martes, 17 de enero de 2017

Navidades Rotas II

Parte 1.- Navidades Rotas

Las luces se movían ante sus ojos. Se movían velozmente, se movían hacia arriba. ¿Qué…?
El hombre alzó la mirada, aún borrosa. Voces, voces en la lejanía. “Bunker…” Sí, ese era él. Ese era su mote. Había figuras oscuras interponiéndose en la luz intensa y él, figuras que se inclinaban sobre él y decían cosas como “¡Es demasiado grande!”, o “No le hace efecto”. ¡Esos malditos elfos! Siempre acechando desde su Imperio al norte. Le habían tenido ganas a Bunker desde que estaba en el ejército, y ahora, por fin lo habían capturado, y estaban abriéndolo a placer para encontrar la clave de su fuerza.
“Bunker”, volvió a oír.
-                     ¡Bunker!
El mencionado abrió los ojos de un sobresalto. No estaba en una mesa de exploración, bajo las miradas escrutadoras de varios científicos elfos. Estaba en un lugar mucho más peligroso: El despacho de su supervisora, la Directora Lapointe. Y ésta, una mujer alta y de mirada penetrante, lo observaba desde el otro lado de la mesa.
-                     Disculpe, yo… - Trató de decir él. - ¿Podría repetir la pregunta?
-                     Leonardo “Bunker” Villalobos. – Repitió ella, leyendo un informe que había en su mesa. – Agente especial bajo el mando de la agente Diamond, con casi quince años en el cuerpo. Reporte de misión, fallido. – Lo miró entonces, y Leo Bunker pudo sentir cómo ella lo escrutaba, como si fuera un dragón hambriento. – Múltiples daños colaterales, pérdida de vidas inocentes, agente caído en acto de servicio, y objetivo no recuperado. ¿Tiene algo que alegar en su defensa?
Bunker bajó la mirada, tratando de encontrar las palabras. Y al repasar los hechos, se dio cuenta de que había algo que no encajaba. – Un momento, ¡El cargamento de contrabando que teníamos que recuperar ha sido recuperado! ¿Cómo que fallido?
-                     ¿Qué está diciendo, Bunker? – Preguntó Lapointe, frunciendo el ceño. - ¡Hablo de su último encuentro íntimo con un vehículo motorizado! ¿¡Dónde se cree que está!?
Y entonces Bunker se dio cuenta. La fiesta, Diamond, la botella, el coche…

Hace veinticuatro horas
Ikana abrió de golpe la puerta de la calle, saliendo disparada hacia el lugar del accidente, pero cuando lo hizo, vio que no había sido la primera: En su impulsividad, Anna se había lanzado por la ventana, sobreviviendo gracias a su vampirismo a los tres pisos de altura y lanzándose hacia la escena, que no era para nada tranquilizadora.
Porque, al contrario de lo que pueda uno pensar, cuando un coche se enfrenta con alguien, no siempre sale ganando el coche. Y mucho menos cuando ese alguien es alguien tan grande y voluminoso como Bunker.
El capó del coche estaba completamente arrugado, con una hendidura en el centro, el lugar donde había hecho colisión, y con el parabrisas resquebrajado, mostrando una gran mancha de sangre que permitía adivinar lo que uno encontraría en su interior.
Anna, por su parte, estaba tratando de mover el cuerpo de Bunker, levantándolo, llamándolo frenéticamente. - ¡No vuelve en sí, Kana! – Dijo la joven. Era normal. No sabía de nadie que pudiera volver en sí con aquellas heridas, y toda aquella sangre. Viéndolo como desde la perspectiva de otra persona, Ikana tomó a Anna del hombro, apartándola ligeramente para examinar mejor a su amigo inerte.
-                     ¿Está vivo? – Se oyó preguntar, tranquila y calmada.
-                     S-sí, no… - Se lió la joven rubia, hecha un mar de lágrimas. – No lo sé, aún respira, pero… - La miró, negando con la cabeza. - ¿Qué podemos hacer? Ya lo sé, ya lo tengo… Lo convertiré en vampiro, y así tendrá mi capacidad de regeneración. Es la única forma de que sobreviva…
-                     ¡No, Anna! – La detuvo Ikana. - ¡No lo hagas!
El vampirismo era una solución muy tentadora para todas aquellas situaciones, y de hecho, muchos vampiros lo habían contraído cuando eran víctimas de enfermedades degenerativas o que amenazaban su vida, sin caer en la cuenta cómo funcionaba realmente el vampirismo.
Porque, a la hora de contraer aquella condición, el organismo de un vampiro básicamente creaba un “punto cero”. Los vampiros morían como seres humanos – o como elfos, o como orcos… - y volvían a renacer como vampiros, en ese mismo cuerpo y con esa misma mente. Tal y como estaban en el momento de contraerlo. Una agonía, se convertía en agonía eterna. Una herida mortal, se convertía en convalecencia eterna. Había visto demasiados vampiros que buscaban que los liberase de su sufrimiento como para permitir que su amigo viviera lo que le quedaba de existencia con heridas de atropello.
-                     Lo que hay que hacer es llamar a los sanadores.
-                     Ya está hecho. – Dijo Raoul, que acababa de llagar. Ikana se volvió a mirarlo, y vio que tras él había bajado Alice, y ahora se disponía a mirar la escena, con su padrastro sangrante y al borde de la muerte.
-                     ¡No! – Dijo. - ¡Anna, llévala a casa! – La joven rubia la miró, incrédula, pero la mirada de Ikana no admitía réplica. - ¡Llévala! ¡Yo me ocupo de esto!
Y miró a Bunker de nuevo, tumbándolo en el suelo, vigilando que la hija pequeña de Bunker no viese el espectáculo, y comenzando con las maniobras de primeros auxilios para mantener al grandullón con vida, al menos hasta que llegase la ambulancia.

 Ahora
“No reconozco éste techo”, se dijo Bunker, mirando a la luz apagada que había sobre su cabeza. Eso le habría gustado pensar, pero la verdad era que sí que lo reconocía. Había pasado más veces por el hospital de las que era recomendable.
Pero ésta vez, al menos, no había sido culpa suya. Maldita sea… “Un conductor borracho”, se dijo. No lo sabía. Lo único que él había visto habían sido aquellos dos ojos inmensos, enfocándolo, aquellos faros iluminándolo en la carretera. El coche se le había echado encima. No había tenido oportunidad de huir.
-                     Vaya, vaya, señor Villalobos. – Dijo una voz a los pies de la cama. Bunker se acomodó en las almohadas y bajó la mirada, y allí, al fondo y en penumbra, se encontraba un hombre pelirrojo. Tenía un traje color verde musgo y un fedora a juego, y sonreía enigmáticamente. - ¿Sabe usted a qué velocidad iba? – Su sonrisa se acentuó, como si hubiera dicho un chiste que sólo él entendía. - ¡A la necesaria para mover todo un argumento!
Bunker, que aún no estaba del todo lúcido, trató de incorporarse para verlo mejor, pero al hacerlo, la puerta de la habitación se abrió de golpe. La luz estaba encendida, la habitación estaba vacía, y una mujer de melena rubia a la que conocía más que bien se abalanzaba sobre él. - ¡Leo! – Lo llamó Ikana. - ¡Has despertado!
-                     Está en el hospital, señor Villalobos. – Dijo, por detrás, una de las sanadoras, con algo para apuntar. - ¿Recuerda lo ocurrido?
-                     Sí, yo… - Bunker agitó la cabeza, tratando de aclarar más la mente. Recordaba el choque, recordaba tener sueños muy extraños…
-                     Eso es normal. – Respondió la sanadora. – Con su tamaño, al equipo de urgencias le costó anestesiarlo una vez la analgesia hubo hecho su efecto. Me alegro de que esté bien. – Dijo, antes de desaparecer por la puerta.
-                     Menudo susto nos diste. – Dijo Ikana, sonriendo un poco y tomándole la mano. – Los sanadores dijeron que tenías una buena montada ahí abajo, por suerte eres tan grande que no tuvieron problemas a la hora de recomponerte.
-                     Eso es un alivio, supongo… - Dijo él, notando cierta tirantez al respirar, procedente de las vendas. – Supongo que algo bueno tenía que tener mi condición, además de todos los problemas articulares y el dolor.
-                     Venga, no empieces otra vez como en Tarnast. – Le dijo ella, recordándole una de las misiones, que Bunker recordaba con claridad. Un espíritu de los coches le había tirado un camión encima a Ikana, y él había sido el único que lo había visto y había sido lo suficientemente rápido como para empujarla, recibiendo él el golpe.
Habían sido tiempos distintos. En aquel momento, Bunker no tenía nada más. Su familia estaba lejos, y allí no tenía a nadie. A nadie más que a Ikana, su novia por aquel entonces. La miró, preguntándose si ella también recordaría cómo le había premiado su sacrificio, y supo que había acertado cuando ella apartó la mirada y cambió de tema.
-                     Anna incluso intentó convertirte en vampiro, ¿Lo sabías?
-                     ¿A mí? – El grandullón agradeció el cambio. - ¡Con lo que me gusta el sol! – No obstante, no le sorprendió, ya que conocía de sobra la impulsividad de la adolescente. Lo cual le llevaba a su siguiente preocupación. - ¿Cómo están?
Su familia… Su familia era complicada, e inestable. Tanto Anna como Alice tenían problemas de autocontrol, y Bunker sabía que una situación como aquella no era lo mejor para su estabilidad. Miró a Ikana, preocupado por lo que hubiera ocurrido con sus hijas, pero ésta asintió con la cabeza, calmante. – Están bien. Tranquilo. Raoul se ha quedado con ellas.
-                     ¡¿Raoul?! ¿Estás loca? ¿Cómo lo has dejado a cargo de las niñas?
Hace veinticuatro horas
Las luces de la ambulancia iluminaban la calle entera, mientras los sanadores de urgencia le aplicaban los primeros cuidados intensivos al accidentado. Por suerte, tanto la camilla como el interior del vehículo se adaptaron por arte de magia a las dimensiones de su inquilino. Mientras lo terminaban de ajustar, Ikana y su pareja discutían quién tendría que acompañarlos.
-                     Espera, Ikana, creo que debería ir yo. – Pedía Raoul.
-                     ¿Tú? – Lo miró ella. ¿Por qué su novio debería acompañar a su ex al quirófano? Ni siquiera acababan de congeniar…
-                     Allí sólo hay que esperar… - Argumentó Raoul. – Y, sinceramente, creo que tú serías mucho más eficaz aquí…
-                     No digas tonterías, Raoul. – Replicó ella. – Tengo que ir con él, tú allí no pintas nada. Además, no creo que la policía tarde mucho en marcharse. Sólo tienes que contarles lo que oíste, y ya está. Sólo necesitan testigos.
Pero no era a la policía a lo que Raoul se refería, sino a las dos muchachas que ahora había en el apartamento. Y que, con toda seguridad, ahora estarían a punto de estallar.
-                     Claro que están preocupadas. – Replicó Ikana. – Su padre ha sido atropellado… Piensa en esto como en una oportunidad para congraciarte con ellas.
-                     ¿Congraciarme? ¡Van a querer matarme! – Replicó él, pero ya era tarde: Las puertas se cerraron entre ambos, y la ambulancia, una vez Bunker estuvo ajustado y preparado, se alejó por la calle. – Van a querer matarme… Más de lo normal. – Terminó Raoul, suspirando. Sangre, accidentes, heridos… Ya se había acabado todo. Y ahora empezaba lo difícil, tratar de calmar a las niñas de Bunker. O, mejor dicho, de domesticarlas.

Hace veintidós horas
Aquello no estaba saliendo bien, pero nada bien. Raoul suspiró. Al volver al apartamento, había tratado de calmar a las chicas, diciéndoles que ya estaba todo hecho y que tenían que irse a la cama, pero como era de esperar, la respuesta había sido nefasta.
Raoul había supuesto – inocentemente – que, a pesar del nerviosismo, tanto Anna como Alice serían conscientes de que no podían hacer nada. Lo que ahora le ocurriera a Bunker dependía de los sanadores, del hospital, y lo mejor que podían era dormir, para estar preparadas cuando Ikana los avisara.
Pero por desgracia, ellas no eran como creía. A pesar de que aquello era lo más racional, ninguna estaba como para pensar de forma racional. Estaban histéricas, y la primera que se lo mostró, la que lo hizo de forma más gráfica, fue Anna.
-                     ¡Has sido tú! – Le dijo, levantándolo a pulso contra la pared. - ¡Tú eres el que ha estropeado las fiestas, si no hubieras estado estoy segura de que nada de esto habría pasado!
-                     ¡Escúchate, Anna, escucha lo que dices! – Pidió Raoul, sin muchas esperanzas. La rabia y la impotencia tenían que salir por algún sitio, y en el caso de la joven Salazar, eran los puños. - ¡No tiene ningún sentido!
-                     ¡Lo que no tiene ningún sentido es lo que dices! – Replicó ella, con los ojos inyectados en sangre. Raoul había interpuesto los brazos, en un intento de protegerse que sabía que fracasaría si ella decidía golpearlo de verdad. - ¿Pretendes que me quede aquí como una tonta mientras él puede estar agonizando? ¡Estás majara! – Lo dejó caer, y se dirigió de nuevo hacia la puerta. - ¡Me piro!
-                     ¡No, Anna! – Le pidió él otra vez. – ¡No debes ir!
-                     ¿Y por qué no, si puede saberse? – Replicó ella, mirándolo mal con una mano en el pomo de la puerta.
“Porque eres una salvaje”, pensó Raoul. “Porque me das miedo, y no quiero ni pensar en lo que podría hacer alguien en tu estado en una sala de espera”.
-                     Porque es lo que quiere Ikana. – Dijo. Definitivamente, una mejor frase, que le aseguraba conservar los brazos enteros. – Ella ha ido con Bunker, y se asegurará de que todo le vaya bien. Pero ha confiado en ti para quedarte aquí, para cuidar de Alice… Mira, sé que no nos llevamos bien. Tú eres, francamente, eres un poco bruta… Y yo soy el nuevo novio de Ikana, lo entiendo. – Se apresuró a añadir, evitando que ella lo golpeara del fastidio. – Pero ella confía en nosotros para esta misión. Confía en que tú puedas cuidar a Alice, y en que yo te pueda cuidar a ti.
Durante unos instantes, la tensión sobrepasó la línea de máximo. Casi podía ver a Anna temblar, tratando de estallar sobre sí misma, cerrando los puños tanto que creyó oír sus huesos romperse y regenerarse al instante. La notó luchar, internamente, entre su lealtad a Ikana y su furia.
Hasta que al final, con una sonora maldición, la adolescente le hizo un agujero a la puerta de entrada, de tres capas de grosor, y salió. – ¡No necesito que me cuides, ni tú ni nadie, enano! – Le gritó, según salía. - ¡Estoy aquí porque me da la gana, y nadie puede evitar que salga! ¿Me oyes? Nadie.
Él, desde luego, no podía. Después de aquella demostración de fuerza, estaba demasiado ocupado evitando pensar en lo que le podría haber ocurrido de haberlo golpeado a él como para intentarlo. Cuando la joven cerró la puerta de golpe, él exhaló un suspiro.
Maldita sea... Tenía razón, la había tenido desde un principio. Aquello era demasiado para él. No podía lidiar con esa violencia, ese riesgo para su vida, y eso que ni siquiera había intentado tratar con la otra: Alice.
Cuando Raoul abrió la puerta de su habitación, se la encontró allí. Acurrucada sobre la cama, inmóvil como una muñeca, y con los ojos brillando, como faros en la noche, buscando algo, o alguien, en quien descargar aquella sobrecarga de emociones. Y la última persona que había enfrentado aquello, llevaba dos meses en coma.
Raoul se apartó de la puerta antes de que la pequeña pudiera fijar sus ojos en él, respirando agitadamente, como si acabase de tener un encuentro sorpresa con la misma muerte. Aquellos ojos, aquella sensación de peligro… Tal vez Anna fuera violenta, pero aquella pequeña, que apenas levantaba cuatro palmos del suelo, era el verdadero peligro. No podía entrar ahí, daba igual lo que le hubiera prometido a Ikana, daba igual lo que le pidieran. No podían pretender que se enfrentase a esos ojos y sobreviviera.
-                     ¿A-Alice? – Aquello estaba siendo un completo desastre, pero no quería darlo todo por perdido. Quería pensar más allá. No quería pensar en los ojos, quería pensar en la niña que había detrás. Una niña asustada, con miedo, sin saber lo que iba a pasar. – Sé que da miedo. – Suspiró. – S-Sé que viste el accidente, y que… Bueno, que tu padre ahora mismo está grave y tal, pero… - Pensó qué más decir. Tenía que intentarlo. Aunque le hablara a la pared. Pero si había una mínima posibilidad de que ella estuviera escuchando, no quería defraudar a Ikana. ¿Qué se le decía a la gente cuando estaban preocupadas por algo?
-                     Todo va a ir bien, ¿De acuerdo? Sé que parecía terrible, pero Bunker… Es uno de los tíos más fuertes que conozco. Aunque me de rabia reconocerlo, le tengo envidia en ese sentido. – Cerró los ojos. No, no podía ir por ahí. Tenía que tranquilizarla, no comenzar a contarle su propia vida. – Verás, los… lo que pasa en un accidente se resuelve en los primeros minutos, ¿Sabías? Con el sistema de sanación que tenemos hoy en día, si alguien llega con vida al hospital, en el… Noventa y cuatro por ciento de los casos  se salva. Y tu padre… Bunker estaba vivo. Lo vi con mis propios ojos. Por eso se lo llevaron con tanta prisa. Porque aún podían salvarlo. Y lo salvarán. Es un hecho.
-                     Deja de intentarlo. – Otra voz le sobresaltó, la voz de Anna. – Estás perdiendo el tiempo. Cuando Alice se bloquea, no hay nada que pueda entrar o salir de su cerebro. Necesita descargarse.
-                     ¿Y cómo conseguimos eso? ¿Qué es lo que hacéis cuando ocurre? ¿Hay que esperar, sin más?
-                     Olvida eso… ¿Es cierto lo que decías? – Preguntó. - ¿De verdad crees que no corre peligro?
Raoul miró a la joven vampiro por segunda vez, y en su mirada, en su iris rojo, ya no vio simple furia ciega. Tras ella, ahora, se transparentaban las dudas e inseguridades. El miedo a perder al que era como un padre para ella. A quedarse sola. Y Raoul sabía bien lo que era estar solo.
-                     Yo… Sí, lo creo. – Confirmó. – Con nuestro sistema actual de sanidad, hoy en día las muertes por traumas de ese tipo son muy escasas. Y encima está en el Astron General, que es uno de los mejores de la ciudad. Alguien tan fuerte como Bunker no tiene de qué preocuparse.
Ella suspiró. Trataba de calmarse. – Lo que dijiste antes, lo de cuidar de Alice, tienes razón. Es mi trabajo.
Avanzó, cruzando por delante de Raoul. – Espera, tú misma lo has dicho. Está en crisis, no podemos entrar o nos…
-                     … ¿Nos matará? – Replicó ella, arqueando una ceja. – Yo ya estoy muerta, cerebrito. ¿Qué te crees que hago aquí?
Antes de que entrara, sin embargo, Raoul la volvió a detener. Hablar del Astron General le había dado una idea. – Escucha, sé que has hecho un esfuerzo para volver y ayudarla, así que ahora me toca a mí: Antes dije que no debías ir. – La mano de Anna se tensó sobre el pomo de la puerta. – Pe-pero eso no significa que no puedas estar allí. No significa que no podáis verlo. ¿Crees que os gustaría?
-                     ¿De qué estás hablando?
-                     El Astron General es uno de los hospitales más seguros del país. Allí es donde los luchadores, los ricos y los famosos van a tratarse. Cuyas idas y venidas son minuciosamente registradas por las cámaras de seguridad. Y, ¿A que no adivinas quién tiene como pasatiempo buscar aberturas en sistemas informáticos?
-                     Y… ¿Y harías eso por mí? – Preguntó incrédula. - ¿Te meterías en problemas sólo para que pudiera ver?
-                     Tú cuidas de Alice, yo cuido de ti. – Sonrió él, satisfecho. - ¿Hay trato?

 Ahora
-                     ¡Se lo comerán vivo, Ikana! – Dijo él. Pero la mujer se arrellanó en la silla, y sonrió.
-                     No sé yo, Bunker… Tengo que reconocer que Raoul nunca ha dejado de sorprenderme. Y, considerando que en su última llamada me informó de que estaban viendo la tele. creo que sí podemos darle un voto de confianza. Aunque, eso sí, me pidió que te dijera que tienes que darle la receta de tu vienés.

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