Hay
veces que nadie sabe qué ocurre. Tal vez fueran sus ojos rasgados, o su pelo
rojo. O tal vez fuera que las otras niñas de clase simplemente no podían
tragarla. Su madre decía que tenían envidia y que la solución era ignorarlas,
pero Kanae no podía hacer tal cosa.
Sí,
lo había intentado, pero con el tiempo, las risas y las bromas pesadas habían
alcanzado un punto crítico, y, aunque la pequeña tenía mucho aguante, todo el
mundo tiene un punto de rotura.
Kanae
lo había alcanzado cuando encontró pintadas en la fachada de su casa.
Seguramente sería cosa de Lindsay, que tenía un amigo mayor que hacía grafitis
(todo el mundo lo sabía). O tal vez hubiera sido la propia Lindsay, o tal vez…
No, no importaba. Pero si había algo por lo que Kanae no quería pasar, algo por
lo que no pensaba pasar, era que su familia se viera envuelta en ello.
Así
que llegó a casa, se puso su máscara de una sonrisa, respondió con un “bien” a
las preguntas de su madre, se portó bien en la comida – como le habían
enseñado, ya que Kanae siempre procuraba hacer lo que le habían enseñado -, y
acto seguido se fue a su habitación y comenzó a vaciar la mochila.
Se
lo había dicho a los profesores, como le habían enseñado, pero éstos no le
habían ofrecido mucha ayuda; “son cosas de niños”, le decían; “ya crecerán”. El
señor Brown, el orientador, sí había reunido a los principales hostigadores de
la niña y les había echado una buena bronca. Pero, si pensaba que aquello iba a
disminuir los problemas de la pequeña, se equivocaba: Los niños se lo tomaron
como algo personal – como si antes no fuera lo suficientemente personal para
Kanae – y ahora todas las miradas que le dirigían a Kanae, todas las notitas
anónimas que pasaban de mano en mano en clase, todas las bolitas disparadas por
bolígrafos huecos estaban envenenadas.
Su
madre, de quien había heredado los ojos y el color del cabello, era la que le
había dado el consejo más útil hasta el momento: Si no te caen bien, la forma
más fácil de evitarlos es separarte de ellos.
Y
eso es lo que hacía, cada vez más, evitando las interferencias de los niños que
pretendían reírse a su costa hasta que se dio cuenta de que el peligro había
llegado hasta casa.
Y
entonces, tomó el siguiente paso lógico: Vació la mochila, la llenó de ropa, y
salió, sin más, por la puerta principal, sin saber a dónde se dirigía pero
teniendo muy claro que no podía dejar que aquellos niños tan horribles les
hicieran daño a sus padres.
Así
es cómo había acabado la pequeña en la parada de autobús, determinada a, con el
poco dinero que tenía – se había llevado la hucha en la que metía las propinas
y el dinero de los cumpleaños – llegar lo más lejos posible. A algún lugar
donde los otros niños dejaran de molestarla.
El
único problema… es que no estaba sola. Junto a ella, o más concretamente al
otro lado de la parada, había una chica que no parecía mucho mayor que ella,
con melena castaña, camiseta de tirantes, pantalones cortos y una mochila llena
de dibujos que no parecían guardar relación. También tenía unos cascos
alrededor de las orejas, y debían estar funcionando, porque la chica se movía
al son de una música que sólo ella podía oír, tocando un teclado invisible ante
ella y murmurando unas palabras apenas audibles.
- Let me see what spring is like…
Juupiter and Mars…
Kanae
sintió el impulso de seguir la letra, ya que no le era desconocida, pero se
abstuvo, y poco después el autobús llegó y Kanae se subió en silencio, dejando
a la chica danzante en la parada. No sabía lo que le depararía el futuro ni
dónde acabaría, pero lo que sí sabía era que, tarde o temprano, el bus se
detendría en la estación, y que de ahí saldrían buses para lugares más lejanos.
Sitios donde seguro que no la molestarían, y donde seguro que ella no podría
hacer que molestasen a sus padres.
Kanae
se sentó en un asiento vacío, viendo por la ventana la parada vacía que había
abandonado, mientras el vehículo volvía a ponerse en marcha. Suspiró,
sintiéndose muy triste. Pero no pudo sentirse muy triste mucho tiempo.
-
¿Está libre? – Kanae se volvió, encontrándose a la chica de la parada, que
llevaba la mochila de un solo hombro y los cascos a medio quitar, como si se
hubiera dado cuenta de que ese era el bus que tenía que tomar. – Ah, pero qué digo…
- Rió ante su propia pregunta. – ¡Claro que está libre, te acabas de subir
igual que yo! ¿Te importa si me siento?
Al
parecer, Kanae no tenía mucho margen de elección, y la desconocida se sentó
junto a ella mientras el bus bajaba por la colina en dirección al centro. – Le
he dicho a mi hermana que sí que podía ir sola a la convención, pero seguro que
si voy con alguien no me olvido de bajarme.
Satisfecha
con su explicación, la desconocida se pegó al respaldo del asiento e inspiró,
como para tranquilizarse, mientras Kanae se preguntaba que a qué convención se
refería. La chica pareció darse cuenta.
-
Porque vas a la convención, ¿no? Incluso llevas el cosplay ahí guardado, venga…
– Apuntó a la mochila de Kanae, de la que sobresalía una manga de camisa. ¿Por
qué Kanae había metido una camisa en la mochila, aparte de porque le gustaban
las camisas? Nunca lo sabría. – Yo siempre quise hacer cosplay, de Sonyr-tan o
algo así, aunque mi hermana no dejaba de decirme que era muy caro… - Kanae no
tenía ni idea de qué o quién era Sonyr y de por qué le pondrían un sufijo,
aunque conocía el programa de edición de sonido. – Y cuando le digo de hacerlo
yo, siempre me dice que nunca lo termino. Lo cual es verdad, pero… Ah, por
cierto. – Pareció caer en la cuenta. – Me llamo Rioco… ¿Y tú?
Kanae
miró a aquella chica tan rara, que había aparecido de la nada. ¿Sería así con
todo el mundo? ¿Le funcionaría con alguien? Kanae pensó que no tenía nada que
perder, así que le dijo su nombre. Rioco, la niña rara, lo repitió, para asegurarse
de que lo decía bien, y volvió a mirar la mochila, revisando las numerosas
chapas que tenía entre las abrazaderas y los bolsos para asegurarse de que
estuvieran bien alineadas.
Kanae,
por su parte, pensó en cómo una persona normal actuaría cuando una desconocida
tan acelerada como Rioco se les acercaba como si les conociera de toda la vida.
Seguramente lo normal sería decirle que se tranquilizase y hacerle ver su
propia excentricidad. Kanae estuvo a punto de hacer un comentario, pero cuando
abrió la boca se dio cuenta.
Aquello
era precisamente lo que ocurría con ella. Volvió a mirar a Rioco, que ahora
quitaba pelusas del asiento anterior, y pensó que no había nada malo en ella.
Era una chica normal, y su pelo y sus ojos castaños no eran, ni de lejos, tan
llamativos como el conjunto de colores de Kanae. A ojos de los demás, Rioco era
lo que se podría decir, “normal”. Y sin embargo ella estaba a punto de llamarla
“rara”, sólo porque había sido amigable con ella.
Kanae
tragó saliva y se lo pensó mejor.
-
¿Eso que estabas escuchando era…?
-
¡El ending de la mejor serie de todos los tiempos! – Contestó Rioco, tocándose
los cascos. - ¡El mensajero del Tercer Apocalipsis! ¡Con robots, monstruos
gigantes, drama adolescente…! ¡Y más robots!
-
Ah… - Una vez más, Kanae se sintió echada para atrás por la efusividad de
Rioco. – Yo la he dado en clase de piano…
-
¡Vaya! ¿Sabes tocarla? Eso mola aún más, Kanae. – Le sonrió Rioco. – Era Kanae,
¿verdad?
La
niña asintió, pensando que era un milagro que Rioco hubiera llegado a la parada
si era así de costumbre. Una vez más, pareció leerle el pensamiento. – Lo
siento, es que hoy estoy muy emocionada… ¿Te quieres creer que al salir de casa
casi me llevo el uniforme del colegio? Habría quedado muy rara en la
convención… Aunque sé de uno al que sí le habría gustado… Aunque lo niegue. En
fin… Lo siento si estoy un poco emocionada… Llevo esperando esta convención
durante todo el año. ¡Dicen que el doctor Salazar por fin ha conseguido crear
un androide con Inteligencia Artificial de verdad, y que lo va a presentar en
la convención! No llevo entrada, pero, a lo mejor, consigo colarme para verlo…
¿Te apuntas?
¿Un
androide con Inteligencia Artificial? Sí, Kanae sabía que la robótica había
avanzado mucho, aunque obviamente no sabía nada de androides más allá de los
documentales que ponía su padre siempre después de comer y que, más bien,
usaban para bajar la comida en el sofá.
Aquello
le hizo sentir a Kanae una punzada, pensando que ya no podría sentarse con
ellos después de comer y poner cualquier cosa en la tele.
-
Estaba pensando… - Decía Rioco. – Tus padres deben confiar mucho en ti, ¿no?
Para dejarte venir sola a la conven…
-
Bueno… - Kanae, que había sentido otra punzada de arrepentimiento una vez la
pasión de Rioco iba diluyendo su determinación, evitó la pregunta. - ¿Y los
tuyos?
-
Mi hermana… Bueno, la verdad… - Rioco se inclinó hacia Kanae, como si le
contase un secreto. – Mi hermana no sabe que vengo… Ella cree que sigo
castigada en mi habitación, donde me dejó. ¡Ja!
Kanae
miró por la ventana otra vez, pensativa. Una niña se escapa de casa porque no
quiere causarles problemas a sus padres. Otra niña se escapa de casa para ir a
una convención. Kanae miró a Rioco, que parecía no tener ninguna preocupación
en el mundo. Lo único que esperaba era ir a la convención, a ver la
presentación de un robot superpro o a la exposición de la película de su anime
favorito. Y en cambio, ella… ¿Qué esperaba ella?
Suspiró.
Iría a la estación, se subiría a un autobús de larga distancia, y entonces… ¿Qué?
¿Qué pasaría entonces? Igual que la hermana de Rioco se preocuparía cuando
viera que ésta había escapado, sus padres se preocuparían cuando no vieran a
Kanae. Sintió las lágrimas acumularse en los ojos, sin saber qué hacer, y miró
a la ventana para no preocupar a la otra niña.
Sin
embargo, sintió la mano de ésta en el brazo.
-
Ea, ea… - Le decía suavemente, probablemente sin saber qué más decir. Pero
tampoco era necesario que dijera más. Estaba allí, con su entusiasmo y su
locuacidad. Y estar allí, con alguien, era en aquel momento lo que necesitaba
Kanae. Dejar de estar sola, con sus terribles ideas y sus autobuses a larga
distancia.
-
La verdad… - Admitió, sorbiendo los mocos que habían estado a punto de salir. –
Es que yo también me he escapado. Y-y seguro que se preocupan…
-
Vale, vale… - Kanae volvió a mirar, encontrándose con una sonrisa radiante de
Rioco.
-
¡Tengo una idea! – Dijo. - ¿Qué te parece si, en cuanto lleguemos, las dos
llamamos a casa? Si estoy con alguien, seguro que mi hermana no se enfada, y a
ti tampoco te dirán nada, ¿Verdad?
Kanae
asintió, aferrándose a la mochila con fuerza. - ¿Hay teléfonos, en la “conven”?
- Tal vez quedarse con ella fuera lo mejor, hasta que decidiera algo definitivo
-
¡No seas tonta, los llamaremos desde el mío! – Rioco palmeó su mochila. – Así
pueden guardar mi número por si luego pasa algo, ¿qué te parece? ¿Mejor así?
Kanae
asintió de nuevo, terminando de decidirse por bajar en la parada Leonardo
Villalobos con Rioco. – Ah… ¿Y para entrar se necesita entrada o algo así?
-
¡Sí! ¿No tienes? – Rioco la miró, incrédula, pero sin perder un momento se puso
a rebuscar en el bolsillo más pequeño de la mochila. - ¡Toma, invita la casa!
-
¿Cómo es que tienes dos? – Preguntó Kanae, viendo que tenía dos folios
idénticos y doblados igual, con una ficha impresa en rojo en una esquina.
-
Es posible que me comprase una entrada un día, por internet… - Admitió ella. -
… Y que se me olvidase y volviera a comprarla a los tres días. Qué tontería,
¿verdad? La había traído pensando en un amigo, pero creo que será más divertido
esperar dentro a que haga la cola… ¡Toma!
Rioco
le alargó la entrada a Kanae, pero cuando ésta fue a cogerla, la retiró. -
¡Pero con una condición! Que cuando estemos allí dentro, me invites a ramen. –
Le guiñó un ojo. - ¡Y tamaño XL!
Kanae
sonrió, pensando en cómo sabría aquella comida basura en comparación a la que
hacía su madre cuando tenía tiempo, y acto seguido se levantó corriendo,
avisando a Rioco de que acababa de ver la parada pasar ante el autobús.
Tal
vez tuvieran que caminar unas calles más hasta llegar a la convención, pero, si
había algo de lo que Kanae podía estar segura, es de que, con Rioco, no iba a
aburrirse un solo minuto.
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