domingo, 29 de enero de 2017

La Espada y la Estrella

En aquella sucursal del Nyr Bank reinaba el más absoluto silencio, roto ocasionalmente por algún que otro murmullo. Y no es porque estuviera cerrado, ni casi vacío. De hecho, a aquellas horas de la mañana, el banco estaba hasta los topes. Por eso habían ido ellos.
La gente que se encargaba de que todos los demás estuvieran en silencio.
-          Lo estáis haciendo muy bien. – Dijo el Señor Rosa, con un pasamontañas y un fusil de asalto en la mano. -  Seguid así, chicos, y todos saldréis de aquí tan enteros como llegasteis. Pero recordad… Haceos los héroes, contactad con emergencias, con la policía… Y alguien que no conocéis, una madre, un niño, o una abuela, - Fue señalando con el arma a la gente según los nombraba. – Alguien inocente morirá por vuestra culpa. Tendréis compañía de camino al infierno. Señor Amarillo. – Se volvió a uno de sus compañeros, que estaba detrás del mostrador. - ¿Cómo vamos?
-          Ya está. – Replicó éste. – No tienen un sistema de seguridad muy bueno… - Ahogó una risita burlona debajo de la máscara. – Está descargando los fondos a nuestra cuenta.
-          Bien. – El Señor Rosa, que era el jefe, se volvió hacia el otro, que vigilaba a todos los clientes, que se habían arrodillado obedientemente en hileras y miraban al suelo, temblando de miedo. – Señor Marrón, regístreles. Seguro que podemos sacar algo de calderilla.
-          Siempre me toca hacer trabajos de mierda. – Replicó el Señor Marrón, con un gruñido, pero lo hizo, de todas formas.
Así eran las cosas. Un día tranquilo de primavera en la ciudad de Albast. Los atracadores eran buenos en lo que hacían. Un asalto rápido y efectivo, sin víctimas. Asalto relámpago, lo llamaba el Señor Amarillo. Con las alarmas cortadas y los inhibidores colocados de antemano, no había forma de que las fuerzas del orden supieran del atraco. Para cuando la policía llegase al lugar, ellos ya estarían muy lejos. En algún paraíso fiscal, junto con su dinero.
Pero en Albast la policía no es la única fuerza que mantiene las calles en orden. Los funcionarios de azul no son los únicos que se ocupan de que los criminales no lleguen a fin de mes. Todo un ejército de vigilantes enmascarados se extiende por la inmensidad acerada que es Albast, patrullando sus calles y tratando, día a día, de que la ciudad no caiga en manos de los criminales.
Y ese ejército enmascarado no actúa por medios normales. No anuncia su llegada. Sólo… aparece.
De repente, toda una lluvia de bombas de humo rodeó a los bandidos, que estaban acabando de recolectar el dinero de los clientes del banco. Éstos, sobresaltados, miraron a todos lados.
-          ¡Estáis rodeados! – Gritó una voz, de algún lugar del interior del humo. - ¡No os mováis!
El Señor Marrón y el Señor Rosa se miraron, y, sin decir una palabra, abrieron fuego con sus armas. Pero mira que era idiota… Darles su posición de aquella manera, tras usar las bombas de humo…
Los rehenes gritaron, tapándose la cabeza con las manos, mientras el Señor Marrón y el Señor rosa vaciaban sus cargadores en la zona donde se había oído la voz. Un poco más a la derecha, un poco más a la izquierda… Las balas fueron llevándose consigo el humo, y despejando la zona. Y entonces los atracadores, cuando buscaron con la mirada el cadáver del pobre diablo… Se quedaron de piedra.
-          Espero que no pensaseis que no iba a venir preparado… - Sonrió el héroe. – Aprendí a detener balas con la mente cuando tenía nueve años.
No era ningún farol. Los rehenes levantaron la mirada, asustados, y vieron todas las balas caídas ante él. La cara de los atracadores era un poema.
-          Mi nombre es Cerebro. – Se presentó. – Y soy el encargado de que la gente de ésta ciudad pueda vivir un viernes tranquilo.
Los bandidos volvieron a mirarse, aterrorizados, y el Señor Rosa avanzó, levantando las manos en señal de rendición. – Va-vale, mira, escucha… - Cerebro, cuya capucha – con circunvoluciones como si fuera un cerebro de verdad – le cubría hasta la nariz, volvió los ojos hacia él. – E-eso que has hecho es impresionante, de verdad… - El superhéroe se acercó, sacando unas esposas. – Y yo solo… - Entonces, el Señor Rosa se volvió hacia el Señor Marrón, y gritó. - … ¡Soy antibalas! ¡Ahora!
El Señor Marrón volvió a descargar una salva de disparos contra ellos, y Rosa decía la verdad, porque las balas que le alcanzaron simplemente rebotaron. Pero, las que no, no alcanzaron a Cerebro tampoco, ya que, haciendo un giro, se ocultó detrás del Señor Rosa, y, con un gesto, lo lanzó telequinéticamente contra el Señor Marrón, derribándolos a los dos en el acto.
-          Cuando aprendí a manejar cuerpos humanos fue a los doce. – Les contó, volviendo a erguirse, elegantemente. En la sala reinaba el absoluto silencio, más aún que antes. Todos estaban observantes. La actuación de un superhéroe era un espectáculo en sí misma. Una historia para sus nietos. – Aunque, como siempre se dice, no hay que intentar correr antes que andar. – Los bandidos se elevaron por el aire, con una fuerza invisible que los sujetaba. – La primera vez que intenté levantar a alguien, el director de mi colegio, concretamente, no calculé bien la fuerza. Le arranqué un brazo al intentar hacerle saludar.
Hizo saludar a los señores Rosa y Amarillo, que temblaban de pavor.
-          Con el tiempo, sin embargo, la cosa fue mejorando. Ahora podría sacaros los dientes sin que se enterase vuestra lengua. – Sonrió, acercándose a ellos. – Precisión, fuerza, todo mejoró. Incluso la distancia.
Con un gesto detuvo al Señor Amarillo, que había surgido de uno de los mostradores, e hizo que su arma le apuntase en la barbilla. – Mientras pueda verlo, podré manipularlo. Ese es mi don. Y hoy, es vuestra maldición.
Tras ésta declaración de intenciones, el atraco estaba solucionado. Los bandidos fueron esposados y encerrados en la furgoneta del superhéroe, ya que, cuando el director del banco habló de llamar a la policía, Cerebro lo disuadió. – La policía es corrupta, puede ser comprada o sobornada. Los llevo a mi base, donde me ocuparé de hacer que canten y que devuelvan el dinero a sus depósitos.
-          ¿Y qué hay de nuestro dinero? – Preguntó uno de los clientes.
-          Es una prueba. – Replicó el superhéroe, tranquilizador. – Si os lo devolviéramos ahora, no podríamos probar que robaron todo ese dinero y condenarlos a una sentencia justa, ¿no crees? Pero tranquilo, estoy seguro de que desde el banco podrán darte una compensación. – Miró al gerente del banco, que retrocedió un paso, como queriendo huir de la conversación. – Si hubieran tenido un sistema de seguridad como dios manda, yo no sería necesario. ¿Dónde diablos está el vigilante de seguridad?
-          Se-señor, - trató de excusarse el gerente. – El vigilante se encarga de individuos problemáticos o morosos… ¡No pudo hacer nada contra atracadores armados con fusiles! Pero no se preocupe, caballero. – Se volvió hacia el cliente, sonriendo. – Hablaremos con el seguro y lo arreglará todo.
Todo estaba bien. Una escena de la vida cotidiana de Albast, que acababa de una forma de lo más rutinaria. Cerebro aceleró por la carretera, en su furgoneta, con los bandidos maniatados atrás.
Solo que no estaban maniatados. Estaban haciendo inventario del botín, con los pasamontañas quitados.
-          Joder, menudo susto nos metiste. – Dijo el Señor Rosa. – Pensé que nos ibas a arrancar los malditos brazos.
-          Relájate, Seth. – Replicó Cerebro, al volante. – Todo estaba bajo control. Lo que conté no era más que un cuento. Recuerda que actuamos con público.
-          Sí, y es un público con los bolsillos bien llenos… - El Señor Marrón, Duke, examinó una de las carteras que habían robado. – Vaya, éste creo que había ido a ingresar el sueldo del mes. Menudo atontado… ¿Y tú, Pérez? ¿No te quedas con ninguna?
-          Estaba pensando. – Murmuró Pérez, el Señor Amarillo. – Había algo raro durante la operación. Creo que nos vigilaban.
-          ¿Qué nos vigilaban? – Repitió Seth, con una risa. – No seas idiota, tú mismo hackeaste su sistema de seguridad e instalaste los inhibidores, ¿recuerdas? Metiste bien el número de cuenta, ¿no?
-          Sí, sí… Relájate. – Lo tranquilizó. – El dinero está seguro.
-          Bien, ahora podemos hablar de mi parte. – Volvió a intervenir Cerebro. – Mi parte del trato.
-          Que sepas que eres un puto carero. – Siseó Seth. – Exigir el 40% de las ganancias, sólo por entrar ahí y hacer teatro.
-          Déjale que se lo lleve. – Dijo Duke, que estaba contando dinero. – Después de todo, fue una pieza clave para la operación, ¿no? A ver… trescientos.
Seth suspiró. Muy bien… Tendrían que ceder. Las condiciones habían sido esas… Aunque no le acababa de gustar que los héroes subieran tanto de precio últimamente. Le hacía pensar que en algún momento decidirían que era más rentable robar el banco ellos mismos.
-          En fin, da igual. – Solucionó, levantándose y apoyándose en el respaldo del copiloto, para hablar con Cerebro. – Qué, ¿cuánto queda para tu “base”?
-          Un par de minutos, tranquilo, no… Oh, mierda.
En mitad de la carretera, diez metros por delante de la furgoneta, había un hombre en armadura, esperándolos con la capa ondeando al viento.
-          Joder, joder, joder… - El Señor Rosa comentó a perder los nervios. - ¿Quién cojones es ese? ¿Otro superhéroe?
-          Estamos jodidos… - Dijo el Señor Amarillo.
-          Relajaos. – Los cortó Cerebro. – Recoged todo este desastre y aparentad. Yo me ocupo de él.
Revan. Cerebro no sabía aún demasiado de él. Sabía que no llevaba más que un par de meses patrullando las calles, algo más al sur de donde se encontraban. Su indumentaria recordaba a un cruce entre un superhéroe y un caballero medieval, o un samurái, y se decía de él que era despiadado con los criminales.
Era un idealista. Malas noticias para Cerebro.
Los idealistas eran gente que no parecía entender cómo funcionaba el mundo. Gente que entendía que las cosas sólo podían ser blancas o negras, que no estaban todas manchadas de gris. Gente que no parecía tener facturas de Universidad o de hospital que pagar.
No entendían lo que era un statu quo: Si quieres que la ciudad se mantenga en un orden relativo, tienes que dejar que la chusma campe a sus anchas hasta cierto punto. Tienes que soltar la correa lo suficiente como para que no se vea obligada a morderte la mano. Los superhéroes de verdad los llamaban idealistas.
Los mafiosos, cadáveres.
¿Revan? Cerebro no le daba más de seis meses, antes de que se encontrase con algún hueso duro de roer que se le atragantase en la garganta. Pero, por el momento, era su problema. Y él tenía que lidiar con él. Así que bajó de la furgoneta y se acercó al otro superhéroe. Había que mantener las formas.
-          Revan. – Lo saludó, aparentando alegría. - ¿En qué puedo ayudarte?
-          Me informaron de un atraco en el Nyr Bank. – Replicó éste, con la voz cavernosa alterada por un distorsionador.
-          Ah, el atraco. – Sonrió Cerebro, ocultando su extrañeza. Pensaba que los atracadores habían desarmado el sistema de alarmas. ¿Cómo lo había sabido? Lo miró, suspicaz. – Pensé que mi axón había sido el único que se había dado cuenta. No te preocupes, ya está cubierto. - Hizo un gesto hacia el vehículo. – Ya avisé hasta la policía, pero hasta entonces, estos chicos son cosa mía.
-          Vas a interrogarlos, entiendo. – Revan no se movió ni un milímetro, y, por la voz, no parecía muy contento. Cerebro lo entendía. Oficialmente, los superhéroes no recibían ningún pago por su labor, pero el reconocimiento y la fama sí que estaban muy cotizados, por lo que no eran extrañas las confrontaciones entre ellos por hacerse con el control de un escenario.
-          Lo siento por haberte hecho venir en vano. – Cerebro intentó no convertir aquello en una discusión. Tenía prisa. – Mira, la próxima vez que reciba un aviso como éste, te lo mandaré, ¿vale?
-          No estoy enfadado. – Aseguró Revan. – Sólo estoy pensando.
-          Vaya, ¿Sobre qué?
-          Los inhibidores. – Respondió Revan. – Cuatro inhibidores, modelo SZ-201. Un modelo nuevo. Se crearon para su uso militar, para proteger objetivos sensibles de ataques cibernéticos o para control de masas en revueltas. Nada puede entrar ni salir de allí.
-          Bueno, ¿Y qué? – Preguntó Cerebro. No le gustaba el giro que tomaba todo aquello.
-          Y todo. – Replicó Revan, que le perforaba con la mirada, desde detrás del yelmo. – Estaba buscándolos. Desaparecieron de un almacén del gobierno junto a varios discos de información confidencial hace dos semanas, en una operación de tres personas en la que murieron quince inocentes.
-          ¡¿Quince?! – Era imposible. Le habían prometido que era su primera vez. Cuando el Señor Amarillo llevó los inhibidores no dio explicaciones de dónde los había sacado, y nadie preguntó. Pero quince muertos… “No, no puede ser”, pensó. El Señor Amarillo era incapaz de matar a quince personas o de participar en ese tipo de operaciones.
-          Asesinato de quince personas y robo de propiedad del Gobierno. – Enumeró Revan, fríamente. – La sentencia es la pena de muerte.
La voz del superhéroe sonó metálica e impersonal por el distorsionador de la máscara. Pero no tenía sentido. Aquellos hombres no eran más que atracadores de bancos. Cerebro trató de pensar. – E-está bien, me los llevaré a la base y desde allí contactaré con alguna de las agencias, para que se los lleven.
-          Cerebro.  – Llamó Revan, cuando ya abría la puerta de la furgoneta. - ¿Cuánto tiempo llevas en su equipo?
-          ¿De qué hablas? – Mierda. Le había pillado. Estaba seguro. No, segurísimo. Trató de disfrazar su nerviosismo de desconfianza. Pero el hecho de que Revan no se moviera ni un milímetro no ayudaba en absoluto.
-          Entre las cosas que me contaron cuando trabajé en el caso de los inhibidores fue que cualquiera no implicado en su desarrollo necesitaría un mínimo de treinta minutos para sortearlos y acceder al edificio, más otros pongamos diez para hacerse con las cámaras. Explícame cómo es que, a los veinte minutos, estabas a la vuelta de la esquina, con una furgoneta ex profeso y una carga de bombas de humo. Parece cosa de magia.
Cerebro cerró lentamente la puerta de la furgoneta. Tenía que respirar. No sería bueno que muriera un superhéroe allí, sin más. Investigarían su muerte y sería aún más problemático.
-          Es como esos trucos en los que el mago, en el escenario, pide un voluntario para su truco, que resulta ser un cómplice. Solo que, en ésta ocasión, los papeles se invierten. El voluntario falsamente escogido al azar, es el mago.
-          Revan, yo…
-          Tu sentencia está hecha desde el momento en el que saliste de aquel edificio y desataste a los hombres. – Lo cortó Revan. – Eres un traidor al gremio. Escoria que se ha rebajado al nivel de criminales y mafiosos. Ahora lo único que tengo es curiosidad. ¿Qué hace que un hombre que lleva veinte años en esto decida convertirse en aquello que ha jurado detener?
-          Tú mismo lo has dicho. – Lo tenía. Lo tenía desde el principio y sólo había jugado con él. No sabía cómo lo había sabido, pero ya no importaba. – Veinte años. Muchacho. Veinte años dejándome la piel por ésta asquerosa ciudad. Veinte años sin ver un duro por todo lo que hacemos.
-          No lo hacemos por el dinero.
-          No todos somos tan virtuosos como tú, Revan, ni huérfanos billonarios herederos de la familia más influyente de la ciudad. – Replicó Cerebro, despectivo y lleno de ira por dentro. Aquellos idealistas perfectos siempre daban problemas a la gente normal como él. – Algunos tenemos facturas de hospital que pagar.
-          Así que prostituyes tu nombre. – Resumió el otro. - ¿Y qué hay de la moral?
-          ¿Moral? No seas ridículo, chico. Éste es el mundo real. Aquí, cuando no te roba un yonqui en un callejón, lo hace el banco, o el Gobierno. Todo el mundo coge lo que quiere sin mirar a los demás. ¿Por qué ser los únicos idiotas que lo hacen por altruismo?
-          Porque cuando el mundo está en oscuridad, es cuando más necesita la luz. – Replicó sin dudar. – Y, al igual que la luz, nuestra misión es hender las tinieblas con todos los medios a nuestro alcance para iluminarlas con el resplandor de la ley.
-          ¿Lo has sacado de algún videojuego o un cómic? – Se burló Cerebro. – Porque son los únicos sitios donde eso no sonaría como el desvarío de un loco. Estamos en el mundo real, chico. Espabila.
-          De acuerdo. – Accedió Revan.  – Aquí va algo mucho más real. Eres un traidor y un criminal, y has ayudado a múltiples ladrones y asesinos a cometer sus crímenes aceptando sobornos a cambio. Eso te convierte en cómplice de todos y cada uno de ellos, una buena temporada entre rejas.
-          ¿Me estás amenazando? – Puede que Cerebro ya no fuera tan joven, pero aún seguía siendo telekinético. Y no le tenía miedo a una absurda armadura con un pirado justiciero dentro.
-          Te estoy informando de los cargos por los que pienso acusarte cuando te arrastre a la comisaría más cercana. Vas a ir a la cárcel, Cerebro. Y te aseguro que allí no les tienen mucho respeto a los superhéroes, ya sean corruptos o no.
-          Chico… - Cerebro miró a ambos lados. Era una carretera apartada, en las afueras. Estaba vacío. – Supongo que tendrás testigo de todos esos crímenes, ¿verdad?
-          Tengo tu palabra.
Esas tres palabras sellaron el destino de Revan.
-          Eso puedo arreglarlo.
Y, con un movimiento de mano, Cerebro convirtió el casco metálico de Revan en un montón de basura. Basura empapada de rojo. Crash. La cabeza de Revan convertido en un amasijo de metal arrugado.
Mierda. No debería haberlo hecho. Tenía que haberle pegado un tiro, o algo por el estilo que no llevase hasta él. Ahora tenía que ocuparse del cuerpo. Colocó la mano para aplastar también el pecho y hacer un paquete, más fácil de transportar. Pero, cuando lo aplastó, se encontró con que ya no había más sangre. Era casi como si no fuera…
-          Mierda.
-          Exacto. – Confirmó la voz de Revan, tras él, junto al sonido de una pistola amartillándose. – Ahora además incluiré intento de asesinato. Tienes suerte de que no me gusten las sandías… Porque, si no, ahora estaría muy enfadado.
Revan se encontraba un par de metros detrás, apuntándole con su arma al lado de la puerta trasera de la furgoneta. Pero Cerebro no le dio oportunidad de disparar. Le lanzó lo que quedaba de la armadura vacía, perchero y radio incluidos, pero Revan se quitó, y lo único que hizo fue hundirlas bien profundo en el vehículo. Y entonces… Comenzó.
Cerebro nunca había querido llegar a aquello. No le gustaban las confrontaciones directas. Le parecían aburridas y sin sentido, sobre todo para él, que tenía unos poderes capaces de terminar al instante toda batalla y terminar con sus enemigos. Sólo tenía que concentrarse y elevarlos tres metros en el aire.
Pero claro, eso era si lograba atraparlos. Y Revan, pese a su tamaño y su armadura, era asombrosamente rápido. Señales, otros coches… Cerebro los arrancaba del suelo como si fueran cerezas en una tarta de nata, pero Revan ya se había resguardado en el siguiente y disparaba, sin mucho éxito.
Al final, Cerebro se aburrió de que jugara con él, y, con un movimiento giratorio, hizo rodar todos los vehículos a su alrededor, exponiendo al superhéroe.
-          ¡Basta ya! ¿Crees que podrás aguantar mucho con esa estratagema de mierda?
-          Con esa no… ¡Pero con ésta sí! – Gritó, y lanzó algo que tenía en la mano. Con sorpresa, Cerebro reconoció el proyectil antes de que aterrizase: Una bomba de humo. Estaba usando su propia técnica contra él, cegándolo para evitar que pudiera atacarlo.
Pero no le iba a servir mucho. Sus poderes eran mayores, mucho mayores de lo que nunca Revan pudo imaginar. Extendiendo los brazos, expulsó al humo de allí como quien separa las aguas de un mar… Justo a tiempo para Revan, que saltó sobre él.
Pero, de nuevo, fue sin éxito.
-          ¿Todavía no lo has entendido, muchacho? – Dijo, orgulloso, el mutante, mientras lo mantenía en el aire, sostenido por sus habilidades. – Soy físicamente superior a ti. No puedes vencerme. – Sin embargo, parecía incapaz de reconocerlo, ya que se puso a dispararle a quemarropa con la pistola, disparos que iban quedándose en el aire. Uno tras otro tras otro tras otro. – No importa lo que hagas. – con un gesto lanzó su pistola al aire, fuera de su alcance. – No importa qué armas uses. Eres incapaz de alcanzarme. Y, sin embargo, yo… - Apretó su cuello lentamente con sus poderes psiónicos. – Mira qué fácil me resulta a mí matarte.
Revan trató de hablar, pero la presa de su cuello era demasiado intensa. – No… Detente…
-          Sabes, creo que lo haré así, lentamente. Los idealistas podéis ser un grano en el culo tan grande… Creo que para una vez que cae uno en mis manos, voy a disfrutar hasta el final, ¿qué opinas?
-          Creo… Creo que eres un sádico.  – Dijo con voz ahogada el héroe. – Creo que deberías estar encerrado de por vida. Como mínimo.
-          Sí, bueno, te gustaría. – Se encogió de hombros. – A todos nos gustarían muchas cosas. Pero éste es el mundo real. Por eso los realistas… - Se señaló. – Al final acabamos triunfando, mientras que los idealistas… - Le dio un golpecito en el peto metálico. – Acabáis así, muertos en algún callejón de mierda. Sabes, en realidad ser un superhéroe no mola nada.
-          Somos… - Trató de hablar Revan. – Somos la luz… Que ilumina la oscuridad…
-          ¿Sigues con esa estúpida metáfora de cómic? – Escupió Cerebro. – Te diría que madurases, pero tampoco es como si te fuera a dar tiempo.
-          Y la luz… - Siguió hablando Revan, como si no lo hubiera oído. – La luz ilumina a todos por igual.
Y, en aquel momento, hubo un sonido muy extraño, y Cerebro dejó de sentir parte de su abdomen. Cuando miró, se le heló la sangre en las venas.
De un mango que había en la mano de Revan surgía una especie de hoja de luz, que se adentraba en su vientre y salía por la espalda. La sorpresa hizo que aflojara la presa en el cuello del chico. - ¿Cómo…? – Se preguntó. - ¿Cómo has…?
-          Sólo puedes mover lo que puedes ver. – Le recordó Revan. – Y me aseguré de que me mirases a la cara. Además… - Añadió. – Puede que seas bueno, pero ningún telekinético puede llegar a controlar los fotones.
-          Luz… - Dijo el antiguo superhéroe. – Es sólo un haz de… Luz.
-          La Luz que ilumina la oscuridad. – Repitió Revan, cayendo al suelo de forma elegante. Lo agarró del abdomen con la otra mano, y sacó de un tirón la espada de luz. Cerebro lo miró, aturdido por el shock. – Corta y cauteriza a la vez. – Explicó Revan. – No morirás desangrado. – Luego volvió a mirar la herida. – Pero no creo que pueda hacer nada por tu riñón, tu estómago o tus intestinos. La defensa propia es una putada, lo sé. Y ahora, a dormir. Tendrás mucho tiempo conectado a una máquina para pensar en lo que has hecho. – Y, dicho esto, lo dejó inconsciente.
Ahora sí que había terminado el atraco. Cuando Revan abrió la furgoneta por atrás, se encontró a los tres bandidos, que lo habían visto todo y levantaron las manos, aterrados.
-          ¡No nos mates, por favor! – Gritaron. - ¡No hemos robado nada, no hemos matado a nadie! ¡Por favor, llévanos a la cárcel, golpéanos, pero no uses esa cosa en nosotros!
Por un momento, Revan pareció reconsiderar las opciones. O tal vez se riera de un chiste que sólo él había captado. – No, creo que no volveré a encenderla. – Dijo, para alivio de los tres hombres. – Sois culpables de atraco a mano armada y pertenencia a banda criminal. – Lanzó unas esposas entre ellos. – Pasaréis una buena temporada en la cárcel, y después…
-          Sí, sí, lo que quieras… Pero no nos mates, por favor… - Pidió uno de ellos. - ¿Quieres que te pasemos el dinero a tu cuenta personal o algo por el estilo?
-          El dinero… - El superhéroe se quedó pensativo un momento, en el que los ladrones creyeron que decidiría algo que no les gustaría. – Al parecer, uno de vuestros compañeros se ha equivocado al poner el número de la cuenta de destino, y el Nyr Bank, a pesar de ser sospechoso de blanqueo de dinero, ha hecho una gran transferencia a una organización de ayuda a refugiados de guerra.
-          ¿Qué? – Respondió el informático del equipo, cuando lo miraron los otros dos. – Yo no he…
-          ¿Estás seguro? Pensaba hablar con el juez para que lo tuviera en cuenta, pero si no…
Los ladrones no se perdieron una, y aceptaron rápidamente el nuevo destino del dinero robado, sin resistirse tampoco cuando él los esposó a una farola hasta la llegada de policía.
Y todo estaba hecho. Tal vez un poco de papeleo, una charla con las autoridades, y todo habría acabado. Revan podía respirar más tranquilo. Al igual que su contacto.

-         Zodiaco, aquí Revan. – La voz del héroe resonó en los altavoces del ordenador. La joven que había ante éste se vio tentada de sonreír al oír el nombre. - ¿Sigues ahí?
-         Sí, aquí Charlie, Rev. – Fue su respuesta. – Buen trabajo.
-         Tú has hecho un buen trabajo. – Replicó Revan. – Tú sorteaste las barreras que puso el señor Salazar y analizaste la situación a la perfección. Yo le planté cara a éste idiota, pero no habría podido si no hubieras sacado todo lo de los inhibidores.
-         Bueno, es cierto que los robaron hace dos semanas. – Charlie se encogió de hombros, quitándole importancia. – Conseguimos atrapar al ladrón poco después, pero le dejamos venderlas para rastrear la compra y aumentar las capturas. El resto sólo fue para adornar.
-         Lo sé, pero no me gusta llevarme toda la gloria cuando tú has sido el cerebro de la operación.
-         La gloria no es para mí. – Replicó Charlie, pasando sus ojos rasgados por las pantallas de ordenador. – Sobre todo con un examen de cálculo la semana que viene. Sé que tú no sabes lo que es un examen difícil, pero otros…
Al otro lado de la línea, Revan se encogió de hombros. Si no quería gloria, por él perfecto. Ambos sabían cómo habían ido las cosas. Para ellos, era suficiente.
-         Ah, se me olvidaba. – Le dijo a Charlie, mirando a su alrededor. – Abre la página web de R3CYCLE. Quiero poner un anuncio.
-         ¿Un anuncio?
-         Se vende furgoneta blanca. – Dictó Revan. – Con, digamos, mil kilómetros. Tapizado interior y caja fácil de limpiar. Puede que haya billetes caídos. – Se inclinó sobre el asiento para coger uno de debajo de la alfombrilla.
-         ¿Y en desperfectos? – Preguntó Charlie, en un tono que Revan no sabría decir si era de broma o no.
-         Los desperfectos… - Revan examinó la armadura que había usado como señuelo, clavada hasta la mitad en la pared del vehículo. – Puede que tenga un arañazo en el costado.

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