada hasta la mitad en la pared del vehículo. – Puede que tenga un arañazo en el costado.

sábado, 28 de enero de 2017

Sabor


Para cuando vio el cianuro, ya casi no le quedaba café en la taza. Maldijo, con amargura. De haberlo sabido, le habría echado más azúcar.

viernes, 27 de enero de 2017

Vida

Ella sonrió, y entonces se dio cuenta de la verdad que llevaba tanto tiempo sabiendo: Seguiría viva, en su interior, en los recuerdos de todos ellos, aunque ellos no estuvieran ya en los suyos. 

jueves, 19 de enero de 2017

El Centinela Alado

La Sima de las Luces era un lugar oscuro, irónicamente, con su inmensa vastedad bañada por un par de rayos de sol, que lograban colarse a través de orificios excavados en la ladera de la montaña exterior. Un lugar olvidado, en el que los aventureros sentían que no eran bienvenidos.

                    Los maláticos llamaban a éste lugar Shelial. – Informó Kyr, el elfo oscuro del grupo. – El lugar de no retorno.
                    Un nombre tan válido como otro cualquiera para meter miedo. – Replicó Kalf, el líder del grupo. – No es más que una mazmorra, como cualquier otra a la que nos hayamos enfrentado… Después de “La Gruta del Terror”, “El Hogar del Oso” o “La Dragonera”, pensé que habríais aprendido a no fiaros de los nombres.
                    Bueno, para ser justos, en “La Dragonera” sí que había un dragón. – Dijo Dana, la espía local, aferrada a su ballesta.
                    ¡Sólo el esqueleto! – Replicó él. – Venga, Ya hemos recorrido todo el camino, no podéis echaros atrás ahora. Ayúdame, Sherry… Tú también crees que estamos haciendo lo correcto, ¿verdad?

La cuarta y última integrante del grupo, la altielfa Sherry, sonrió, divertida, acariciando su arco. Si habían llegado hasta allí, una caverna perdida en el interior de las montañas, era sólo porque se habían dado en investigar las historias de la región: En la última Guerra, el Rey de aquellas tierras había sacado a la heredera por un pasadizo oculto del castillo sitiado, dejándola allí, en un refugio seguro, pensando en volver a buscarla cuando las cosas se hubieron calmado. Pero el Rey había muerto, dos meses atrás, y se decía que ningún valiente paladín había logrado salvar a la princesa de su protegida guarida.

                    Me parece respetable que quieras sacar a la pobre princesa Lady Beth de su cautiverio en el Templo de Shel. – Explicó la elfa, señalando con la cabeza el edificio del fondo de la gruta. – Pero creí que ya habías escarmentado cuando Lord Rennon te persiguió con los perros por la mitad de sus dominios.
                    Oye, no fue culpa mía que el padre de Marisa fuera un controlador, ¿vale? – Replicó él. – Ella ya es mayorcita para elegir lo que quiere meter en su habitación. Además, me dijo que lo había pasado muy bien. Si no hubiera sido por ese sirviente chismoso, habríamos repetido.
                    Kalf, ¿Es que no tienes en consideración las normas de educación que dicen que cuando un hombre te abre las puertas de su casa no es buena idea acostarte con su hija? – Resopló Kyr.
                    Bah, eso son costumbres élficas. – Replicó el interfecto, quitándole importancia.
                    Muy bien, niños, ahora, si habéis dejado de discutir sobre cómo tratar al padre de una dama… - Los interrumpió Dana. – Creo recordar que además de la historia de la princesa cautiva, los rumores mencionaban algo más. Mencionaban un mal oscuro que se extendía desde esta gruta, una sombra que oculta la luna. Algo que mantiene a todos, hombres, animales y espíritus, alejados de éste lugar.

                    Shelial. – Dijo Kyr a media voz. – El lugar de no retorno.
                    Y por eso estamos aquí. – Replicó Kalf. – Para demostrar que no hay nada invencible. Que las leyendas se equivocan.
                    Pues espero que tengas un plan. – Replicó la espía. – Porque, a juzgar por los huesos que hay por toda la gruta, él tiene un montón de puntos a su favor.
                    ¿Él? – Kyr arqueo una ceja, y Dana levantó un dedo, apuntando hacia arriba.
                    Él.

Cuando los demás miraron hacia arriba, desearon no haberlo hecho. Porque allí, colgando del techo como si fuera un murciélago gigante, los observaba una criatura monstruosa, una sombra cuya forma se perfilaba contra el techo rocoso, y cuyos ojos, ambarinos, atravesaban a los aventureros.
La Sombra que Oculta La Luna. El señor de la gruta. Se movió, sin un ruido, y una ligera brisa agitó los cabellos de Sherry cuando la bestia se extendió por todo el techo, convirtiendo su cuerpo en una especie de alfombra.

No, no se había extendido por todo el techo. Eso no era su cuerpo, comprendió Kyr. Eran sus alas. Y entonces, la bestia se soltó de su asidero y se lanzó sobre ellos, emitiendo un bramido que hizo vibrar la cuerva entera.

Pero ellos no retrocedieron. Eran Los Cinco de Kalf, los primeros del Reino. Los paladines del pueblo. Si había algún peligro, una bandada de orcos a la que los humos se le habían subido a la cabeza, un troll que causaba estragos, ellos eran los encargados de poner orden. Y aquello… Aquello no era distinto. Ellos darían muerte a la bestia alada, ellos rescatarían a Lady Beth.
Sherry, la elfa, fue la primera que disparó contra la Sombra Alada, pero no fue la única, ya que pronto se unieron los dos soldados espirituales invocados por Kyr, y Dana con su ballesta. Kalf, por su parte, juntó las manos, envolviéndose en luz dorada y activando su magia.
Una magia secreta, que habla aprendido de su maestra, una técnica que le daba forma al maná, creando armas de magia. En manos de un mago Demiurgo experto, esta técnica podía ser devastadora, pero Kalf era un romántico. Por muy versátil que fuera, siempre acababa escogiendo sus queridas espadas duales.

Y con éstas espadas, una en cada mano, se lanzó de cabeza hacia el monstruo, ignorando el vendaval que éste creó con las alas y aprovechando el instante en el que encajaba los impactos de las flechas para lanzarse contra él y asestarle un buen golpe.

Esa era su técnica. Así luchaba Kalf. La versatilidad y la confianza concedidas por su magia casaban a la perfección con su personalidad, audaz y temeraria tanto para cortejar a la solitaria hija de Lord Rennon como de enfrentarse a una Sombra Nocturna.
El que golpea primero, golpea dos veces. Un dicho que él acostumbraba cumplir al dedillo. Para cuando la criatura volvió a levantar el vuelo, rechazando tanto a Kalf como los proyectiles del resto, ya llevaba un par de heridas de más en las patas traseras.

                    Tengo un plan. – Dijo Dana, retrocediendo hasta donde estaba Kyr. – Pero necesito tiempo para ponerlo en marcha. ¡Cubridme!

Y los aventureros se lanzaron en pos de la Sombra que Oculta la Luna, espadas y arcos en mano, y Kyr, el elfo oscuro, proporcionando soporte logístico detrás, creando sombras invocadas con su báculo, espectros desechables de magia que disparaban a la Sombra Alada hasta que ésta se volteaba y las borraba de un coletazo. Pero, para entonces, ya había otras dos sombras cubriendo su lugar, y había descuidado el segundo frente, la elfa luchadora y el guerrero mágico que, en un ataque conjunto, se las habían arreglado para lanzarse sobre él.

 Kalf, por una parte, había dispersado sus espadas duales y las había convertido a una lanza de maná, con la cual podía herir al monstruo sin arriesgarse tanto, produciéndole terribles heridas, mientras que la elfa había abandonado temporalmente la arquería, y, en una actitud muy impropia de los altivos elfos, había desenvainado su hacha y su escudo y la había agarrado a hachazos con el monstruo.

Pero éste… El señor de la gruta, la Sombra que Oculta la Luna, no era una bestia legendaria por casualidad. Llevaba mucho tiempo habitando aquellas cavernas, muchas lunas desde que aquel insensato Rey llevó a la princesa a su torre, y, con un bramido que les hizo temblar los huesos, se los sacó de encima, barriéndolos con la cola, junto con las sombras y haciéndolos caer a todos hacia donde estaba Kyr.
                    Maldita sea… creo que lo hemos subestimado. – Se levantó trabajosamente Kalf, que había perdido la concentración, haciendo que se dispersaran sus armas. – Es más duro de lo que pensaba.
                    Eh… ¿Chicos?
                    Pues tendrás que creer otra cosa, Kalf, porque estamos aquí, y nos estamos enfrentando a esa cosa. Esto no iba a ser coser y cantar, y lo sabías. Además, ¿Dónde está Dana?
                    Creo que deberíamos preocuparnos menos de dónde está Dana… - Interrumpió Kyr, mirando a la bestia. - ¡Y más de dónde vamos a estar nosotros en cinco segundos! ¡¡Cuidado!!
En aquel momento, los mercenarios descubrieron de dónde había salido el nombre de La Sima de las Luces. Descubrieron cuál había sido el destino de los desdichados caballeros que habían intentado lo mismo antes que ellos.

La columna de magia asesina procedente de la boca de la Sombra Nocturna los engulló por completo, cegándolos con su luz, pero cuando Kyr abrió los ojos, vio que seguían vivos. Vio que, ante ellos, había alguien que se lo había jugado todo: Sherry había sacado su escudo.

Y, cuando sacaba el escudo y activaba su círculo mágico, accediendo al poder de la Luz Marmórea, Sherry demostraba su especialidad como Tanque del grupo. La Defensa Perfecta
.
Pero, y ahora viene la pregunta del millón, ¿Qué pasa cuando una columna de magia que destruye todo lo que toca se topa con un obstáculo indestructible? La respuesta, indudablemente, es la entropía. Un aumento de entropía, o, mejor dicho, caos, llenó la caverna, cuando el aliento atómico de la Sombra Oscura fue desviado por el conjuro defensivo de Sherry.  Una explosión que lanzó tanto a Kyr como a Kalf al suelo, y borró del mapa las sombras del primero. Todo el lugar tembló, y las paredes se resquebrajaron, pero el monstruo, que no se esperaba aquella respuesta a su inquebrantable ataque, bajó la guardia durante unos instantes.

Los necesarios para que Kalf saltase por encima de Sherry, abalanzándose sobre la cabeza de la Sombra Alada con un gigantesco espadón de maná por delante.

Golpe Crítico.

La criatura se echó hacia atrás, herida y rugiendo, lanzando zarpazos. Uno de ellos alcanzó a Kalf, que cayó a un lado, mientras las sombras de Kyr, lanceros sin rostro, lo relevaban como carnaza reemplazable contra el monstruo mientras se reagrupaban. Y el monstruo se volteó, borrándolos del mapa de sendos coletazos al chocar contra un muro invisible.

                    ¡Ya sé lo que está haciendo Dana! – Gritó Kalf. - ¡Ahora, a por él!
                    ¡Vamos! – Añadió la altielfa, y se unió a él y a otros lanceros sombras creados por Kyr.
Y volvieron a atacarlo, en perfecta sincronía. Cuando las sombras lo distraían y el monstruo se abalanzaba para destruirlas de un zarpazo, Kalf atacaba, por otro lado, utilizando sus afiladísimas espadas y convirtiendo sus alas en un alfiletero. Cuando se volvía para eliminarlo, Sherry se metía en el camino, golpeándolo con su escudo y combatiendo sus dientes de acero con su hacha. Su especialidad era la defensa, y no iba a permitir que tocara un solo pelo de la melena de su amigo. Y así, una y otra vez, hostigaron a la bestia, en todo superior a ellos menos en el campo del compañerismo. Porque era esto lo que hacía que los guerreros tuvieran ventaja, aunque sólo fuera temporal. Era su sincronía, el entendimiento que Sherry tenía sobre las tácticas de Kalf, y el conocimiento de Kyr sobre cuándo tenía que lanzar sus invocaciones, y dónde podían hacer mejor. Sustituyendo a Kalf cuando éste fallaba o cuando tenía que recobrar el aliento, llevándose una dentellada que debería ser para Sherry…

Harta de aquellos minúsculos y molestos seres, la bestia intentó abrir las alas para alzar el vuelo, pero para entonces, se dio cuenta de que Kalf las había llenado de agujeros.
No importaba. En realidad, nada importaba. Si aquellos mequetrefes realmente se creían que iban a poder con ella, con La Sombra que Oculta la Luna, el Terror Ancestral, estaban muy equivocados. Puede que no pudiera volar, pero pronto, ellos se darían cuenta de que ni siquiera los necesitaba.
Y entonces, Dana, la cuarta miembro del grupo, la espía, retiró su sello hechizo de camuflaje, volviendo a estar junto a Kyr, a salvo. - ¡Muy bien! – Dijo, esbozando una sonrisa. – Círculo mágico completado. Glifos trazados. Sexto círculo de Azoth, círculo del dolor… Activado.

En cuanto pronunció la última palabra, liberando el conjuro, unas líneas blancas rodearon al monstruo en el suelo, resaltándose símbolos y garabatos que hasta aquel entonces habían permanecido ocultos. La bestia aulló, tratando de escapar, pero no había dejado cabos sueltos, y no pudo romper los círculos de luz. Había logrado controlar a La Sombra que Oculta a la Luna, gracias a que las distracciones de sus amigos la habían mantenido en el sitio. Y ahora…
                  El círculo del dolor de Azoth proporciona bonificaciones temporales de daño. Durante un minuto, todos los ataques serán muy efectivos contra ella. – Sentenció Dana. – Es hora de acabar con esto.

Y eso hizo todo el grupo, lanzándose a rematar al monstruo. Kalf con sus espadas duales de maná, Sherry con su hacha y su escudo, Dana con sus fiables dagas, y Kyr creando un proyectil mágico tras otro, mientras sus sombras masacraban al indefenso monstruo junto con los demás.
Lo hicieron por las aldeas abandonadas, por los valientes caballeros que habían caído en su misión, por el Rey. Lo hicieron por la princesa. Lo hicieron por sí mismos.

Y, cuando Kalf atravesó la tripa del monstruo con una lanza de maná, Dana le alcanzó la yugular con la daga y Sherry le hundió el hacha entre ambos ojos, justo cuando se acabó el minuto, la bestia se desplomó, inerte, dejándolos a todos de vuelta en el suelo. Muerta. Derrotada.

Habían ganado. Habían ganado a La Sombra que Oculta la Luna, al Señor de la Gruta, a la Bestia Legendaria. Kalf empezó a dar saltos de alegría, mientras Kyr y Sherry se abrazaron, felices, y Dana, que siempre procuraba mantener la compostura, reía cruzada de brazos.
Todos pudieron notar cómo subía su determinación, cómo la emoción de acabar con la bestia maligna llenaba sus corazones de júbilo y les devolvía la energía. Habían ganado, sí señor. Aquella campaña había sido un éxito.

                    No, aún no. – Recordó Kalf, mirando hacia el templo del fondo. – Aún queda rescatar a quien hemos venido a buscar.
Los aventureros se miraron. La princesa Lady Beth. Tras aquella trepidante batalla y los bramidos del dragón, no podían esperar que saliera por su propio pie a felicitarlos. Así que, siguiendo a Kalf y sin dejar de celebrar la victoria, entraron al templo, sorteando los esqueletos de los que habían intentado refugiarse allí del dragón.

                    ¡Lo hemos conseguido! – Dijo Kyr a una calavera. - ¡Os hemos vengado!
                    Venga, tío, no le hables a los muertos. – Rió Kalf. – Ya sé que hemos ganado, pero…
                    Pues yo estoy segura de que desde allá desde donde nos esté viendo, este caballero se alegra de nuestra victoria. - Añadió Sherry, abrazándose a Kyr, su pareja.
                    Sí, o se muere de envidia por no haber sido él. – Rió el líder del grupo, antes de abrir las grandes puertas del templo.
El lugar estaba bien cuidado, para ser un lugar prácticamente abandonado, y la cámara principal estaba diáfana, como una cueva en una cueva, solo que decorada con sendos motivos florales y de otros tipos. No sabían qué se había adorado en el templo de Shel, pero las figuras que quedaban ahora apenas tenían rasgos, borrados por el tiempo. Tampoco les interesaba. Lo único que les interesaba, era la figura que, arrodillada y oculta por la capa, parecía orar ante aquella figura de un santo anónimo.

                    ¿L-Lady Beth? – Llamó Kalf, acercándose.
                    ¿Ha terminado? – Preguntó ésta, volviéndose. Un rostro pálido como el papel, enmarcado por unos hermosos rizos negro azabache, los miró, lanzándose ante ellos y arrojándose a los brazos de Kalf. - ¡Habéis acabado con mi captor! ¡Por fin, por fin! – Sollozó. – Después de tanto tiempo… Tanto tiempo con la única compañía de los nuestros y esa ciclópea bestia…
                    Ya ha acabado todo. – Dijo Kalf, y los demás, que conocían el efecto tranquilizador que podía causar, le dejaron tomar la iniciativa, aunque no sin cierta envidia por parte de Kyr. – Todo está bien. El Rey se aseguró de que estuvieras bien protegida durante la guerra, pero ahora…

                    ¿Protegida? – Lo interrumpió ella. - ¿De qué estás hablando? Mi padre no quería protegerme, fue él quien me encerró después de que yo intentara matarlo usando mis habilidades de nigromante.
                    ¿Cómo que “matarlo”? – Dijo Kalf, pasmado.
                    ¿Cómo que “nigromante”? – Añadió Kyr, aterrado.
                    Me encerró aquí, donde nadie podría encontrarme, y puso a esa bestia a protegerme. Pero ahora vosotros la habéis matado, y soy libre. Y, con mis nuevas cinco adquisiciones, recordaré a éste Reino lo que es el terror a los muertos.
Los aventureros se miraron, notando la sangre helarse en sus venas. Tal vez habían juzgado mal. Tal vez la verdadera oscuridad de la que hablaban, el verdadero mal de aquella gruta, el verdadero jefe final, no era la Sombra Alada. ¡Era ella!
Pero aún quedaba una duda en los corazones de los cuatro guerreros.
                    ¿Cómo que “cinco”?
Pero no tardaron en comprobar quién era el otro muerto, cuando, aterrados, se volvieron, justo a tiempo como para ver al monstruoso Señor de la Gruta, que, revivido como Dracoliche (Un dragón zombi venido del mismísimo infierno), embestía contra ellos, con los ojos incendiados y las fauces repletas de dientes afilados, acompañado, cómo no, por los esqueletos de todos y cada uno de los paladines que habían perecido ante él.