Parte 1.- Navidades Rotas
Las luces se movían ante sus ojos. Se movían velozmente, se
movían hacia arriba. ¿Qué…?
El hombre alzó la mirada, aún borrosa. Voces, voces en la
lejanía. “Bunker…” Sí, ese era él. Ese era su mote. Había figuras oscuras
interponiéndose en la luz intensa y él, figuras que se inclinaban sobre él y
decían cosas como “¡Es demasiado grande!”, o “No le hace efecto”. ¡Esos
malditos elfos! Siempre acechando desde su Imperio al norte. Le habían tenido
ganas a Bunker desde que estaba en el ejército, y ahora, por fin lo habían
capturado, y estaban abriéndolo a placer para encontrar la clave de su fuerza.
“Bunker”, volvió a oír.
-
¡Bunker!
El mencionado abrió los ojos de un sobresalto. No estaba en
una mesa de exploración, bajo las miradas escrutadoras de varios científicos
elfos. Estaba en un lugar mucho más peligroso: El despacho de su supervisora,
la Directora Lapointe. Y ésta, una mujer alta y de mirada penetrante, lo
observaba desde el otro lado de la mesa.
-
Disculpe, yo… - Trató de decir él. - ¿Podría
repetir la pregunta?
-
Leonardo “Bunker” Villalobos. – Repitió ella,
leyendo un informe que había en su mesa. – Agente especial bajo el mando de la
agente Diamond, con casi quince años en el cuerpo. Reporte de misión, fallido.
– Lo miró entonces, y Leo Bunker pudo sentir cómo ella lo escrutaba, como si
fuera un dragón hambriento. – Múltiples daños colaterales, pérdida de vidas
inocentes, agente caído en acto de servicio, y objetivo no recuperado. ¿Tiene
algo que alegar en su defensa?
Bunker bajó la mirada, tratando de encontrar las palabras. Y
al repasar los hechos, se dio cuenta de que había algo que no encajaba. – Un
momento, ¡El cargamento de contrabando que teníamos que recuperar ha sido
recuperado! ¿Cómo que fallido?
-
¿Qué está diciendo, Bunker? – Preguntó Lapointe,
frunciendo el ceño. - ¡Hablo de su último encuentro íntimo con un vehículo
motorizado! ¿¡Dónde se cree que está!?
Y entonces Bunker se dio cuenta. La fiesta, Diamond, la
botella, el coche…
Hace veinticuatro horas
Ikana abrió de golpe la puerta de la calle, saliendo
disparada hacia el lugar del accidente, pero cuando lo hizo, vio que no había
sido la primera: En su impulsividad, Anna se había lanzado por la ventana,
sobreviviendo gracias a su vampirismo a los tres pisos de altura y lanzándose
hacia la escena, que no era para nada tranquilizadora.
Porque, al contrario de lo que pueda uno pensar, cuando un
coche se enfrenta con alguien, no siempre sale ganando el coche. Y mucho menos
cuando ese alguien es alguien tan grande y voluminoso como Bunker.
El capó del coche estaba completamente arrugado, con una
hendidura en el centro, el lugar donde había hecho colisión, y con el
parabrisas resquebrajado, mostrando una gran mancha de sangre que permitía
adivinar lo que uno encontraría en su interior.
Anna, por su parte, estaba tratando de mover el cuerpo de
Bunker, levantándolo, llamándolo frenéticamente. - ¡No vuelve en sí, Kana! –
Dijo la joven. Era normal. No sabía de nadie que pudiera volver en sí con
aquellas heridas, y toda aquella sangre. Viéndolo como desde la perspectiva de
otra persona, Ikana tomó a Anna del hombro, apartándola ligeramente para
examinar mejor a su amigo inerte.
-
¿Está vivo? – Se oyó preguntar, tranquila y
calmada.
-
S-sí, no… - Se lió la joven rubia, hecha un mar
de lágrimas. – No lo sé, aún respira, pero… - La miró, negando con la cabeza. -
¿Qué podemos hacer? Ya lo sé, ya lo tengo… Lo convertiré en vampiro, y así
tendrá mi capacidad de regeneración. Es la única forma de que sobreviva…
-
¡No, Anna! – La detuvo Ikana. - ¡No lo hagas!
El vampirismo era una solución muy tentadora para todas
aquellas situaciones, y de hecho, muchos vampiros lo habían contraído cuando
eran víctimas de enfermedades degenerativas o que amenazaban su vida, sin caer
en la cuenta cómo funcionaba realmente el vampirismo.
Porque, a la hora de contraer aquella condición, el
organismo de un vampiro básicamente creaba un “punto cero”. Los vampiros morían
como seres humanos – o como elfos, o como orcos… - y volvían a renacer como
vampiros, en ese mismo cuerpo y con esa misma mente. Tal y como estaban en el
momento de contraerlo. Una agonía, se convertía en agonía eterna. Una herida
mortal, se convertía en convalecencia eterna. Había visto demasiados vampiros
que buscaban que los liberase de su sufrimiento como para permitir que su amigo
viviera lo que le quedaba de existencia con heridas de atropello.
-
Lo que hay que hacer es llamar a los sanadores.
-
Ya está hecho. – Dijo Raoul, que acababa de
llagar. Ikana se volvió a mirarlo, y vio que tras él había bajado Alice, y
ahora se disponía a mirar la escena, con su padrastro sangrante y al borde de
la muerte.
-
¡No! – Dijo. - ¡Anna, llévala a casa! – La joven
rubia la miró, incrédula, pero la mirada de Ikana no admitía réplica. -
¡Llévala! ¡Yo me ocupo de esto!
Y miró a Bunker de nuevo, tumbándolo en el suelo, vigilando
que la hija pequeña de Bunker no viese el espectáculo, y comenzando con las
maniobras de primeros auxilios para mantener al grandullón con vida, al menos
hasta que llegase la ambulancia.
Ahora
“No reconozco éste techo”, se dijo Bunker, mirando a la luz
apagada que había sobre su cabeza. Eso le habría gustado pensar, pero la verdad
era que sí que lo reconocía. Había pasado más veces por el hospital de las que
era recomendable.
Pero ésta vez, al menos, no había sido culpa suya. Maldita
sea… “Un conductor borracho”, se dijo. No lo sabía. Lo único que él había visto
habían sido aquellos dos ojos inmensos, enfocándolo, aquellos faros
iluminándolo en la carretera. El coche se le había echado encima. No había
tenido oportunidad de huir.
-
Vaya, vaya, señor Villalobos. – Dijo una voz a
los pies de la cama. Bunker se acomodó en las almohadas y bajó la mirada, y
allí, al fondo y en penumbra, se encontraba un hombre pelirrojo. Tenía un traje
color verde musgo y un fedora a juego, y sonreía enigmáticamente. - ¿Sabe usted
a qué velocidad iba? – Su sonrisa se acentuó, como si hubiera dicho un chiste
que sólo él entendía. - ¡A la necesaria para mover todo un argumento!
Bunker, que aún no estaba del todo lúcido, trató de
incorporarse para verlo mejor, pero al hacerlo, la puerta de la habitación se
abrió de golpe. La luz estaba encendida, la habitación estaba vacía, y una
mujer de melena rubia a la que conocía más que bien se abalanzaba sobre él. -
¡Leo! – Lo llamó Ikana. - ¡Has despertado!
-
Está en el hospital, señor Villalobos. – Dijo,
por detrás, una de las sanadoras, con algo para apuntar. - ¿Recuerda lo
ocurrido?
-
Sí, yo… - Bunker agitó la cabeza, tratando de
aclarar más la mente. Recordaba el choque, recordaba tener sueños muy extraños…
-
Eso es normal. – Respondió la sanadora. – Con su
tamaño, al equipo de urgencias le costó anestesiarlo una vez la analgesia hubo
hecho su efecto. Me alegro de que esté bien. – Dijo, antes de desaparecer por
la puerta.
-
Menudo susto nos diste. – Dijo Ikana, sonriendo
un poco y tomándole la mano. – Los sanadores dijeron que tenías una buena
montada ahí abajo, por suerte eres tan grande que no tuvieron problemas a la
hora de recomponerte.
-
Eso es un alivio, supongo… - Dijo él, notando
cierta tirantez al respirar, procedente de las vendas. – Supongo que algo bueno
tenía que tener mi condición, además de todos los problemas articulares y el
dolor.
-
Venga, no empieces otra vez como en Tarnast. –
Le dijo ella, recordándole una de las misiones, que Bunker recordaba con
claridad. Un espíritu de los coches le había tirado un camión encima a Ikana, y
él había sido el único que lo había visto y había sido lo suficientemente
rápido como para empujarla, recibiendo él el golpe.
Habían sido tiempos distintos. En aquel momento, Bunker no
tenía nada más. Su familia estaba lejos, y allí no tenía a nadie. A nadie más
que a Ikana, su novia por aquel entonces. La miró, preguntándose si ella
también recordaría cómo le había premiado su sacrificio, y supo que había
acertado cuando ella apartó la mirada y cambió de tema.
-
Anna incluso intentó convertirte en vampiro, ¿Lo
sabías?
-
¿A mí? – El grandullón agradeció el cambio. -
¡Con lo que me gusta el sol! – No obstante, no le sorprendió, ya que conocía de
sobra la impulsividad de la adolescente. Lo cual le llevaba a su siguiente
preocupación. - ¿Cómo están?
Su familia… Su familia era complicada, e inestable. Tanto
Anna como Alice tenían problemas de autocontrol, y Bunker sabía que una
situación como aquella no era lo mejor para su estabilidad. Miró a Ikana, preocupado
por lo que hubiera ocurrido con sus hijas, pero ésta asintió con la cabeza,
calmante. – Están bien. Tranquilo. Raoul se ha quedado con ellas.
-
¡¿Raoul?! ¿Estás loca? ¿Cómo lo has dejado a
cargo de las niñas?
Hace
veinticuatro horas
Las luces de la ambulancia iluminaban la calle entera,
mientras los sanadores de urgencia le aplicaban los primeros cuidados
intensivos al accidentado. Por suerte, tanto la camilla como el interior del
vehículo se adaptaron por arte de magia a las dimensiones de su inquilino. Mientras
lo terminaban de ajustar, Ikana y su pareja discutían quién tendría que
acompañarlos.
-
Espera, Ikana, creo que debería ir yo. – Pedía Raoul.
-
¿Tú? – Lo miró ella. ¿Por qué su novio debería
acompañar a su ex al quirófano? Ni siquiera acababan de congeniar…
-
Allí sólo hay que esperar… - Argumentó Raoul. –
Y, sinceramente, creo que tú serías mucho más eficaz aquí…
-
No digas tonterías, Raoul. – Replicó ella. –
Tengo que ir con él, tú allí no pintas nada. Además, no creo que la policía
tarde mucho en marcharse. Sólo tienes que contarles lo que oíste, y ya está.
Sólo necesitan testigos.
Pero no era a la policía a lo que Raoul se refería, sino a
las dos muchachas que ahora había en el apartamento. Y que, con toda seguridad,
ahora estarían a punto de estallar.
-
Claro que están preocupadas. – Replicó Ikana. –
Su padre ha sido atropellado… Piensa en esto como en una oportunidad para
congraciarte con ellas.
-
¿Congraciarme? ¡Van a querer matarme! – Replicó
él, pero ya era tarde: Las puertas se cerraron entre ambos, y la ambulancia,
una vez Bunker estuvo ajustado y preparado, se alejó por la calle. – Van a
querer matarme… Más de lo normal. – Terminó Raoul, suspirando. Sangre,
accidentes, heridos… Ya se había acabado todo. Y ahora empezaba lo difícil,
tratar de calmar a las niñas de Bunker. O, mejor dicho, de domesticarlas.
Hace
veintidós horas
Aquello no estaba saliendo bien, pero nada bien. Raoul
suspiró. Al volver al apartamento, había tratado de calmar a las chicas,
diciéndoles que ya estaba todo hecho y que tenían que irse a la cama, pero como
era de esperar, la respuesta había sido nefasta.
Raoul había supuesto – inocentemente – que, a pesar del
nerviosismo, tanto Anna como Alice serían conscientes de que no podían hacer
nada. Lo que ahora le ocurriera a Bunker dependía de los sanadores, del
hospital, y lo mejor que podían era dormir, para estar preparadas cuando Ikana
los avisara.
Pero por desgracia, ellas no eran como creía. A pesar de que
aquello era lo más racional, ninguna estaba como para pensar de forma racional.
Estaban histéricas, y la primera que se lo mostró, la que lo hizo de forma más
gráfica, fue Anna.
-
¡Has sido tú! – Le dijo, levantándolo a pulso
contra la pared. - ¡Tú eres el que ha estropeado las fiestas, si no hubieras
estado estoy segura de que nada de esto habría pasado!
-
¡Escúchate, Anna, escucha lo que dices! – Pidió Raoul,
sin muchas esperanzas. La rabia y la impotencia tenían que salir por algún
sitio, y en el caso de la joven Salazar, eran los puños. - ¡No tiene ningún
sentido!
-
¡Lo que no tiene ningún sentido es lo que dices!
– Replicó ella, con los ojos inyectados en sangre. Raoul había interpuesto los
brazos, en un intento de protegerse que sabía que fracasaría si ella decidía
golpearlo de verdad. - ¿Pretendes que me quede aquí como una tonta mientras él
puede estar agonizando? ¡Estás majara! – Lo dejó caer, y se dirigió de nuevo
hacia la puerta. - ¡Me piro!
-
¡No, Anna! – Le pidió él otra vez. – ¡No debes
ir!
-
¿Y por qué no, si puede saberse? – Replicó ella,
mirándolo mal con una mano en el pomo de la puerta.
“Porque eres una salvaje”, pensó Raoul. “Porque me das
miedo, y no quiero ni pensar en lo que podría hacer alguien en tu estado en una
sala de espera”.
-
Porque es lo que quiere Ikana. – Dijo.
Definitivamente, una mejor frase, que le aseguraba conservar los brazos
enteros. – Ella ha ido con Bunker, y se asegurará de que todo le vaya bien.
Pero ha confiado en ti para quedarte aquí, para cuidar de Alice… Mira, sé que
no nos llevamos bien. Tú eres, francamente, eres un poco bruta… Y yo soy el
nuevo novio de Ikana, lo entiendo. – Se apresuró a añadir, evitando que ella lo
golpeara del fastidio. – Pero ella confía en nosotros para esta misión. Confía
en que tú puedas cuidar a Alice, y en que yo te pueda cuidar a ti.
Durante unos instantes, la tensión sobrepasó la línea de
máximo. Casi podía ver a Anna temblar, tratando de estallar sobre sí misma,
cerrando los puños tanto que creyó oír sus huesos romperse y regenerarse al
instante. La notó luchar, internamente, entre su lealtad a Ikana y su furia.
Hasta que al final, con una sonora maldición, la adolescente
le hizo un agujero a la puerta de entrada, de tres capas de grosor, y salió. –
¡No necesito que me cuides, ni tú ni nadie, enano! – Le gritó, según salía. -
¡Estoy aquí porque me da la gana, y nadie puede evitar que salga! ¿Me oyes?
Nadie.
Él, desde luego, no podía. Después de aquella demostración
de fuerza, estaba demasiado ocupado evitando pensar en lo que le podría haber
ocurrido de haberlo golpeado a él como para intentarlo. Cuando la joven cerró
la puerta de golpe, él exhaló un suspiro.
Maldita sea... Tenía razón, la había tenido desde un
principio. Aquello era demasiado para él. No podía lidiar con esa violencia,
ese riesgo para su vida, y eso que ni siquiera había intentado tratar con la
otra: Alice.
Cuando Raoul abrió la puerta de su habitación, se la
encontró allí. Acurrucada sobre la cama, inmóvil como una muñeca, y con los
ojos brillando, como faros en la noche, buscando algo, o alguien, en quien
descargar aquella sobrecarga de emociones. Y la última persona que había
enfrentado aquello, llevaba dos meses en coma.
Raoul se apartó de la puerta antes de que la pequeña pudiera
fijar sus ojos en él, respirando agitadamente, como si acabase de tener un
encuentro sorpresa con la misma muerte. Aquellos ojos, aquella sensación de
peligro… Tal vez Anna fuera violenta, pero aquella pequeña, que apenas
levantaba cuatro palmos del suelo, era el verdadero peligro. No podía entrar
ahí, daba igual lo que le hubiera prometido a Ikana, daba igual lo que le
pidieran. No podían pretender que se enfrentase a esos ojos y sobreviviera.
-
¿A-Alice? – Aquello estaba siendo un completo
desastre, pero no quería darlo todo por perdido. Quería pensar más allá. No
quería pensar en los ojos, quería pensar en la niña que había detrás. Una niña asustada,
con miedo, sin saber lo que iba a pasar. – Sé que da miedo. – Suspiró. – S-Sé
que viste el accidente, y que… Bueno, que tu padre ahora mismo está grave y
tal, pero… - Pensó qué más decir. Tenía que intentarlo. Aunque le hablara a la
pared. Pero si había una mínima posibilidad de que ella estuviera escuchando,
no quería defraudar a Ikana. ¿Qué se le decía a la gente cuando estaban
preocupadas por algo?
-
Todo va a ir bien, ¿De acuerdo? Sé que parecía
terrible, pero Bunker… Es uno de los tíos más fuertes que conozco. Aunque me de
rabia reconocerlo, le tengo envidia en ese sentido. – Cerró los ojos. No, no
podía ir por ahí. Tenía que tranquilizarla, no comenzar a contarle su propia
vida. – Verás, los… lo que pasa en un accidente se resuelve en los primeros
minutos, ¿Sabías? Con el sistema de sanación que tenemos hoy en día, si alguien
llega con vida al hospital, en el… Noventa y cuatro por ciento de los
casos se salva. Y tu padre… Bunker
estaba vivo. Lo vi con mis propios ojos. Por eso se lo llevaron con tanta
prisa. Porque aún podían salvarlo. Y lo salvarán. Es un hecho.
-
Deja de intentarlo. – Otra voz le sobresaltó, la
voz de Anna. – Estás perdiendo el tiempo. Cuando Alice se bloquea, no hay nada
que pueda entrar o salir de su cerebro. Necesita descargarse.
-
¿Y cómo conseguimos eso? ¿Qué es lo que hacéis
cuando ocurre? ¿Hay que esperar, sin más?
-
Olvida eso… ¿Es cierto lo que decías? –
Preguntó. - ¿De verdad crees que no corre peligro?
Raoul miró a la joven vampiro por segunda vez, y en su
mirada, en su iris rojo, ya no vio simple furia ciega. Tras ella, ahora, se
transparentaban las dudas e inseguridades. El miedo a perder al que era como un
padre para ella. A quedarse sola. Y Raoul sabía bien lo que era estar solo.
-
Yo… Sí, lo creo. – Confirmó. – Con nuestro sistema
actual de sanidad, hoy en día las muertes por traumas de ese tipo son muy
escasas. Y encima está en el Astron General, que es uno de los mejores de la
ciudad. Alguien tan fuerte como Bunker no tiene de qué preocuparse.
Ella suspiró. Trataba de calmarse. – Lo que dijiste antes,
lo de cuidar de Alice, tienes razón. Es mi trabajo.
Avanzó, cruzando por delante de Raoul. – Espera, tú misma lo
has dicho. Está en crisis, no podemos entrar o nos…
-
… ¿Nos matará? – Replicó ella, arqueando una
ceja. – Yo ya estoy muerta, cerebrito. ¿Qué te crees que hago aquí?
Antes de que entrara, sin embargo, Raoul la volvió a
detener. Hablar del Astron General le había dado una idea. – Escucha, sé que
has hecho un esfuerzo para volver y ayudarla, así que ahora me toca a mí: Antes
dije que no debías ir. – La mano de Anna se tensó sobre el pomo de la puerta. –
Pe-pero eso no significa que no puedas estar allí. No significa que no podáis
verlo. ¿Crees que os gustaría?
-
¿De qué estás hablando?
-
El Astron General es uno de los hospitales más
seguros del país. Allí es donde los luchadores, los ricos y los famosos van a
tratarse. Cuyas idas y venidas son minuciosamente registradas por las cámaras
de seguridad. Y, ¿A que no adivinas quién tiene como pasatiempo buscar
aberturas en sistemas informáticos?
-
Y… ¿Y harías eso por mí? – Preguntó incrédula. -
¿Te meterías en problemas sólo para que pudiera ver?
-
Tú cuidas de Alice, yo cuido de ti. – Sonrió él,
satisfecho. - ¿Hay trato?
Ahora
-
¡Se lo comerán vivo, Ikana! – Dijo él. Pero la
mujer se arrellanó en la silla, y sonrió.
-
No sé yo, Bunker… Tengo que reconocer que Raoul
nunca ha dejado de sorprenderme. Y, considerando que en su última llamada me
informó de que estaban viendo la tele. creo que sí podemos darle un voto de
confianza. Aunque, eso sí, me pidió que te dijera que tienes que darle la receta de tu vienés.
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