La Sima de las Luces era un lugar oscuro, irónicamente, con
su inmensa vastedad bañada por un par de rayos de sol, que lograban colarse a
través de orificios excavados en la ladera de la montaña exterior. Un lugar
olvidado, en el que los aventureros sentían que no eran bienvenidos.
–
Los maláticos llamaban a éste lugar Shelial. –
Informó Kyr, el elfo oscuro del grupo. – El lugar de no retorno.
–
Un nombre tan válido como otro cualquiera para
meter miedo. – Replicó Kalf, el líder del grupo. – No es más que una mazmorra,
como cualquier otra a la que nos hayamos enfrentado… Después de “La Gruta del
Terror”, “El Hogar del Oso” o “La Dragonera”, pensé que habríais aprendido a no
fiaros de los nombres.
–
Bueno, para ser justos, en “La Dragonera” sí que
había un dragón. – Dijo Dana, la espía local, aferrada a su ballesta.
–
¡Sólo el esqueleto! – Replicó él. – Venga, Ya
hemos recorrido todo el camino, no podéis echaros atrás ahora. Ayúdame, Sherry…
Tú también crees que estamos haciendo lo correcto, ¿verdad?
La cuarta y última integrante del grupo, la altielfa Sherry,
sonrió, divertida, acariciando su arco. Si habían llegado hasta allí, una
caverna perdida en el interior de las montañas, era sólo porque se habían dado
en investigar las historias de la región: En la última Guerra, el Rey de
aquellas tierras había sacado a la heredera por un pasadizo oculto del castillo
sitiado, dejándola allí, en un refugio seguro, pensando en volver a buscarla
cuando las cosas se hubieron calmado. Pero el Rey había muerto, dos meses
atrás, y se decía que ningún valiente paladín había logrado salvar a la
princesa de su protegida guarida.
–
Me parece respetable que quieras sacar a la
pobre princesa Lady Beth de su cautiverio en el Templo de Shel. – Explicó la
elfa, señalando con la cabeza el edificio del fondo de la gruta. – Pero creí
que ya habías escarmentado cuando Lord Rennon te persiguió con los perros por
la mitad de sus dominios.
–
Oye, no fue culpa mía que el padre de Marisa
fuera un controlador, ¿vale? – Replicó él. – Ella ya es mayorcita para elegir
lo que quiere meter en su habitación. Además, me dijo que lo había pasado muy
bien. Si no hubiera sido por ese sirviente chismoso, habríamos repetido.
–
Kalf, ¿Es que no tienes en consideración las
normas de educación que dicen que cuando un hombre te abre las puertas de su
casa no es buena idea acostarte con su hija? – Resopló Kyr.
–
Bah, eso son costumbres élficas. – Replicó el
interfecto, quitándole importancia.
–
Muy bien, niños, ahora, si habéis dejado de discutir
sobre cómo tratar al padre de una dama… - Los interrumpió Dana. – Creo recordar
que además de la historia de la princesa cautiva, los rumores mencionaban algo
más. Mencionaban un mal oscuro que se extendía desde esta gruta, una sombra que
oculta la luna. Algo que mantiene a todos, hombres, animales y espíritus,
alejados de éste lugar.
–
Shelial. – Dijo Kyr a media voz. – El lugar de
no retorno.
–
Y por eso estamos aquí. – Replicó Kalf. – Para
demostrar que no hay nada invencible. Que las leyendas se equivocan.
–
Pues espero que tengas un plan. – Replicó la
espía. – Porque, a juzgar por los huesos que hay por toda la gruta, él tiene un
montón de puntos a su favor.
–
¿Él? – Kyr arqueo una ceja, y Dana levantó un
dedo, apuntando hacia arriba.
–
Él.
Cuando los demás miraron hacia arriba, desearon no haberlo hecho.
Porque allí, colgando del techo como si fuera un murciélago gigante, los
observaba una criatura monstruosa, una sombra cuya forma se perfilaba contra el
techo rocoso, y cuyos ojos, ambarinos, atravesaban a los aventureros.
La Sombra que Oculta La Luna. El señor de la gruta. Se
movió, sin un ruido, y una ligera brisa agitó los cabellos de Sherry cuando la
bestia se extendió por todo el techo, convirtiendo su cuerpo en una especie de
alfombra.
No, no se había extendido por todo el techo. Eso no era su cuerpo,
comprendió Kyr. Eran sus alas. Y entonces, la bestia se soltó de su asidero y
se lanzó sobre ellos, emitiendo un bramido que hizo vibrar la cuerva entera.
Pero ellos no retrocedieron. Eran Los Cinco de Kalf, los
primeros del Reino. Los paladines del pueblo. Si había algún peligro, una
bandada de orcos a la que los humos se le habían subido a la cabeza, un troll
que causaba estragos, ellos eran los encargados de poner orden. Y aquello…
Aquello no era distinto. Ellos darían muerte a la bestia alada, ellos
rescatarían a Lady Beth.
Sherry, la elfa, fue la primera que disparó contra la Sombra
Alada, pero no fue la única, ya que pronto se unieron los dos soldados
espirituales invocados por Kyr, y Dana con su ballesta. Kalf, por su parte,
juntó las manos, envolviéndose en luz dorada y activando su magia.
Una magia secreta, que habla aprendido de su maestra, una
técnica que le daba forma al maná, creando armas de magia. En manos de un mago
Demiurgo experto, esta técnica podía ser devastadora, pero Kalf era un
romántico. Por muy versátil que fuera, siempre acababa escogiendo sus queridas
espadas duales.
Y con éstas espadas, una en cada mano, se lanzó de cabeza
hacia el monstruo, ignorando el vendaval que éste creó con las alas y
aprovechando el instante en el que encajaba los impactos de las flechas para
lanzarse contra él y asestarle un buen golpe.
Esa era su técnica. Así luchaba Kalf. La versatilidad y la
confianza concedidas por su magia casaban a la perfección con su personalidad,
audaz y temeraria tanto para cortejar a la solitaria hija de Lord Rennon como
de enfrentarse a una Sombra Nocturna.
El que golpea primero, golpea dos veces. Un dicho que él
acostumbraba cumplir al dedillo. Para cuando la criatura volvió a levantar el
vuelo, rechazando tanto a Kalf como los proyectiles del resto, ya llevaba un
par de heridas de más en las patas traseras.
– Tengo un plan. – Dijo Dana, retrocediendo hasta donde estaba Kyr. – Pero necesito tiempo para ponerlo en marcha. ¡Cubridme!
Y los aventureros se lanzaron en pos de la Sombra que Oculta
la Luna, espadas y arcos en mano, y Kyr, el elfo oscuro,
proporcionando soporte logístico detrás, creando sombras invocadas con su
báculo, espectros desechables de magia que disparaban a la Sombra Alada hasta
que ésta se volteaba y las borraba de un coletazo. Pero, para entonces, ya
había otras dos sombras cubriendo su lugar, y había descuidado el segundo
frente, la elfa luchadora y el guerrero mágico que, en un ataque conjunto, se
las habían arreglado para lanzarse sobre él.
Kalf, por una parte,
había dispersado sus espadas duales y las había convertido a una lanza de maná,
con la cual podía herir al monstruo sin arriesgarse tanto, produciéndole
terribles heridas, mientras que la elfa había abandonado temporalmente la
arquería, y, en una actitud muy impropia de los altivos elfos, había
desenvainado su hacha y su escudo y la había agarrado a hachazos con el
monstruo.
Pero éste… El señor de la gruta, la Sombra que Oculta la
Luna, no era una bestia legendaria por casualidad. Llevaba mucho tiempo
habitando aquellas cavernas, muchas lunas desde que aquel insensato Rey llevó a
la princesa a su torre, y, con un bramido que les hizo temblar los huesos, se
los sacó de encima, barriéndolos con la cola, junto con las sombras y
haciéndolos caer a todos hacia donde estaba Kyr.
–
Maldita sea… creo que lo hemos subestimado. – Se
levantó trabajosamente Kalf, que había perdido la concentración, haciendo que
se dispersaran sus armas. – Es más duro de lo que pensaba.
–
Eh… ¿Chicos?
–
Pues tendrás que creer otra cosa, Kalf, porque
estamos aquí, y nos estamos enfrentando a esa cosa. Esto no iba a ser coser y
cantar, y lo sabías. Además, ¿Dónde está Dana?
–
Creo que deberíamos preocuparnos menos de dónde
está Dana… - Interrumpió Kyr, mirando a la bestia. - ¡Y más de dónde vamos a
estar nosotros en cinco segundos! ¡¡Cuidado!!
En aquel momento, los mercenarios descubrieron de dónde
había salido el nombre de La Sima de las Luces. Descubrieron cuál había sido el
destino de los desdichados caballeros que habían intentado lo mismo antes que
ellos.
La columna de magia asesina procedente de la boca de la
Sombra Nocturna los engulló por completo, cegándolos con su luz, pero cuando
Kyr abrió los ojos, vio que seguían vivos. Vio que, ante ellos, había alguien
que se lo había jugado todo: Sherry había sacado su escudo.
Y, cuando sacaba el escudo y activaba su círculo mágico,
accediendo al poder de la Luz Marmórea, Sherry demostraba su especialidad como
Tanque del grupo. La Defensa Perfecta
.
Pero, y ahora viene la pregunta del millón, ¿Qué pasa cuando
una columna de magia que destruye todo lo que toca se topa con un obstáculo
indestructible? La respuesta, indudablemente, es la entropía. Un aumento de
entropía, o, mejor dicho, caos, llenó la caverna, cuando el aliento atómico de
la Sombra Oscura fue desviado por el conjuro defensivo de Sherry. Una explosión que lanzó tanto a Kyr como a Kalf al suelo, y borró del mapa las sombras del primero. Todo el lugar
tembló, y las paredes se resquebrajaron, pero el monstruo, que no se esperaba
aquella respuesta a su inquebrantable ataque, bajó la guardia durante unos
instantes.
Los necesarios para que Kalf saltase por encima de Sherry,
abalanzándose sobre la cabeza de la Sombra Alada con un gigantesco espadón de
maná por delante.
Golpe Crítico.
La criatura se echó hacia atrás, herida y rugiendo, lanzando
zarpazos. Uno de ellos alcanzó a Kalf, que cayó a un lado, mientras las sombras
de Kyr, lanceros sin rostro, lo relevaban como carnaza reemplazable contra el
monstruo mientras se reagrupaban. Y el monstruo se volteó, borrándolos del mapa
de sendos coletazos al chocar contra un muro invisible.
–
¡Ya sé lo que está haciendo Dana! – Gritó Kalf.
- ¡Ahora, a por él!
–
¡Vamos! – Añadió la altielfa, y se unió a él y a
otros lanceros sombras creados por Kyr.
Y volvieron a atacarlo, en perfecta sincronía. Cuando las
sombras lo distraían y el monstruo se abalanzaba para destruirlas de un
zarpazo, Kalf atacaba, por otro lado, utilizando sus afiladísimas espadas y convirtiendo sus alas en un alfiletero. Cuando se volvía para eliminarlo, Sherry se metía en el camino, golpeándolo
con su escudo y combatiendo sus dientes de acero con su hacha. Su especialidad era la defensa, y no iba a permitir que tocara un solo pelo de la melena de su amigo. Y así, una y
otra vez, hostigaron a la bestia, en todo superior a ellos menos en el campo
del compañerismo. Porque era esto lo que hacía que los guerreros tuvieran
ventaja, aunque sólo fuera temporal. Era su sincronía, el entendimiento que
Sherry tenía sobre las tácticas de Kalf, y el conocimiento de Kyr sobre cuándo
tenía que lanzar sus invocaciones, y dónde podían hacer mejor. Sustituyendo a
Kalf cuando éste fallaba o cuando tenía que recobrar el aliento, llevándose una
dentellada que debería ser para Sherry…
Harta de aquellos minúsculos y molestos seres, la bestia
intentó abrir las alas para alzar el vuelo, pero para entonces, se dio cuenta
de que Kalf las había llenado de agujeros.
No importaba. En realidad, nada importaba. Si aquellos
mequetrefes realmente se creían que iban a poder con ella, con La Sombra que
Oculta la Luna, el Terror Ancestral, estaban muy equivocados. Puede que no
pudiera volar, pero pronto, ellos se darían cuenta de que ni siquiera los
necesitaba.
Y entonces, Dana, la cuarta miembro del grupo, la espía,
retiró su sello hechizo de camuflaje, volviendo a estar junto a Kyr, a salvo. -
¡Muy bien! – Dijo, esbozando una sonrisa. – Círculo mágico completado. Glifos
trazados. Sexto círculo de Azoth, círculo del dolor… Activado.
En cuanto pronunció la última palabra, liberando el conjuro,
unas líneas blancas rodearon al monstruo en el suelo, resaltándose símbolos y
garabatos que hasta aquel entonces habían permanecido ocultos. La bestia aulló,
tratando de escapar, pero no había dejado cabos sueltos, y no pudo romper los
círculos de luz. Había logrado controlar a La Sombra que Oculta a la Luna,
gracias a que las distracciones de sus amigos la habían mantenido en el sitio.
Y ahora…
– El círculo del dolor de Azoth proporciona bonificaciones temporales de daño. Durante un minuto, todos los ataques serán muy
efectivos contra ella. – Sentenció Dana. – Es hora de acabar con esto.
Y eso hizo todo el grupo, lanzándose a rematar al monstruo.
Kalf con sus espadas duales de maná, Sherry con su hacha y su escudo, Dana con sus fiables dagas, y Kyr creando un proyectil mágico tras otro, mientras
sus sombras masacraban al indefenso monstruo junto con los demás.
Lo hicieron por las aldeas abandonadas, por los valientes
caballeros que habían caído en su misión, por el Rey. Lo hicieron por la
princesa. Lo hicieron por sí mismos.
Y, cuando Kalf atravesó la tripa del monstruo con una lanza
de maná, Dana le alcanzó la yugular con la daga y Sherry le hundió el hacha
entre ambos ojos, justo cuando se acabó el minuto, la bestia se desplomó,
inerte, dejándolos a todos de vuelta en el suelo. Muerta. Derrotada.
Habían ganado. Habían ganado a La Sombra que Oculta la Luna,
al Señor de la Gruta, a la Bestia Legendaria. Kalf empezó a dar saltos de
alegría, mientras Kyr y Sherry se abrazaron, felices, y Dana, que siempre
procuraba mantener la compostura, reía cruzada de brazos.
Todos pudieron notar cómo subía su determinación, cómo la
emoción de acabar con la bestia maligna llenaba sus corazones de júbilo y les
devolvía la energía. Habían ganado, sí señor. Aquella campaña había sido un
éxito.
–
No, aún no. – Recordó Kalf, mirando hacia el
templo del fondo. – Aún queda rescatar a quien hemos venido a buscar.
Los aventureros se miraron. La princesa Lady Beth. Tras
aquella trepidante batalla y los bramidos del dragón, no podían esperar que
saliera por su propio pie a felicitarlos. Así que, siguiendo a Kalf y sin dejar
de celebrar la victoria, entraron al templo, sorteando los esqueletos de los
que habían intentado refugiarse allí del dragón.
–
¡Lo hemos conseguido! – Dijo Kyr a una calavera.
- ¡Os hemos vengado!
–
Venga, tío, no le hables a los muertos. – Rió
Kalf. – Ya sé que hemos ganado, pero…
–
Pues yo estoy segura de que desde allá desde
donde nos esté viendo, este caballero se alegra de nuestra victoria. - Añadió Sherry, abrazándose a Kyr, su pareja.
–
Sí, o se muere de envidia por no haber sido él.
– Rió el líder del grupo, antes de abrir las grandes puertas del templo.
El lugar estaba bien cuidado, para ser un lugar
prácticamente abandonado, y la cámara principal estaba diáfana, como una cueva
en una cueva, solo que decorada con sendos motivos florales y de otros tipos.
No sabían qué se había adorado en el templo de Shel, pero las figuras que
quedaban ahora apenas tenían rasgos, borrados por el tiempo. Tampoco les
interesaba. Lo único que les interesaba, era la figura que, arrodillada y
oculta por la capa, parecía orar ante aquella figura de un santo anónimo.
–
¿L-Lady Beth? – Llamó Kalf, acercándose.
–
¿Ha terminado? – Preguntó ésta, volviéndose. Un
rostro pálido como el papel, enmarcado por unos hermosos rizos negro azabache,
los miró, lanzándose ante ellos y arrojándose a los brazos de Kalf. - ¡Habéis
acabado con mi captor! ¡Por fin, por fin! – Sollozó. – Después de tanto tiempo…
Tanto tiempo con la única compañía de los nuestros y esa ciclópea bestia…
–
Ya ha acabado todo. – Dijo Kalf, y los demás,
que conocían el efecto tranquilizador que podía causar, le dejaron tomar la
iniciativa, aunque no sin cierta envidia por parte de Kyr. – Todo está bien. El
Rey se aseguró de que estuvieras bien protegida durante la guerra, pero ahora…
–
¿Protegida? – Lo interrumpió ella. - ¿De qué
estás hablando? Mi padre no quería protegerme, fue él quien me encerró después
de que yo intentara matarlo usando mis habilidades de nigromante.
–
¿Cómo que “matarlo”? – Dijo Kalf, pasmado.
–
¿Cómo que “nigromante”? – Añadió Kyr, aterrado.
–
Me encerró aquí, donde nadie podría encontrarme,
y puso a esa bestia a protegerme. Pero ahora vosotros la habéis matado, y soy
libre. Y, con mis nuevas cinco adquisiciones, recordaré a éste Reino lo que es
el terror a los muertos.
Los aventureros se miraron, notando la sangre helarse en sus
venas. Tal vez habían juzgado mal. Tal vez la verdadera oscuridad de la que
hablaban, el verdadero mal de aquella gruta, el verdadero jefe final, no era la
Sombra Alada. ¡Era ella!
Pero aún quedaba una duda en los corazones de los cuatro
guerreros.
–
¿Cómo que “cinco”?
Pero no tardaron en comprobar quién era el otro muerto,
cuando, aterrados, se volvieron, justo a tiempo como para ver al monstruoso
Señor de la Gruta, que, revivido como Dracoliche (Un dragón zombi venido del
mismísimo infierno), embestía contra ellos, con los ojos incendiados y las
fauces repletas de dientes afilados, acompañado, cómo no, por los esqueletos de
todos y cada uno de los paladines que habían perecido ante él.
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